Homilía del Papa Francisco en la
cárcel de Rebibbia.
Este
Jueves, Jesús estaba a la mesa con los discípulos celebrando la fiesta de la
Pascua. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado dice una frase que es
precisamente el centro de lo que Jesús ha hecho por todos nosotros. “Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo”. Jesús nos
amó. Jesús nos ama. Pero sin límites, siempre, hasta el final. El amor de Jesús
por nosotros no tiene límites. Siempre más, siempre más. No se cansa de amar. A
ninguno. Nos ama a todos nosotros. Hasta el punto de dar la vida por nosotros.
Sí, dar la vida por nosotros, dar la vida por todos nosotros, dar la vida por
cada uno de nosotros. Y cada uno de nosotros puede decir ‘da la vida por mí,
cada uno. Ha dado la vida por tí, por tí, por tí, por vosotros, por mí… Por cada
uno, con nombre y apellido. Su amor es así, personal. El amor de Jesús no
decepciona nunca por Él no se cansa de amar como no se cansa de perdonar, no se
cansa de abrazarnos. Esta es la primera cosa que quería deciros, Jesús nos amó
a cada uno de nosotros hasta el final.
Y
después hace esto que los discípulos no entendían. Lavar los pies. En aquel
tiempo era habitual esto porque la gente cuando llegaba a una casa tenía los
pies sucios del polvo del camino. No había ‘sanpietrini’ en aquella época, el
polvo del camino. Y a la entrada de la casa, se lavaban los pies. Pero esto no
lo hacía el dueño de la casa, lo hacían los esclavos. Era trabajo de esclavos.
Y Jesús lava como esclavo nuestros pies, los pies de los discípulos. Por eso
dice a Pedro ‘esto que hago yo, tú ahora no lo entendéis’. ‘Lo entenderás
después’. Jesús, es tanto el amor, que se ha hecho esclavo para servirnos, para
sanarnos, para limpiarnos. Y hoy, en esta misa, la Iglesia quiere que el
sacerdote lave los pies a doce personas, en memoria de los doce apóstoles. Pero
en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros que el Señor
cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir otra vez
su amor. En la Biblia hay una frase del profeta Isaías muy bonita, ‘¿pero puede
una madre olvidarse de su hijo? Si una madre se olvidara de su hijo, yo nunca
me olvidaré de ti’. Así es el amor de Dios por nosotros.
Yo
lavaré hoy los pies de doce de vosotros. Pero, en estos hermanos y hermanas,
estáis todos vosotros, todos, todos, todos los que viven aquí. Vosotros les
representáis. Pero yo también necesito ser lavado por el Señor. Por esto, rezad
durante esta misa, para que el Señor también lave mis suciedades, para que yo
me convierta en más esclavo vuestro, más esclavo en el servicio de la gente,
como ha sido Jesús.
Ahora
comenzaremos esta parte de la ceremonia.
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