Entrevista a Ana Cristina Villa, encargada de la
Sección Mujer del Consejo Pontificio para los Laicos
Hace 22 años,
Ana Cristina Villa Betancourt descubrió que Dios la llamaba a dejarlo todo y
responder a su vocación de consagrarle la vida. Ella nació en Medellín el año
1971, y como bueno antioqueña proviene de una familia numerosa donde es la
mayor de cinco hermanos. Estudió varios años de Psicología en su ciudad natal.
Fue en 1993 que ingresó a la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Vivió sus primeros años en Lima y luego partió hacia la Ciudad Eterna, Roma, donde inició sus estudios de Teología en la Universidad Pontificia Gregoriana.
Es Licenciada en Teología Patrística e Historia de la Teología. Durante cinco años sirvió como Superiora en la comunidad de Manchester, Inglaterra. Y fue en el 2009 que le encargaron la misión de trabajar en el Consejo Pontificio para los Laicos como responsable de la “Sección mujer”.
En este Año de la Vida Consagrada convocado por el Santo Padre, Ana Cristina comparte desde Roma la bendición de su vocación y el horizonte de su misión.
Fue en 1993 que ingresó a la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Vivió sus primeros años en Lima y luego partió hacia la Ciudad Eterna, Roma, donde inició sus estudios de Teología en la Universidad Pontificia Gregoriana.
Es Licenciada en Teología Patrística e Historia de la Teología. Durante cinco años sirvió como Superiora en la comunidad de Manchester, Inglaterra. Y fue en el 2009 que le encargaron la misión de trabajar en el Consejo Pontificio para los Laicos como responsable de la “Sección mujer”.
En este Año de la Vida Consagrada convocado por el Santo Padre, Ana Cristina comparte desde Roma la bendición de su vocación y el horizonte de su misión.
¿Hace cuánto entró a la Fraternidad Mariana de la Reconciliación? ¿Cómo descubrió el llamado del Señor?
Entré hace 22 años a la Fraternidad. Descubrí el llamado del Señor formando parte del Movimiento de Vida Cristiana en el que pude ir entrando en una relación más cercana y personal con el Señor Jesús y a la vez iba aprendiendo a anunciarlo especialmente a los jóvenes.
Esos dos elementos: la vida espiritual y el apostolado me fueron ayudando a descubrir en Jesús un gran amor que llenaba mi vida de sentido y de alegría profunda; nunca me imaginé poder ser amada así; y ese amor me pedía que yo a mi vez lo diera todo.
¿Cómo se siente con el año jubilar para la vida consagrada?
Creo que el Año que el Papa Francisco ha querido dedicar a la vida consagrada es una ocasión privilegiada para que nos renovemos en el agradecimiento a Dios por el don específico que los consagrados somos dentro de la Iglesia.
Espero mucho que los frutos de este año sean una nueva fecundidad de la vida consagrada, que demos más frutos de testimonio del Señor en los ambientes en los que Él nos llama, frutos de cooperar para que más personas se encuentren con Él, frutos de acercarnos a los hermanos más alejados, necesitados, marginados para mostrar a todos que Dios los ama y los llama.
¿Cómo descubres que la vocación consagrada es un don para la Iglesia?
Descubro que el carisma en que Dios me llamó a seguirlo enriquece mucho la manera propia como sirvo a la Iglesia en mi trabajo cotidiano. En el Movimiento de Vida Cristiana primero y en la Fraternidad después aprendí a amar a la Iglesia y eso nunca me abandona.
Me alegra mucho servirla y poder servir con lo que he aprendido a sus pastores, a quienes buscan nuestro servicio. Creo –y por trabajar donde trabajo lo veo cotidianamente en las personas que conozco– que el Espíritu enriquece la Iglesia de nuestro tiempo con nuevos carismas que arden por evangelizar este mundo nuestro, con todas sus contradicciones, ¡y es hermoso ver cómo el Espíritu no se detiene!
¿Cuál es el servicio que prestas en el Vaticano?
Trabajo en el Consejo Pontificio para los Laicos, que es un dicasterio que sirve al Santo Padre en todo lo que respecta la vocación y misión de los laicos. Como se trata de un campo tan amplio de trabajo, el Consejo está organizado en cuatro secciones: jóvenes, asociaciones y movimientos, Iglesia y deporte y sección mujer, de la que yo me encargo.
El trabajo de la sección mujer consiste fundamentalmente en seguir, a nombre de la Santa Sede, todo lo que se refiere a la vocación de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Es un trabajo fundamentalmente de estudio y de contactos, de profundización. Organizamos además Congresos y Seminarios cuando nos interesa profundizar algún tema particular.
Hemos creado desde hace unos años una Biblioteca on line de recursos sobre la mujer, en cuatro idiomas, que recopila artículos y reflexiones de mujeres de todo el mundo con las que estamos en contacto, todos ellos pensados con la mente de la Iglesia (http://www.laici.va/content/laici/es/sezioni/donna/articoli.html).
También prestamos asistencia, cuando es necesario, a obispos, nuncios, conferencias episcopales respecto a temas de la mujer.
Los retos son muchos y creo que para entenderlos ayuda el pensar cuánto han cambiado las vidas de las mujeres en pocas generaciones.
Hace pocas décadas era extraño que una mujer accediera a educación superior. Hoy no lo es. Hace pocas décadas los roles de hombres y mujeres estaban claramente establecidos y distintos. Hoy menos.
Todos esos cambios han tenido mucho de positivo y han abierto las puertas a muchos desarrollos interesantes pero a la vez han abierto muchas preguntas y desafíos que permanecen sin resolverse.
El Papa Juan Pablo II ofreció un precioso aporte a estos desafíos cuando nos dejó documentos de su Magisterio como Mulieris Dignitatem o la Carta a las Mujeres donde pone las bases antropológicas y teológicas para comprender la igual dignidad entre hombre y mujer pero también la riqueza de su diferencia. Creo que el reto está justamente ahí: ¿cómo mantener lo bueno de la igual dignidad sin perder esa riqueza de la diferencia?
¿Desde su experiencia de teóloga cómo valora las palabras que Francisco dio a la Comisión Internacional Teológica el pasado 5 de diciembre?
Sí, ¡muchísimo! Creo que sus palabras son una invitación para que más mujeres estudien y produzcan en la teología; el Papa cree que podemos dar una contribución importante al ofrecer a la Iglesia aspectos nuevos del “insondable misterio de Cristo”.
En el Ángelus del domingo 8 de marzo dijo algo que quizá está ligado a esto: las mujeres tenemos una capacidad de ver más allá, como una agudeza especial para ciertas cosas. Y ayudamos a los hombres a ver cosas que quizá ellos no ven.
¡Creo que los hombres tienen su agudeza propia! Y ambos nos enriquecemos con la perspectiva del otro. Esto puede ser especialmente interesante en la teología, que se dedica a estudiar misterios que siempre nos sobrepasan, entonces la armonía de visiones distintas y complementarias nos ayudará a penetrar esos misterios de manera nueva y más profunda.
¿Qué opina del constante tema de Francisco en cuanto a las mujeres y su aporte a la Iglesia?
Me parece que el Papa Francisco, con las palabras que ha dicho y su constante invitación a una mayor profundización sobre el aporte de las mujeres en la Iglesia, ha generado un dinamismo interesante, como un fermento que espero que aporte a que comprendamos más y mejor.
Es importante evitar el riesgo de reivindicacionismos ideologizados o de clericalizaciones de las mujeres; el Papa ha explícitamente dicho que no es esto lo que busca.
Creo que un camino importante por el que todavía se puede avanzar mucho es vivir más en la praxis eclesial cotidiana la complementariedad de las distintas vocaciones en la Iglesia.
En mi experiencia, esto suele ser algo que se vive de manera casi natural en los nuevos movimientos eclesiales, por ejemplo, donde las distintas vocaciones viven juntas un mismo carisma y se enriquecen mutuamente, cooperando juntas en la misión común.
A veces en otras instituciones eclesiales prima mucho un clericalismo (¡que no es una tentación sólo de los clérigos, a veces también de los mismos laicos!) que encierra a la Iglesia en sí misma y obstaculiza su dinamismo misionero.
Una Iglesia en salida, misionera, como la que pide constantemente el Papa Francisco, es una Iglesia donde las distintas vocaciones se complementan y todas viven, cada una según su especificidad, la misión evangelizadora que es propia de la Iglesia y en la que somos corresponsables todos los bautizados.
Fuente: Aleteia
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