«El cuarto
Domingo de Pascua, éste, llamado ‘Domingo del Buen Pastor’, cada año nos invita
a redescubrir, con estupor siempre nuevo, esta definición que Jesús dio de sí
mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección.
"El
buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11): estas palabras se
realizaron plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del
Padre, se inmoló en la cruz. Entonces se vuelve completamente claro qué
significa que Él es "el buen pastor": da la vida, ofreció su vida en
sacrificio por todos nosotros: por ti, por ti, por ti, por mí ¡por todos. ¡Y
por ello es el buen pastor!
Cristo es
el pastor verdadero, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él
dispone libremente de su propia vida, nadie se la quita (cfr. v. 18), sino que
la dona en favor de las ovejas (v 17). En abierta oposición a los falsos
pastores, Jesús se presenta como verdadero y único pastor del pueblo: el pastor
malo piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el pastor bueno piensa en las
ovejas y se dona a sí mismo. Al contrario del mercenario, Cristo pastor es una
guía que cuida y participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no
tiene otra ambición que la de guiar, alimentar, proteger a sus ovejas. Y todo
esto al precio más alto, el del sacrificio de su propia vida.
En la
figura de Jesús, pastor bueno, contemplamos a la Providencia de Dios, su
solicitud paterna para cada uno de nosotros ¡No nos deja solos! La consecuencia
de esta contemplación de Jesús Pastor verdadero y bueno es la exclamación de
conmovido estupor que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy:
¡Miren cómo nos amó el Padre! ¡Miren cómo nos amó el Padre! …(1 Jn 3,1). ¡Es verdaderamente
un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos a Jesús como Pastor que da
su vida por nosotros, el Padre nos ha dado lo más grande y precioso que nos
podía donar! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por
ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está atraído por
ningún interesado deseo de intercambio. Ante este amor de Dios, experimentamos
una alegría inmensa y nos abrimos al grato reconocimiento por lo que hemos
recibido gratuitamente.
Pero
contemplar para agradecer no basta. También hay que seguir al Buen
Pastor. En particular, cuantos tienen la misión de guía en la Iglesia –
sacerdotes, Obispos, Papas – están llamados a asumir no la mentalidad del mánager sino
la del siervo,
a imitación de Jesús que, despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su
misericordia. A este estilo de vida pastoral – de Buen Pastor - están llamados
también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he
tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro.
Y dos de
ellos se van a asomar para agradecer las oraciones de todos ustedes y para
saludar…
Que María
Santísima obtenga para mí, para los Obispos y para los sacerdotes de todo el
mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación
del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa
guía pastoral».
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