(RV).- Papa Francisco, en su
catequesis sobre la dimensión jerárquica de la Iglesia afirmó que, por el
servicio del ministerio episcopal el Señor se hace presente en la Iglesia, la
guía y la cuida.
En
la plaza del santuario de San Pedro, en Roma, ante miles de fieles y peregrinos
de Italia y del mundo, el obispo de Roma explicó que Cristo edifica la Iglesia
como su cuerpo, mediante los ministerios, entre los cuales se destaca el
ministerio episcopal. “En la persona y el ministerio del Obispo se expresa la
maternidad de la Iglesia, que nos engendra, alimenta y conforta con los
sacramentos”.
El
Sucesor en la Cátedra de Pedro dijo que “como sucesores de los Apóstoles,
también los obispos son enviados a anunciar el Evangelio y apacentar el rebaño
de Cristo. No se trata, por tanto, de un cargo honorífico, sino de un servicio
que se ha de realizar siguiendo el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor.” Y expresó
que, así como Jesús llamó a los Apóstoles unidos como una familia, “también los
obispos constituyen un solo colegio reunidos en torno al Papa, que es el
custodio y garante de la comunión entre ellos”.
El
Vicario de Cristo concluyó invitando a agradecer al Señor el servicio de los
obispos en la Iglesia, acompañándolos con el afecto y la oración.
Texto
completo de la catequesis del Santo
Padre
La
Iglesia, Santa Madre Iglesia Jerárquica
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!Hemos
escuchado las cosas que el Apóstol Pablo dice al Obispo Tito: “¿Pero cuántas
virtudes debemos tener los obispos?” ¿Hemos oído todos, no? No es fácil. No es
fácil porque nosotros somos pecadores. Pero nos confiamos a sus oraciones
para que al menos nos acerquemos a esas cosas que el apóstol Pablo aconseja
a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezarán por nosotros?
Ya
hemos tenido ocasión de señalar, en las catequesis precedentes, cómo el
Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en
el poder y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios,
con el fin de construir las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos
ministerios, se distingue aquel episcopal. En el Obispo, coadyuvado por
los presbíteros y diáconos, es Cristo mismo quien se hace presente y que
continúa cuidando a su Iglesia, asegurando su protección y guía.
En
la presencia y en el ministerio de los Obispos, Sacerdotes y Diáconos, podemos
reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia
Jerárquica. Y realmente a través de estos hermanos elegidos por el Señor y
consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejerce su maternidad: nos
engendra en el Bautismo como cristianos, haciéndonos nacer de nuevo en Cristo;
vigila nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña entre los brazos del Padre
para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos
alimenta con la palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre
nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos en
todo el transcurso de nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor,
sobre todo en los momentos más delicados de prueba, de sufrimiento y de muerte.
Esta
maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del Obispo y en
su ministerio. De hecho, como Jesús eligió a los apóstoles y los envió a predicar
el Evangelio y apacentar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son
colocados a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y
como un signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos,
por lo tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de un cargo
honorífico. El episcopado no es una condecoración, es un servicio.
Jesús lo ha querido así. No debe haber lugar en la Iglesia para la
mentalidad mundana. La mentalidad mundana, dice: “este hombre ha hecho la
carrera eclesiástica, se ha convertido en Obispo…”No. En la Iglesia no debe
haber lugar para esta mentalidad. El episcopado es un servicio, no es una
condecoración con la que jactarse. Ser Obispos quiere decir tener siempre ante
los ojos el ejemplo de Jesús, que como Buen Pastor, no vino a ser servido, sino
a servir (cf. Mt 20, 28; Mc 10,45), y para dar su vida por las ovejas (cf. Jn
10,11). Los santos Obispos - y hay muchos en la historia de la Iglesia, muchos
obispos santos - nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no
se compra, sino que se recibe en obediencia, no para elevarse, sino para
abajarse, al igual que Jesús que “se humilló, se hizo obediente hasta la
muerte, y una muerte en cruz “ (Flp 2,8). Es triste cuando se ve un hombre que
busca este oficio y que hace tantas cosas para llegar hasta allí, y cuando
llega allí, no sirve, se pavonea, vive solamente para su vanidad.
Hay
otro elemento precioso que merece ser resaltado. Cuando Jesús escogió y llamó a
los apóstoles, los pensó no separados el uno del otro, cada uno por su cuenta,
sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos como una sola familia. También
los Obispos constituyen un único colegio, reunidos en torno al Papa, que es el
custodio y garante de esta profunda comunión, tan querida por Jesús y por
sus mismos apóstoles. ¡Qué bello es, entonces, cuando los obispos junto con el
Papa expresan esta colegialidad y buscan ser más y más, más, más servidores de
los fieles, más servidores en la Iglesia! Lo hemos experimentado recientemente
en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los Obispos
desparramados en el mundo que, aun viviendo en localidades, culturas,
sensibilidades y tradiciones diferentes y distantes entre sí, de una parte a la
otra, - los otros días un obispo me decía que para llegar a Roma se
necesitaban, desde donde él está, más de 30 horas de avión…- tan lejos unos de
otros y se convierten en expresión de la unión íntima, en Cristo, y entre sus
comunidades . Y en la oración común eclesial, todos los Obispos se colocan
juntos en escucha del Señor y del Espíritu, pudiendo de este modo poner
atención en profundidad al hombre y a los signos de los tiempos (cf. Conc.
Concilio Ecuménico. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 4 ).
Queridos
amigos, todo esto nos hace comprender por qué las comunidades cristianas
reconocen en el Obispo un gran don, y están llamadas a alimentar una comunión
sincera y profunda con él, empezando por los presbíteros y diáconos. No
es una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están
unidos al obispo. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús
ha querido esta unión de todos los fieles con el obispo, también de los
diáconos y de los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia de que es
justamente en el Obispo que se hace visible la relación de cada Iglesia con los
Apóstoles y con todas las otras comunidades, unidas con sus Obispos y con el
Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia
jerárquica. Gracias.
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