Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Conocemos todos la imagen del Buen
Pastor que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Desde siempre este icono
representa la atención de Jesús hacia los pecadores y la misericordia de Dios
que no se resigna a perder alguno. La parábola es narrada por Jesús para hacer
entender que su cercanía con los pecadores no debe escandalizar, sino al
contrario provocar en todos una seria reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe.
La narración presenta de una parte a los pecadores que se acercan a Jesús para
escucharlo y de otra parte a los doctores de la ley, los escribas sospechosos
que se alejan de Él por su comportamiento. Estos se alejan, porque Jesús se
acerca a los pecadores. Estos eran orgullosos, eran soberbios, se creían
justos.
Nuestra parábola se desarrolla en
relación a tres personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño.
Pero quien actúa es sólo el pastor, no las ovejas. El pastor es el único
verdadero protagonista y todo depende de él. Una pregunta introduce la
parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las
noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?»
(v. 4). Se trata de una paradoja que induce a dudar del actuar del pastor: ¿Es
sabio abandonar las noventa y nueve por una sola oveja? Y además, ¿no en la
seguridad de un redil, sino en el desierto? Según la tradición bíblica el
desierto es el lugar de muerte donde es difícil encontrar alimento y agua, sin
protección y a merced de las fieras y de los ladrones. ¿Qué cosa pueden hacer
noventa y nueve ovejas indefensas? La paradoja continua diciendo que el pastor,
al encontrar a la oveja, «la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y
al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense
conmigo» (v. 6). Entonces, ¡parece que el pastor no regresa al desierto a
buscar a todo el rebaño! Tendido hacia aquella única oveja parece olvidar las
otras noventa y nueve. Pero en realidad no es así. La enseñanza que Jesús
quiere darnos es mejor dicho que ninguna oveja puede perderse. El Señor no
puede resignarse al hecho que una sola persona pueda perderse. El actuar de
Dios es aquel de quien va en búsqueda de los hijos perdidos para después hacer
fiesta y alegrarse con todos porque los ha encontrado. Se trata de un deseo
irrefrenable: ni siquiera las noventa y nueve ovejas pueden detener al pastor y
tenerlo cerrado en el redil. Él podría razonar: “Pero, hago un balance: tengo
noventa y nueve, he perdido una, pero no es tanta la perdida, ¿no?”. Él va a
buscar aquella, porque cada una es muy importante para Él y aquella es la más
necesitada, la más abandonada, la más descartada; y Él va ahí a buscarla. Somos
todos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el cual
actúa Dios y a esta misericordia Él es absolutamente fiel: nada ni nadie podrá
alejarlo de su voluntad de salvación. Dios no conoce nuestra actual cultura del
descarte, en Dios esto no cabe. Dios no descarta a ninguna persona; Dios ama a
todos, busca a todos… ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra “descartar
a la gente”, porque es todo amor y toda misericordia.
El rebaño del Señor esta siempre
en camino: no posee al Señor, no podemos ilusionarnos de aprisionarlo en
nuestros esquemas y en nuestras estrategias. El pastor se encontrará ahí donde
está la oveja perdida. ¡El Señor pues, debe ser buscado ahí donde Él quiere
encontrarnos, no donde nosotros pretendemos encontrarlo! De ningún otro modo se
podrá conformar el rebaño si no siguiendo el camino trazado por la misericordia
del pastor. Mientras busca a la oveja perdida, Él provoca a las noventa y nueve
para que participen en la reunificación del rebaño. Entonces no solo la oveja
llevada en sus hombros, sino todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa
para hacer fiesta con los “amigos y vecinos”.
Deberíamos reflexionar muchas
veces sobre esta parábola, porque en la comunidad hay siempre alguien que falta
y se ha ido dejando el lugar vacío. A veces esto desanima y nos lleva a creer
que sea una perdida inevitable, una enfermedad sin remedio. ¡Y entonces
corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá el olor
de las ovejas, sino el hedor de cerrado! Y los cristianos no debemos estar
cerrados porque tendremos el hedor de las cosas cerradas. ¡Jamás! Debemos salir
y este cerrarse en sí mismos, en las pequeñas comunidades, en la parroquia,
ahí, … pero nosotros “los justos” … Esto sucede cuando falta el impulso
misionero que nos lleva a encontrar a los demás. En la visión de Jesús no
existen ovejas definitivamente perdidas – esto debemos entenderlo bien – para
Dios ninguno está definitivamente perdido. ¡Jamás! Hasta el último momento,
Dios nos busca. Piensen en el buen ladrón; pero solo en la visión de Jesús
ninguno está definitivamente perdido, pero solo ovejas que son encontradas. La
perspectiva por lo tanto es toda dinámica, abierta, estimulante y creativa. Nos
impulsa a salir en búsqueda para iniciar un camino de fraternidad. Ninguna
distancia puede tener alejado al pastor; y ningún rebaño puede renunciar al
hermano. Encontrar a quien se ha perdido es la alegría del pastor y de Dios,
pero es también la alegría de todo el rebaño! ¡Somos todos nosotros ovejas
encontradas y reunidas por la misericordia del Señor, llamados a congregar
junto a Él a toda la grey! Gracias.
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