Texto
completo del discurso del Papa a los participantes en el Peregrinaje de la
Familia Paulina para el centenario de su fundación:
¡Queridos hermanos y hermanas
de la Familia Paulina!
Con alegría los recibo con motivo de su centenario. Saludo a los
señores Cardenales, a los Obispos, Sacerdotes, personas consagradas y fieles
laicos. Agradezco al Vicario General por sus palabras, y me asocio de corazón
al recuerdo del difunto Superior General, P. Silvio Sassi, que participa desde
el cielo en este momento de fiesta.
1.Esta fiesta de su centenario les ofrece la oportunidad de
renovar el compromiso de vivir la fe y de comunicarla, particularmente a través
de los instrumentos editoriales y multimedia, propios de su carisma.
Destinatarios de la buena noticia de que Dios es amor, y en Jesucristo, se
comunica a la humanidad, son todos los hombres, cada hombre y mujer que vive en
este mundo; y el destinatario es todo hombre, en la integralidad de su persona,
de su historia, su cultura.
“Ustedes han recibido
gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt 10,8), dice Jesús. En estas
palabras está el secreto de la evangelización, que es comunicar el Evangelio en
el estilo del Evangelio, es decir, la gratuidad: la gratuidad, sin negocio.
Gratuidad. La alegría del don recibido por puro amor se comunica con
amor. Gratuidad y amor. Sólo quien ha experimentado tal alegría puede
comunicarla, es más, no puede no comunicarla, porque “el bien siempre tiende a
comunicarse…Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. (Evangelii
gaudium, 9).
Los animo a continuar en
el camino que p. Alberione abrió y su familia ha recorrido hasta ahora,
manteniendo siempre la mirada dirigida hacia vastos horizontes. Nunca debemos olvidar
que “la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del
Evangelio a aquellos que no conocen a Jesucristo o que siempre lo han negado.
Muchos de ellos buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su
rostro, incluso en países de antigua tradición cristiana. Todos tienen derecho
a recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de proclamarlo sin
excepción” (ibid., 14). Este impulso “ad gentes”, pero también a las periferias
existenciales, este empuje “católico”, ustedes lo tienen en la sangre, en el
“ADN”, por el mismo hecho de que su fundador fue inspirado por la figura y la
misión del Apóstol Pablo.
2. El Concilio Vaticano II nos ha presentado la Iglesia como
pueblo en camino hacia una meta que supera todo y todo lo logrado en Dios y en
su gloria. Esta visión de la Iglesia en camino es expresiva de la esperanza
cristiana; de hecho, el fin último del accionar de nosotros los cristianos en
la tierra es la posesión de la vida eterna. Por lo tanto, nuestro ser Iglesia en
camino, mientras nos arraiga en el compromiso de anunciar a Cristo y su amor
por todas las criaturas, que nos impide seguir siendo prisioneros de las
estructuras terrenales y mundanas; tiene abierto el espíritu y nos hace capaces
de perspectivas y instancias que encontrarán su cumplimiento en la beatitud del
Señor.
De esta perspectiva de esperanza, las personas consagradas son
testigos especiales, sobre todo con un estilo de vida marcado por la alegría.
La presencia de los religiosos es un signo de alegría. Aquella alegría que
brota de la experiencia íntima de Dios que llena nuestros corazones y nos
hace verdaderamente felices, por lo que no necesitamos buscar nuestra alegría
en otra parte. Otros elementos importantes que alimentan la alegría de los
religiosos son la genuina fraternidad experimentada en la comunidad y la
completa oblación para servir a la Iglesia y a los hermanos, especialmente a
los más necesitados.
Y aquí, es necesario
mencionar el amor por la unidad de la Iglesia. Todo su trabajo, el celo
apostólico, debe estar lleno de este amor por la unidad. Nunca favorecer
conflictos, nunca imitar aquellos medios de comunicación que sólo buscan el
espectáculo de los conflictos y provocan el escándalo de las almas. Favorecer
siempre la unidad de la Iglesia, la unidad que Jesús pidió al Padre como don
para su esposa.
3.El Beato Santiago Alberione vislumbraba en el anuncio de Cristo
y del Evangelio a las masas populares, la caridad más auténtica y más necesaria
que se pudiera ofrecer a los hombres y mujeres sedientos de verdad y justicia.
Él fue tocado en profundidad por las palabras de San Pablo: “¡Ay de mí si no
predicara el Evangelio!”(1 Cor 9,16) y las hizo el ideal de su propia vida y
misión. Siguiendo las huellas de Jesús e imitando el Apóstol de las gentes,
supo ver las multitudes como ovejas perdidas y necesitadas de indicaciones
seguras en el camino de la vida. Por lo tanto, ha pasado toda su existencia
partiendo para ellos el pan de la Palabra con lenguajes adecuados a los
tiempos. Así también ustedes están llamados a dedicarse al servicio de la gente
de hoy, a quien el Espíritu los envía, con creatividad y fidelidad dinámica a
su carisma, identificando las formas más adecuadas para que Jesús sea
anunciado. Los vastos horizontes de la evangelización y la urgente necesidad de
dar testimonio del mensaje evangélico. No sólo decirlo. Ser testigos con sus
propias vidas. Y este testimoniar a todos constituye el campo de su apostolado.
Muchos todavía esperan conocer a Jesucristo. La fantasía de la caridad no
conoce límites y sabe abrir nuevos caminos para llevar el soplo del Evangelio
en las culturas y en los más diferentes ámbitos de la sociedad.
Una misión tan urgente requiere conversión personal y comunitaria
incesante. Sólo los corazones totalmente abiertos a la acción de la gracia son
capaces de interpretar los signos de los tiempos y de captar los llamados de la
humanidad necesitada de esperanza y de paz. En su seguimiento de Cristo y en su
testimonio, les será ciertamente de ayuda el Año de la Vida Consagrada, que
está por iniciar en pocos días.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen Santa, Madre de la
Iglesia, los ayude y sea la guía segura del camino de la Familia Paulina,
para que pueda llevar a cumplimiento todo proyecto de bien. Con estos deseos,
les aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de ustedes y a su vez, les
pido que por favor recen por mí. Y ahora con gusto invoco la bendición del
Señor sobre ustedes, sobre quienes representan, sobre los lectores de sus
revistas y sobre quienes encuentren en su a apostolado diario. Y todos juntos
rezamos a la Virgen: “Dios te salve, María ...”.
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