Texto completo.
Francisco recuerda que el corazón de Cristo acoge a
todos, adultos y niños, cultos e ignorantes, ricos y pobres, justos y
pecadores. Además, muestra su gratitud y afecto a las madres
Este domingo, el papa Francisco rezó la oración del Regina
Coeli desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una
multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el
mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino
les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy --Juan, capítulo 15-- nos conduce al
Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús, dice así: “Este es mi
mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Y,
pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: “Nadie tiene un amor
más grande que éste: dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si
hacéis lo que yo os mando”. Estas palabras, pronunciadas durante la Última
Cena, resumen todo el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él ha
hecho: Jesús dio la vida por sus amigos. Amigos que no le habían entendido, que
en el momento crucial le abandonaron, traicionaron y renegaron. Esto nos dice
que Él nos ama, a pesar de no merecer su amor. Así nos ama Jesús.
De esta manera, Jesús nos muestra el camino para seguirle,
el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que siempre es
algo abstracto o ajeno a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo porque Él
fue el primero en realizarlo, le dio carne, y así la ley del amor se escribe
una vez y para siempre en el corazón del hombre. Y ¿cómo está escrita? Está
escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús
nos da, también podemos caminar nosotros por este camino.
Es un camino concreto, un camino que nos lleva a ir más
allá de nosotros mismos para llegar a los demás. Jesús nos enseñó que el amor
de Dios se realiza en el amor al prójimo. Los dos van juntos. Las páginas del
Evangelio están llenos de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes,
ricos y pobres, justos y pecadores, todos han tenido acogida en el corazón de
Cristo.
Por lo tanto, esta Palabra de Dios nos llama a amarnos los
unos a los otros, aunque no siempre nos entendamos, no siempre estemos de
acuerdo... pero es precisamente ahí donde se ve el amor cristiano. Una amor que
se manifiesta aunque haya diferencias de opinión o de carácter, pero el amor es
más grande que estas diferencias. Y este es el amor que nos enseñó Jesús. Es un
amor nuevo, porque está renovado por Jesús y su Espíritu. Es un amor redimido,
liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón, como Jesús
mismo dice: “Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros, y
vuestro gozo sea completo”.
Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo
derrama en nuestros corazones, el que cumple cada día prodigios en la Iglesia y
en el mundo. Son muchos pequeños y grandes gestos que obedecen el mandamiento
del Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Gestos pequeños,
de cada día, gestos de cercanía a un anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona
sola y en dificultad, sin hogar, sin trabajo, inmigrante, refugiada... Gracias
a la fuerza de esta Palabra de Cristo, cada uno de nosotros puede ser cercano
al hermano y a la hermana que se encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad.
En estos gestos se manifiesta el amor que Cristo nos enseñó.
Que nuestra Madre Santísima nos ayude, para que en la vida
cotidiana de cada uno de nosotros el amor a Dios y el amor al prójimo siempre
estén unidos.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la
oración del Regina Coeli. Y al concluir la plegaria mariana, llegó el turno de
los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo a todos ustedes, familias, grupos religiosos,
asociaciones y peregrinos provenientes de Italia y de muchas partes del mundo,
en particular de Madrid, de Puerto Rico y de Croacia. Saludo a los fieles de
Guidonia y Portici; a los grupos escolares de Carrara, Bitonto y Lecco. Un
pensamiento especial para los jóvenes de la diócesis de Orvieto-Todi,
acompañados por su pastor, monseñor Tuzia: ¡sean cristianos valientes y
testigos de esperanza!
Saludo al Cuerpo Forestal del Estado, que organiza la
fiesta nacional de las Reservas Naturales para el redescubrimiento y el respeto
de las bellezas de la creación; a los participantes en el congreso promovido
por la Conferencia Episcopal Italiana en apoyo de una escuela de calidad y
abierta a las familias; a la delegación de mujeres de la “Komen Italia”, una
asociación para la lucha contra los tumores del pecho; y a cuantos han
participado en la iniciativa a favor de la vida que tuvo lugar esta mañana en
Roma: es importante colaborar juntos para defender y promover la vida.
Francisco también quiso dedicar unas palabras de gratitud y
afecto a todas las madres:
Y, hablando de vida, hoy en muchos países se celebra el día
de la madre. Recordamos con gratitud y afecto a todas las madres. Ahora me
dirijo a las madres que están aquí en la Plaza. ¿Hay? ¿Sí? ¿Hay madres? ¡Un
aplauso para ellas, para las madres que están en la Plaza! Y que este aplauso
abrace a todas las madres, a todas nuestras queridas madres: aquellas que
viven con nosotros físicamente, y también aquellas que viven con nosotros
espiritualmente. Que el Señor las bendiga a todas, y que la Virgen, a quien
está dedicado este mes, las custodie.
Como de costumbre, el Pontífice concluyó su intervención
diciendo:
Les deseo a todos un buen domingo, un poco caluroso... Y
por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
No hay comentarios:
Publicar un comentario