La
resurrección de Cristo confirma su divinidad y cambia radicalmente la Historia
de cada uno de nosotros y de la Humanidad
Estos días de Pascua los cristianos y
muy especialmente los católicos estamos celebrando la resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. Las veces que he podido visitar el sepulcro de Cristo me ha
hecho una gran impresión pensar que en ese modesto habitáculo ha tenido lugar
el hecho más importante de toda la Historia del Universo. Es el capítulo 15 de
1ª Corintios el trozo del Nuevo Testamento que mejor expresa las consecuencias
para nosotros de la Resurrección: “resucitó al tercer día, según las
Escrituras” (v. 4); “si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha
resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana
también vuestra fe” (vv. 13-14); “si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no
tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados” (v. 17); “si los muertos no
resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (v. 32); “lo mismo es la
resurrección de los muertos, se siembra un cuerpo corruptible, resucita
incorruptible” (v. 42). Podremos decir por tanto con toda verdad que nos
jugamos todo a una sola carta: la de la resurrección de Cristo.
La
resurrección de Cristo confirma su divinidad y cambia radicalmente la Historia
de cada uno de nosotros y de la Humanidad. Y es que si nos fijamos bien, la
máxima aspiración de todos nosotros es ser felices siempre, aspiración que
supone para ser realizable que la muerte no es el fin de todo, y en
consecuencia, hay otra vida y hay resurrección. Cristo resucitó no sólo para
declararnos que es Dios hecho hombre, sino también como señal, prenda o
garantía de que yo también voy a resucitar.
En
nuestra civilización occidental, podemos decir hay fundamentalmente dos grupos
de personas: los creyentes y los no creyentes, que no son sólo dos opiniones
diversas, sino dos concepciones muy diversas del mundo en que vivimos y del
sentido de la vida. Para los creyentes Cristo es “el camino, la verdad y la
vida”. Para el discípulo de Cristo la Verdad y el Bien tienen una realidad
objetiva, porque existen una Ley y un Derecho Natural. Nuestra realización
personal exige coherencia y madurez. La conciencia es la voz interior
que exige hacer el bien y evitar el mal. Es en nuestra conciencia donde
Dios nos habla y donde la razón intentará discernir cómo actuar la ley externa
en función de nuestras circunstancias concretas.
Por ello
vale la pena vivir esta vida llenándola de sentido buscando mi felicidad a base
de amar al prójimo y hacer el bien. Y como lo que mueve, o al menos debiera
mover al creyente, es el Amor, ello repercute en que la inmensa mayoría de las
obras de caridad las realizan los creyentes y las instituciones eclesiales.
Incluso la Libertad, que todos ansiamos, la alcanzaremos si seguimos el camino
que nos señala Jesús: “La Verdad os hará libres” (Jn 8,32).
Para los
no creyentes en cambio, como no existe ningún Ser Superior al hombre no puede
haber resurrección ni otra vida. Su divisa es: “La Libertad os hará
verdaderos”. La libertad, en teoría, sería plena y absoluta, pero como se
encuentra con la libertad de los demás, el juez de los conflictos ha de ser un
juez humano, y como éste ha de mantenerse en un plano puramente humano, porque
cualquier otro plano no existe, ello significa la negación tanto de la Ley como
la del Derecho Natural. Al no existir principios universalmente válidos para la
práctica de la Verdad y el Bien, y al inspirarse muchas ideologías no creyentes
en el odio, lo que sucede de pende de la decisión del jefe de cada momento, y
se deja así paso libre a la arbitrariedad y al totalitarismo, como nos muestran
repetidos ejemplos históricos. Sólo así se puede entender que barbaridades como
“el dinero público no es de nadie”, la ideología de género, o el aborto no es
un crimen sino un derecho, sean realidades políticamente correctas y cuenten
con la aprobación de tantos que con tal de no tener líos y no comprometerse,
son capaces de callarse e incluso aprobar realidades que su conciencia, razón y
sentido común desaprueban.
En este
mundo donde hay tanto cobarde, quiero rendir homenaje a los cristianos que
están sufriendo persecución y hasta martirio por su fe, así como a aquéllos que
han aceptado ser políticamente incorrectos y han decidido ser defensores del
sentido común. Pero también quiero expresar mi simpatía por aquéllos que
piensan de sí mismos que son no creyentes, pero en realidad se equivocan porque
están dedicando su vida al servicio del Amor, de la Verdad, de la Justicia,
realidades que cuando se escriben con mayúscula son otros nombres de Dios.
También ellos oirán el “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el
reino…” (Mt 25,34).
Pedro Trevijano,sacerdote
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