La
Iglesia sabe que el amor no se compra
(RV).-
En su catequesis de la audiencia general –
celebrada el último miércoles de mayo en la Plaza de San Pedro y
ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de
numerosos países – el Papa Francisco, prosiguió sus reflexiones
sobre la familia y la vida real, centrándose, en esta ocasión,
en el noviazgo, llamado a poner las bases de un proyecto de amor
común asumido con plena conciencia.
Hablando
en italiano el Santo Padre explicó que la misma palabra
“noviazgo”, tiene que ver con la confianza, la confidencia y
la fiabilidad. Confidencia con la vocación que Dios da – dijo
también Francisco – porque el matrimonio es, ante todo, el descubrimiento de
una llamada de Dios.
Tras
destacar que es una cosa bella que hoy los jóvenes puedan elegir casarse
basándose en el amor recíproco, el Papa afirmó que precisamente la libertad del
vínculo requiere una consciente armonía de la decisión, y no sólo una relación
basada en la atracción o el sentimiento. Porque
como explicó el Obispo de Roma, el matrimonio, como vocación, establece
una alianza tan sólida y duradera, que hace de dos vidas una sola,
un auténtico milagro de la libertad humana y de la gracia
de Dios.
El
Papa también recordó que semejante alianza no se improvisa. De ahí que el
noviazgo cree las condiciones favorables para que el hombre y la mujer se
conozcan a fondo, para que maduren la decisión responsable por algo tan grande,
que no se puede comprar ni vender. Mientras la cultura consumista del
“usar y tirar” y del “todo y enseguida”, imperante en nuestra sociedad suele
tender a convertir el amor en un objeto de consumo, que no puede constituir el
fundamento de un compromiso vital.
Por
eso Francisco dijo que la Iglesia, en su sabiduría, precisamente
para proteger la profundidad del sacramento ha preservado la
distinción entre el noviazgo y el matrimonio. Y, de hecho, los cursos
prematrimoniales constituyen una expresión de su solicitud por la
preparación de los esposos.
El
Santo Padre concluyó afirmando que el tiempo del noviazgo puede llegar a ser un
tiempo de iniciación a la sorpresa de los dones
espirituales con los que el Señor, a través de la Iglesia,
enriquece el horizonte de la nueva familia que se dispone a vivir en su
bendición.
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