Palabras
del Papa Francisco antes del Ángelus
¡Queridos
hermanos y hermanas, buenos días!
El
Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del
templo. Jesús «hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del
Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes » (Jn 2,15). El dinero, todo.
Este gesto suscitó una fuerte impresión, en la gente y los discípulos. Aparece
claramente como un gesto profético, tan es así que algunos de los
presentes preguntaron a Jesús: « ¿Qué signo nos das para obrar así?» (v. 18)
¿Quién eres tú para actuar así? – o sea una señal divina, prodigiosa que
muestre a Jesús como enviado de Dios. Y Él respondió: «Destruyan este
templo y en tres días lo volveré a levantar» (v. 19). Le replicaron: «han sido
necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas
a levantar en tres días?» (v. 20). No habían entendido que el Señor se
refería al templo vivo de su cuerpo, que habría sido destruido con
la muerte en la cruz, pero que habría resucitado al tercer día. Por esto, en
tres días. «Cuando Jesús resucitó – escribe el Evangelista- sus
discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en
la palabra que había pronunciado» (v. 22).
En
efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden completamente a
la luz de su Pascua. Aquí tenemos, según el Evangelista Juan, el primer
anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz
por la violencia del pecado, en la Resurrección se convertirá en el
lugar del encuentro universal entre Dios y los hombres. Y Cristo Resucitado
es precisamente el lugar del encuentro universal - ¡de todos! - entre Dios y
los hombres. Por esto su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se
revela, habla, se deja encontrar; y los verdaderos adoradores de
Dios no son los custodios del templo material, los detentores del poder y del
saber religioso, sino aquellos que adoran a Dios «en espíritu y verdad»
(Jn 4,23).
En
este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la
Pascua, donde renovaremos las promesas de nuestro Bautismo.
Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo
de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más
pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida.
Y de esta manera lo hacemos “encontrable” para tantas personas que
encontramos en nuestro camino. Si somos testimonios de este Cristo vivo, mucha
gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero – nos
preguntamos y cada uno de nosotros se puede preguntar – ¿en mi vida el
Señor se siente verdaderamente a casa?. ¿Lo dejamos hacer “limpieza” en
nuestro corazón y expulsar a los ídolos, o sea aquellas actitudes de codicia,
celos, mundanidad, envidia, odio, aquella costumbre de hablar mal de los otros?
¿Lo dejo hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el
prójimo y contra nosotros mismos, como hoy hemos escuchado en la primera
Lectura? Cada uno se puede responder, en silencio en su corazón: “¿Dejo que
Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?”. “ ¡Padre, tengo miedo que me
apalee!”. Jesús jamás apalea. Jesús limpiará con ternura, con misericordia, con
amor. La misericordia es su manera de limpiar. Dejemos, cada uno de nosotros,
dejemos que el Señor entre con su misericordia - no con el látigo, no, con su
misericordia - a hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús
es su misericordia. Abrámosle la puerta para que limpie un poco.
Cada
Eucaristía que celebramos con fe
nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo
crucificado y resucitado. Jesús conoce aquello que hay en cada uno de nosotros,
y conoce también nuestro más ardiente anhelo: ser habitado por Él, sólo
por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestros
corazones. Que María Santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos
acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que podamos
redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que nos libra y nos salva.
Raúl
Cabrera, Radio Vaticano
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