En
su catequesis el Papa Francisco se refirió al significado de la vocación
universal a la santidad y al modo de realizarla.
Francisco
aclaró ante todo que no obtenemos la santidad por nuestras capacidades o
cualidades personales, puesto que se trata de un don de Dios. De ahí que la
santidad sea un descubrirse en plena comunión con Él, en la plenitud de su vida
y de su amor.
También
recordó que nadie está excluido de la llamada a la santidad, que constituye el
carácter distintivo de todo cristiano, y que debemos vivirla en el amor y en el
testimonio diario.
Asimismo
puso de manifiesto que esta llamada a la santidad no es una carga pesada, sino
una invitación a vivir con alegría y amor cada momento de nuestra vida,
transformándolo en un don para quienes nos rodean. Porque como dijo el Papa:
“Cada paso hacia la santidad hace a las personas mejores, libres de egoísmo y
abiertas a los hermanos y a sus necesidades”.
Texto completo de la
catequesis del Papa
La
Iglesia: Universal vocación a la Santidad
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Un
gran don del Concilio Vaticano II ha sido aquel de haber recuperado una visión
de Iglesia fundada sobre la comunión y de haber vuelto a incluir también el
principio de la autoridad y de la jerarquía en tal perspectiva. Esto nos ha
ayudado a entender mejor que todos los cristianos como bautizados, tienen igual
dignidad ante el Señor y están unidos por la misma vocación, que es aquella a
la santidad. (cfr Cost. Lumen Gentium, 39-42). Ahora nos preguntamos: ¿en qué
consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?
Ante
todo debemos tener bien presente que la santidad no es algo que nos procuramos
nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras
capacidades. La santidad es un don, es el don que nos da el Señor Jesús, cuando
nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los
Efesios, el apóstol Pablo afirma que “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por
ella, para santificarla (Ef 5,25-26). Por esto, de verdad la santidad es el
rostro más bello de la Iglesia, es el rostro más bello: es descubrirse en
comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por lo
tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad
es un don que es ofrecido a todos, nadie está excluido, por lo cual, constituye
el carácter distintivo de todo cristiano.
Todo
esto nos hace comprender que para ser santos, no es necesario por fuerza ser
obispos, sacerdotes o religiosos, no. ¡Todos estamos llamados a volvernos
santos! Tantas veces estamos tentados en pensar que la santidad esté reservada
solamente a aquellos que tienen la posibilidad de separarse de los quehaceres
ordinarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno
piensa que la santidad es cerrar los ojos y hacer cara de estampita. ¡No, no es
aquella la santidad! La santidad es algo más grande, más profundo que nos da
Dios. Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio
testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a
volvernos santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el
cual se encuentra. ¿Pero tú eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con
alegría tu donación y tu ministerio. ¿Eres casado? Sé santo amando y cuidando
de tu marido o de tu esposa, como ha hecho Cristo con la Iglesia. ¿Eres un
bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu
trabajo y ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos. “Pero, padre, yo
trabajo en una fábrica, yo trabajo como contador, siempre con los números...ahí
no se puede ser santo”. “¡Sí, se puede! Allí, donde tú trabajas, tú puedes
convertirte en santo. Dios te da la gracia de convertirte en santo, Dios se
comunica contigo”.
Siempre
y en todo lugar se puede ser santo, es decir, abrirse a esta gracia que trabaja
dentro de nosotros y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo
enseñando con pasión a los hijos o nietos a conocer y seguir a Jesús. Y se
necesita tanta paciencia para esto, para ser un buen padre, un buen abuelo, una
buena madre, una buena abuela, se necesita tanta paciencia, y en esta paciencia
llega la santidad: ejercitando la paciencia. ¿Eres catequista, educador o
voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su
presencia junto a nosotros. He aquí: cada estado de vida conduce a la santidad,
¡siempre! En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento
y con el estado de vida que tú tienes, ha sido abierto el camino hacia la
santidad. No se desanimen de ir por este camino. Es justamente Dios quien te da
la gracia. Y lo único que nos pide el Señor es que estemos comunión con Él y al
servicio de los hermanos.
En
este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco de examen de conciencia –
ahora podemos hacerlo, cada uno responde en silencio a sí mismo, dentro suyo,
en silencio: ¿cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la
santidad? ¿Tengo ganas de ser un poco mejor, de ser más cristiano, más
cristiana? Éste es el camino hacia la santidad. Cuando el Señor nos invita a
convertirnos en santos, no nos llama a algo pesado, triste...¡Todo lo
contrario! Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y ofrecer con
alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en
un don de amor para las personas que nos rodean. Si comprendemos esto, todo
cambia y adquiere un significado nuevo, un significado bello, a partir de las
pequeñas cosas de cada día.
Un
ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra una vecina,
comienzan a hablar y luego…llegan las habladurías. Y esta señora dice: “no, yo
no hablaré mal de nadie”. ¡Éste es un paso hacia la santidad! ¡Esto te ayuda a
ser más santo! Luego, en tu casa, tu hijo te pide hablar contigo de sus cosas
fantasiosas: “Oh, estoy tan cansado hoy, he trabajado mucho”. Pero tú:
¡acomódate y escucha a tu hijo, que tiene necesidad! Te acomodas, lo escuchas
con paciencia y… ¡éste es un paso hacia la santidad! Luego, termina el día,
estamos todos cansados, pero ¿y la oración? ¡Hagamos la oración! ¡ése es un
paso hacia la santidad! Llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a
veces también una buena confesión que nos limpie un poco… ¡Ése es un paso hacia
la santidad! Después…la Virgen, tan buena y tan bella…tomo el rosario y le rezo…
¡éste es un paso hacia la santidad! Tantos pasos hacia la santidad, pequeñitos.
Voy por la calle, veo un pobre, un necesitado, me detengo, le pregunto, le doy
algo…Es un paso hacia la santidad. ¡Pequeñas cosas! Son pequeños pasos hacia la
santidad. Cada paso hacia la santidad nos hará mejores personas, libres del
egoísmo y de la cerrazón en sí mismas, y abiertos a los hermanos y sus
necesidades.
Queridos
amigos, en la primera carta de Pedro se nos dirige esta exhortación: “Cada uno,
como buen administrador de la multiforme gracia de Dios, ponga al servicio de
los demás los dones que haya recibido. Quien predica, hable como quien entrega
palabras de Dios; el que ejerce algún ministerio hágalo como quien recibe de
Dios ese poder; de modo que en todo sea glorificado Dios por medio de
Jesucristo (4,10-11)”. ¡Ésta es la llamada a la santidad! Recibámosla con
alegría y sostengámonos los unos a los otros, porque el camino a la santidad no
se recorre solo, cada uno por su cuenta, sino que se recorre juntos, en aquel
único cuerpo que es la Iglesia, amada y santificada por el Señor Jesucristo.
Vamos hacia adelante con coraje en este camino de la santidad. Gracias.
Texto completo
del resumen de la catequesis del Papa en nuestro idioma:
Queridos
hermanos y hermanas:
La
catequesis de hoy está centrada en la vocación universal a la santidad.
¿En
qué consiste esta vocación y cómo podemos realizarla? La santidad no la
obtenemos por nuestras capacidades o cualidades personales. Es ante todo un don
de Dios que nos hace el Señor Jesús revistiéndonos de Él mismo. Por lo tanto,
la santidad es un descubrirse en plena comunión con Él, en la plenitud de su
vida y de su amor. De esta manera, nadie queda excluido de la llamada a la
santidad, la cual constituye el carácter distintivo de todo cristiano, urgido a
vivirla en el amor y en el testimonio diario, cada uno en las condiciones y en
el estado de vida en el cual se encuentra.
En
la Primera Carta de San Pedro escuchamos: “Que cada uno viva según la gracia
recibida, poniéndola al servicio de los demás, como buenos administradores de
la gracia de Dios”. La llamada a la santidad no es una carga pesada, sino una
invitación a vivir con alegría y amor cada momento de nuestra vida,
transformándolo al mismo tiempo en un don para las personas que nos rodean.
Cada paso hacia la santidad hace a las personas mejores, libres de egoísmo y
abiertas a los hermanos y a sus necesidades.
Saludo
a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de
España, Argentina, México, Costa Rica y República Dominicana, así como a los
venidos de otros países latinoamericanos. Acojamos con alegría la
invitación a la santidad y sostengámonos los unos a los otros en este camino
que no se recorre solo, sino en comunión con aquel único cuerpo que es la
Iglesia, nuestra Santa Madre, la Iglesia jerárquica. Muchas gracias y que el
Señor les bendiga.
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