El derecho a la vida es el
derecho humano fundamental, hasta el punto que todos los demás derechos se
apoyan en él. No atentar contra la vida humana no nacida sino defenderla y
protegerla es de sentido común elemental, porque nadie tiene derecho a decidir
que otra vida no tiene que ser vivida, consistiendo el aborto voluntario en la
destrucción violenta de un ser humano. La finalidad natural, primaria y
principal de la medicina y del progreso científico técnico es la defensa y la
protección de la vida, no su eliminación. El aborto provocado consiste en
perpetrar la muerte del óvulo fecundado, embrión o feto humano dentro del seno
materno y es un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad
de un ser humano inocente, quitándole la vida. Ya en el juramento hipocrático,
que se ha realizado prácticamente hasta nuestros días por los médicos desde el
siglo V a. de C. encontramos: «Tampoco daré un abortivo a ninguna mujer».
La Declaración de
Derechos Humanos de la ONU de 1948 dice en su art. 3º: «todo individuo
tiene derecho a la vida», derecho que se tiene por el mero hecho de existir,
mientras que la Declaración de Derechos del Niño, aprobada por
la ONU el 20 de Noviembre de 1959, dice en su Preámbulo, que
el niño «tiene necesidad de una particular protección y de cuidados especiales
incluida una adecuada protección jurídica, sea antes que después del
nacimiento». Y es que si no estoy vivo no necesito para nada los demás
derechos.
Es indudable que la gran cuestión
en torno al aborto es la siguiente: cuando se destruye un embrión o un feto,
¿lo que se destruye es un ser humano, sí o no? Si lo que se destruye es un ser
humano, estamos ante un crimen, si lo que se destruye es, aunque sea un ser
vivo, pero no es un ser humano, a eso no le podemos llamar crimen. Es indudable
también, que desde hace unos cuantos años, la Medicina está realizando enormes
progresos en el conocimiento de lo que sucede antes del nacimiento. Algunos de
estos avances son claros hasta para un profano en la materia: muchos padres y
abuelos llevan en sus móviles la foto de la ecografía de sus hijos y nietos a
los que les falta todavía bastante para nacer. Recuerdo que en un debate
televisivo llevé la foto de un feto de diez semanas, es decir bastante antes de
las catorce semanas, cuando el aborto todavía es libre. Nadie pudo negarme que
aquello era un ser humano, aunque mi rival abortista me soltó: «Enseñar eso es
un frivolidad».
Pero no es sólo por las
ecografías. Los avances científicos médicos van todos en la misma dirección. En
el Manifiesto de Madrid del 2009, encabezado por científicos de la talla de
Nicolás Jouve y César Nombela, varios miles de intelectuales españoles se
pronunciaron sobre el aborto. Copio los párrafos que me han parecido más
interesantes: «a) Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en
el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran:
la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la
identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres
pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto,
en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas
las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe
el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad; b) el
cigoto es la primera realidad corporal del ser humano; g) El aborto es un drama
con dos víctimas: una muere y la otra sobrevive y sufre a diario las
consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta es siempre
la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el resultado de
una relación compartida y voluntaria; h) Es por tanto preciso que las mujeres
que decidan abortar conozcan las secuelas psicológicas de tal acto y en
particular del cuadro psicopatológico conocido como el «Síndrome Postaborto»
(cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones
de conducta, pérdida de autoestima, etc.)».
La Ley sobre el Aborto del 3 de
Marzo de 2010, tiene el cinismo de admirar en su Preámbulo, que busca
«garantizar y proteger adecuadamente los derechos e intereses en presencia, de
la mujer y de la vida prenatal». Pero ésta y otras afirmaciones rimbombantes en
el mismo sentido no valen para nada por el artículo 3 párrafo 2 que dice: «Se
reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida». El aborto es un
derecho, aunque signifique matar a un ser humano. A mí en Derecho me enseñaron
que los derechos de uno terminan cuando chocan con un derecho prevalente de
otro. Me gustaría que me explicasen qué derecho es más prevalente que el
derecho a la vida de un ser humano, y para colmo, inocente. También me
gustaría saber, fuera de la edad de las víctimas, cuál es la diferencia entre
un campo de exterminio nazi y un centro médico abortivo (me niego a llamarle
clínica), pues en ambos el objetivo es matar a seres humanos. Cuando nuestros
diputaron votaron y ahora vuelvan a votar sobre el aborto tendrán que decidir
si para ellos el aborto es un crimen o un derecho. Me temo que la inmensa
mayoría va a votar, sea cual sea su pensamiento real, que el aborto es un
derecho.
Termino con una observación: en
este artículo he prescindido por completo del aspecto religioso del problema.
Para mí está claro que incluso desde un punto de vista meramente humano el
aborto es una aberración. Eso sí, mi autocensura me impide poner lo que pienso
de los diputados y gobernantes abortistas.
Pedro Trevijano, sacerdote
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