Texto completo del Discurso entregado por el Papa
Francisco a los jóvenes
Queridos jóvenes
He deseado tanto
este encuentro con ustedes, jóvenes de Bosnia y Herzegovina y de los países
vecinos. Dirijo a todos un cordial saludo. Al encontrarme aquí, en este
«Centro» dedicado a san Juan Pablo II, no puedo olvidar lo mucho que hizo por
los jóvenes, encontrándose con ellos y animándoles en todas las partes del
mundo. Encomiendo a su intercesión a cada uno de vosotros, así como todas las
iniciativas que la Iglesia católica ha emprendido en su tierra para testimoniar
su cercanía y su confianza en los jóvenes. Todos nosotros caminamos juntos.
Conozco las
dudas y esperanzas que llevan en el corazón. Nos las ha recordado Mons. Marko
Semren y sus representantes, Darko y Nadežhda. En
particular, comparto la esperanza de que se asegure a las nuevas generaciones
la posibilidad real de un futuro digno en el país, evitando así el triste
fenómeno del éxodo. A este respecto, las instituciones están llamadas a poner
en marcha oportunas y audaces estrategias para animar a los jóvenes y
favorecerlos en sus legítimas aspiraciones; de este modo, serán capaces de
contribuir activamente a la construcción y al crecimiento del país. Por su
parte, la Iglesia puede dar su contribución con adecuados proyectos pastorales
centrados en la conciencia cívica y moral de la juventud, ayudándola así a ser
protagonista de la vida social. Este compromiso de la Iglesia ya está en
marcha, especialmente a través de la valiosa labor de las escuelas católicas,
justamente abiertas no sólo a los estudiantes católicos, sino también a los de
otras confesiones cristianas y de otras religiones. Sin embargo, la Iglesia
debe sentirse llamada a lanzarse cada vez más a partir del Evangelio y el
impulso del Espíritu Santo, que transforma las personas, la sociedad y la
Iglesia misma.
También ustedes,
jóvenes, tienen que desempeñar un papel decisivo a la hora de afrontar los
desafíos de nuestro tiempo, que son ciertamente retos materiales, pero que,
antes aún, se refieren a la visión del hombre. En efecto, junto con los
problemas económicos, la dificultad de encontrar trabajo y la consiguiente
incertidumbre por el futuro, se percibe la crisis de los valores morales y la
pérdida del sentido de la vida. Ante esta crítica situación, algunos pueden
caer en la tentación de la fuga, de la evasión, encerrándose en una actitud de
aislamiento egoísta, refugiándose en el alcohol, en las drogas, en las
ideologías que predican el odio y la violencia. Son realidades que conozco bien
porque, lamentablemente, también están presentes en la ciudad de Buenos Aires,
de donde yo vengo. Por eso los animo a que no se dejen abatir por las
dificultades, sino que hagan valer sin miedo la fuerza que viene de su ser
personas y cristianos, de ser semillas de una sociedad más justa, fraterna,
acogedora y pacífica. Ustedes, jóvenes, junto con Cristo, son la fuerza de la
Iglesia y de la sociedad. Si se dejan plasmar por él, si entablan un diálogo
con él en la oración, con la lectura y la meditación del Evangelio, se
convertirán en profetas y testigos de la esperanza.
Están llamados a
esta misión: salvar la esperanza a la que los empuja su propia realidad de
personas abiertas a la vida; la esperanza que tienen de superar la situación
actual, para preparar en el futuro un clima social y humano más digno del
actual; la esperanza de vivir en un mundo más fraterno, más justo y pacífico,
más sincero, más a medida del hombre. Les deseo que tomen conciencia cada vez
más de que son hijos de esta tierra, que los ha visto nacer y que pide ser
amada y ayudada a reedificarse, a crecer espiritual y socialmente, gracias a la
contribución indispensable de sus ideas y actividades. Para vencer todo rastro
de pesimismo se necesita el valor de gastarse la vida con alegría y dedicación
en la construcción de una sociedad acogedora, respetuosa de toda la diversidad,
orientada a la civilización del amor. Tienen muy cerca un gran testimonio de
este estilo de vida: el beato Ivan Merz. San Juan Pablo II lo ha proclamado
beato en Banja Luka. Que sea siempre su protector y su ejemplo.
La fe cristiana
nos enseña que estamos llamados a un destino eterno, a ser hijos de Dios y
hermanos en Cristo (cf. 1 Jn 3,1), a ser creadores de fraternidad por amor a
Cristo. Me alegro por el compromiso en el diálogo ecuménico e interreligioso
emprendido por ustedes, jóvenes católicos y ortodoxos, con la implicación de
los jóvenes musulmanes. En esta importante actividad desempeña un papel
importante este «Centro Juvenil san Juan Pablo II», con iniciativas de
conocimiento mutuo y de solidaridad, para fomentar la convivencia pacífica
entre las diferentes pertenencias étnicas y religiosas. Los animo a continuar
con confianza esta obra, comprometiéndose en proyectos comunes con gestos
concretos de cercanía y ayuda a los más pobres y necesitados.
Queridos
jóvenes, su presencia festiva, su sed de verdad y de altos ideales son signos
de esperanza. La juventud no es pasividad, sino esfuerzo tenaz por alcanzar
metas importantes, aunque cueste; no es un cerrar los ojos ante las
dificultades, sino rechazar las componendas y la mediocridad; no es evasión o
fuga, sino el compromiso de solidaridad con todos, especialmente con los más
débiles. La Iglesia cuenta y quiere contar con ustedes, que son generosos y
capaces de los mejores impulsos y de los sacrificios más nobles. Por eso,
ustedes Pastores, y yo con ellos, les pedimos que no se aíslen, sino que estén
siempre unidos entre ustedes, para disfrutar de la belleza de la fraternidad y
ser más eficaces en su actividad.
Que por su modo
de amarse y comprometerse todo el mundo pueda ver que son cristianos: los jóvenes
cristianos de Bosnia y Herzegovina. Sin miedo; sin huir de la realidad;
abiertos a Cristo y a los hermanos. Son parte viva del gran pueblo que es la
Iglesia: el Pueblo universal, en el que todas las naciones y culturas pueden
recibir la bendición de Dios y encontrar el camino de la paz. En este Pueblo,
cada uno de ustedes está llamado a seguir a Cristo y a dar la vida por Dios y
por los hermanos en la vía que el Señor le indicará, más aún, que ya les
indica. Ya hoy, ahora, el Señor los llama: ¿quieren responder? No tengan miedo.
No estamos solos. Estamos siempre con el Padre celestial, con Jesús, nuestro
Hermano y Señor, con el Espíritu Santo; y tenemos como madre a la Iglesia y a
María. Que la Santísima Virgen María los proteja y les dé siempre la alegría y
el valor de dar testimonio del Evangelio.
Les bendigo a
todos, y les pido que, por favor, recen por mí.
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