Texto
de la meditación del Papa Francisco antes
de rezar el Ángelus del XI Domingo del tiempo ordinario:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy
breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la semilla de
mostaza (Cfr. Mc 4, 26 - 34). A través de estas imágenes
tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las
exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro
compromiso en la historia.
En la primera parábola la atención se pone sobre el hecho
de que la semilla, tirada en la tierra, se arraiga y se desarrolla sola,
independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder
interno de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.
En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la
Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde
semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios
en el corazón de quien la escucha. Dios ha encomendado su Palabra a nuestra
tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad.
Podemos ser confiados, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada
a convertirse en el “grano abundante en la espiga” (v. 28).
Esta Palabra, si se la escucha, ciertamente da sus frutos,
porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre
podemos verificar y de un modo que no conocemos (Cfr. v. 27). Todo esto nos
hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios, quien hace crecer su
Reino. Por esto rezamos tanto, ‘¡venga a nosotros tu Reino!’. Es Él quien lo
hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija
por la acción creadora divina y espera sus frutos con paciencia.
La Palabra de Dios hace crecer, da vida, y aquí quisiera
recordarles, otra vez, la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, a mano.
El Evangelio pequeño, en la cartera, en el bolsillo, y de alimentarnos cada día
con esta Palabra viva de Dios. Leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje
de la Biblia. Jamás olviden esto, por favor. Porque esta es la fuerza que
hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.
La segunda parábola utiliza la imagen del granito de
mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y
crece hasta llegar a ser “la más grande de todas las plantas de la huerta” (Mc 4,
32). Y así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y
aparentemente irrelevante.
Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en
el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de
Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos
ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes.
Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma
lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa
del mundo y de la historia.
De estas dos parábolas surge una enseñanza importante: el
Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y
don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la
complejidad de los problemas del mundo, si se la coloca en la de Dios no tiene
miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar
y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la
confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los
sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se
desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.
Que la Santísima Virgen, que ha escuchado como “tierra
fecunda” la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que
jamás nos decepciona.
Fuente: Radio vaticana
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