Texto completo de
la meditación del Papa antes de la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy presenta el relato de la resurrección
de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se
arroja a los pies de Jesús y le suplica: “Mi hijita se está muriendo; ven a
imponerle las manos, para que se cure y viva” (Mc 5, 23). En esta oración
sentimos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos.
Pero sentimos también la gran fe que aquel hombre tiene en Jesús. Y cuando
llega la noticia que la niña ha muerto, Jesús le dice: “No temas, basta que
creas” (v. 36). ¡Da coraje esta palabra de Jesús! Y también la dice a nosotros
tantas veces: “No temas, solamente ten fe”. Una vez entrado en la casa,
el Señor hizo salir a toda la gente que llora y grita y se dirige a la niña
muerta, diciendo: “¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!” (v. 41). E
inmediatamente la niña se levantó y comenzó a caminar. Aquí se ve el poder
absoluto de Jesús sobre la muerte, que para Él es como un sueño del cual nos
puede despertar. ¡Jesús ha vencido la muerte, y tiene también poder sobre la
muerte física!
Al interno de este relato, el Evangelista introduce otro
episodio: la curación de una mujer que desde hacía doce años sufría de pérdidas
de sangre. A causa de esta enfermedad que según la cultura del tiempo la hacía
“impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecita, estaba condenada a
una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio a la multitud que sigue a Jesús,
dijo a sí misma: “Con sólo tocar su manto quedaré curada” (v. 28). Y así
sucedió: la necesidad de ser liberada la empujó a probar y la fe “arranca”, por
así decir, al Señor la curación. Quién cree “toca” a Jesús y toma de Él la
gracia que salva. La fe es esto: tocar a Jesús y tomar de Él la gracia que
salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos
problemas. Jesús se da cuenta y en medio a la gente, busca el rostro de
aquella mujer. Ella se adelanta temblorosa y Él le dice: “Hija, tu fe te ha
salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad” (v. 34). Es la voz del
Padre celestial que habla en Jesús: “¡Hija, no estás condenada, no estás
excluida, eres mi hija!” Y cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando
nosotros vamos hacia Él con la fe, escuchamos esto del Padre: “Hijo, tú eres mi
hijo, tú eres mi hija, tú te has curado, tú estás curada. Yo perdono a todos y
todo. Yo curo todo y a todos”.
Estos dos episodios – una curación y una resurrección –
tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una
pregunta: ¿creemos que Jesús – una pregunta que nos hacemos nosotros -
nos puede curar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio
está escrito en la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, y
por esta victoria suya también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los
primeros cristianos era segura, puede empañarse y hacerse incierta, al punto
que algunos confunden resurrección con reencarnación. Pero la Palabra de Dios
de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es
el Señor, Jesús tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos
a la casa del Padre, en donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos,
todos los que estamos en la plaza hoy, nos encontraremos en la casa del Padre,
en la vida que Jesús nos dará.
La Resurrección de Cristo actúa en la historia como
principio de renovación y de esperanza. Cualquier persona que está desesperada
y cansada hasta la muerte, si se confía en Jesús y en su amor puede recomenzar
a vivir. También recomenzar una nueva vida, cambiar vida es un modo de
resurgir, de resucitar. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra
humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en
toda situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más
débiles, el amor de Dios que libera y salva.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el
don de una fe fuerte y valerosa, que nos empuje a ser difusores de esperanza y
de vida entre nuestros hermanos.
Fuente: Radio Vaticana
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