Después
de su encuentro con el mundo del trabajo y de venerar la Sábana Santa, el papa
Francisco se trasladó este domingo por la mañana a la Plaza Vittorio de Turín,
una de las más grandes de Europa, que estaba abarrotada de fieles, para
celebrar la Santa Misa.
En
su homilía, el Pontífice destacó tres características del amor de Dios: es
un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y
seguro. A continuación publicamos las palabras que pronunció el Santo
Padre:
En
la Oración Colecta hemos rezado: "Dona a tu pueblo, oh Padre, vivir
siempre en la veneración y en el amor a tu santo nombre, porque tú nunca privas
de tu gracia a los que has establecido en la roca de tu amor". Y las
lecturas que hemos escuchado nos muestran cómo es este amor de Dios
hacia nosotros: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un
amor estable y seguro.
El
salmo nos ha invitado a agradecer al Señor "porque su amor es
eterno". He aquí el amor fiel, la fidelidad: es un amor que no
defrauda, que nunca falla. Jesús encarna este amor, es su testigo. Él nunca se
cansa de amarnos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el
camino de la vida, según la promesa que hizo a sus discípulos: "Yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo". Por amor se hizo hombre, por
amor ha muerto y resucitado, y por amor está siempre a nuestro lado, en los
momentos bonitos y en los difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el final, sin
límites y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto que cada uno de
nosotros puede decir: 'Ha dado la vida por mí. ¡Por mí!' La fidelidad
de Jesús no se rinde ni siquiera ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san
Pablo: "Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede renegar de
sí mismo". Jesús permanece fiel, aun cuando nos hemos equivocado, y nos
espera para perdonarnos: Él es el rostro del Padre misericordioso. He aquí el
amor fiel.
El
segundo aspecto: el amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas
las cosas, como nos ha recordado la segunda lectura. Reconocer los propios
límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a
su amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. La salvación
puede entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y
reconocemos nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos
experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos,
sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores.
Experimentamos su paciencia --¡tiene mucha!--, su ternura, su
voluntad de salvar a todos. Y ¿cuál es la señal? La señal es que nos hemos
vuelto ‘nuevos’ y hemos sido transformados por el amor de Dios. Es el saberse
despojar de las vestiduras desgastadas y viejas de los rencores y de las
enemistades, para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, de la
benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del corazón, propia de los
hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre buscando novedades, pero solo
la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera novedad, de hacernos hombres
nuevos, de recrearnos.
Finalmente, el
amor de Dios es estable y seguro, como los peñascos rocosos que reparan de la
violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado por el
Evangelio, cuando aplaca la tempestad, mandando al viento y al mar. Los
discípulos tienen miedo porque se dan cuenta de que no pueden con todo ello,
pero Él les abre el corazón a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita:
'¡ya no puedo más!', el Señor sale a su encuentro, le ofrece la roca de su
amor, a la que cada uno puede agarrarse, seguro de que no se caerá. ¡Cuántas
veces sentimos que ya no podemos más! Pero Él está a nuestro lado, con la mano
tendida y el corazón abierto.
Queridos
hermanos y hermanas turineses y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien
qué quiere decir ser ‘roca’, qué quiere decir ‘solidez’. De ello da un bonito
testimonio un famoso poeta nuestro: "Rectos y sinceros --dice--, aparentan
lo que son: cabeza cuadrada, pulso firme e hígado sano, hablan poco,
pero saben lo que dicen, aunque caminan despacio, van lejos. Gente que no ahorra tiempo, ni sudor
--raza nuestra libre y testaruda--. Todo el mundo conoce quiénes
son y, cuando pasan… todo el mundo los mira".
Podemos
preguntarnos, si hoy estamos firmes en esta roca que es el amor de Dios. Cómo
vivimos el amor fiel de Dios hacia nosotros. Siempre existe el riesgo de
olvidar ese amor grande que el Señor nos ha mostrado. También nosotros, los
cristianos, corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro
y de buscar seguridades en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrada
que tiende a excluir, más que a incluir. En esta tierra han crecido tantos
santos y beatos que han acogido el amor de Dios y lo han difundido en el mundo,
santos libres y testarudos. Sobre las huellas de estos testigos, también
nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio, practicando la misericordia,
podemos compartir las dificultades de mucha gente, de las familias, en especial
de las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Las familias tienen
necesidad de sentir la caricia maternal de la Iglesia para ir adelante en la
vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y
también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
¿Creemos
que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos
transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se pone como barrera
segura contra las olas del orgullo y de las falsas novedades? El Espíritu Santo
nos ayude a ser siempre conscientes de este amor ‘rocoso’, que nos vuelve
estables y fuertes en los pequeños y grandes sufrimientos, nos hace capaces de
no cerrarnos ante las dificultades, de afrontar la vida con valentía y mirar al
futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el
mar de nuestra existencia, Jesús es aquel que vence las fuerzas del mal y las
amenazas de la desesperación. La paz que Él nos dona es para todos; también
para tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y persecuciones en busca
de paz y libertad.
Queridísimos,
ayer han festejado a la Bienaventurada Virgen de la Consolación
--La Consola--, que está allí, pequeña y sólida, sin
fastuosidades, como una buena madre. Encomendémosle a nuestra Madre el camino
eclesial y civil de esta tierra. Ella nos ayude a seguir al Señor, para
ser fieles, para dejarnos renovar todos los días y permanecer sólidos en su
amor. Así sea.
(Texto
traducido y transcrito del audio por ZENIT)
No hay comentarios:
Publicar un comentario