En la hora del Regina Coeli del VII Domingo de Pascua, el
Papa Francisco reflexionó sobre el significado que tiene la Ascensión
del Señor en nuestros días: Somos testigos de la alegría de
Dios no sólo con palabras, sino también en la vida cotidiana. “Éste es el
testimonio que cada domingo tendría que salir de nuestras iglesias para entrar
durante la semana en las casas, en las oficinas, en la escuela, en los lugares
de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las cárceles…”. “En su
Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de
los pecados” (Lc, v.47).
Texto completo de las palabras del Papa antes del Regina
Coeli:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de
Jesús al cielo, que tuvo lugar cuarenta días después de la Pascua. Contemplamos
el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terrenal para entrar en la
plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad. Es decir
nosotros, nuestra humanidad, entra por primera vez en el cielo. El
Evangelio de Lucas nos muestra la reacción de los discípulos ante el Señor que
«se separó de ellos y fue llevado al cielo» (24,51). No hubo en ellos dolor y
pérdida, sino «que se postraron delante de él, y volvieron a Jerusalén con gran
alegría» (v. 52). Es el regreso de quien no teme más a la ciudad que rechazó al
Maestro, que vio la traición de Judas y la negación de Pedro, que vio la
dispersión de los discípulos y la violencia de un poder que se sentía
amenazado.
A partir de ese día, para los Apóstoles y para cada discípulo
de Cristo, fue posible vivir en Jerusalén y en todas las ciudades del mundo,
incluso en aquellas más atormentadas por la injusticia y la violencia, porque
sobre cada ciudad, está el mismo cielo, y cada habitante puede elevar la mirada
con esperanza. Jesús, Dios, es hombre verdadero, con su cuerpo de hombre
¡está en el cielo! Y esta es nuestra esperanza, es nuestra ancla, que está
allí, y nosotros, estamos firmes en esta esperanza si miramos el cielo. En este
cielo habita aquel Dios que se reveló tan cercano de asumir el rostro de un
hombre, Jesús de Nazaret. Él es por siempre el Dios-con-nosotros - recordemos esto:
Emmanuel, Dios-con-nosotros -, y no nos deja solos. Podemos mirar hacia lo alto
para reconocer ante nosotros nuestro futuro. En la Ascensión de Jesús, el
Crucificado Resucitado, está la promesa de nuestra participación en la plenitud
de la vida con Dios.
Antes de separarse de sus amigos, Jesús, refiriéndose al
acontecimiento de su muerte y resurrección, les dijo: «Ustedes son testigos de
todo esto» (v. 48). Es decir, los discípulos, los apóstoles, son testigos de la
muerte y resurrección de Cristo, y en aquel día también de la Ascención de
Cristo. Y de hecho, después de ver a su Señor ascender al cielo, los discípulos
regresaron a la ciudad como testigos que con alegría anuncian a todos la nueva
vida que viene del Crucificado Resucitado, en cuyo nombre «debía predicarse a
todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados» (v. 47). Éste
es el testimonio – hecho no sólo con las palabras, sino también con la vida
cotidiana - el testimonio que cada domingo debería salir de nuestras iglesias
para entrar durante la semana en los hogares, en las oficinas, en la escuela,
en los lugares de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las cárceles,
en los hogares de ancianos, en los lugares atestados de los inmigrantes, en las
periferias de la ciudad... Este testimonio tenemos que llevar nosotros, cada
semana: Cristo está con nosotros; Jesús subió al cielo, está con nosotros.
¡Cristo está vivo!
Jesús nos aseguró que en este anuncio y en este testimonio
estaremos «revestidos con la fuerza que viene de lo alto» (v. 49), es decir,
con la potencia del Espíritu Santo. Aquí reside el secreto de esta misión: la
presencia entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu
sigue abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para proclamar su amor y su
misericordia, también en los ambientes refractarios de nuestras ciudades.
El Espíritu Santo es el verdadero artífice del testimonio
multiforme que la Iglesia y todos los bautizados restituyen en el mundo. Por lo
tanto, no podemos descuidar nunca el recogimiento en la oración para alabar a
Dios e invocar el don del Espíritu. En esta semana, que nos lleva a la fiesta
de Pentecostés, permanezcamos espiritualmente en el Cenáculo, con la Virgen
María, para recibir el Espíritu Santo. Lo hacemos incluso ahora, en comunión
con los fieles reunidos en el Santuario de Pompeya para tradicional Súplica.
(Traducción del italiano: Griselda Mutual, Radio Vaticana)
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