Texto de la homilía del Papa Francisco en la Jornada de la Vida Consagrada
Pongamos
ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en
brazos. Lo lleva al Templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su
pueblo.
Los
brazos de su Madre son como la “escalera” por la que el Hijo de Dios baja hasta
nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios. Lo hemos oído en la
primera Lectura, tomada de la Carta a los Hebreos: Cristo «tenía que parecerse
en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel» (2,17). Es el
doble camino de Jesús: bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al
Padre, haciéndonos semejantes a Él.
Podemos
contemplar en nuestro corazón este movimiento imaginando la escena del
Evangelio: María que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la
que va caminando, pero su Hijo va delante de ella. Ella lo lleva, pero es Él
quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que
nosotros podamos ir a Él.
sús
ha recorrido nuestro mismo camino para mostrarnos el camino nuevo, es decir el
«camino nuevo y vivo» (cf. Hb 10,20) que es Él mismo. Y para nosotros, los
consagrados, este es el único camino concreto y sin alternativas, debemos
recorrerlo con alegría y esperanza.
Hasta
en cinco ocasiones insiste el Evangelio en la obediencia de María y José a la
“Ley del Señor” (cf. Lc 2,22.23.24.27.39). Jesús no vino para hacer su
voluntad, sino la voluntad del Padre; y esto –dijo Él– era su “alimento” (cf.
Jn 4,34). Así, quien sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia,
imitando de alguna manera la “condescendencia” del Señor, abajándose y haciendo
suya la voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí
mismo (cf. Flp 2,7-8).
Para
un religioso, progresar significa abajarse en el servicio, es decir hacer el
mismo camino de Jesús, que «no considero un privilegio ser igual a Dios» (Fil
2,6). Abajarse haciéndose siervo para servir.
Y
este camino adquiere la forma de la regla, que recoge el carisma del fundador,
sin olvidar que la regla insustituible, para todos, es siempre el Evangelio.
Pero el Espíritu Santo, en su infinita creatividad, lo traduce también en las
diversas reglas de vida consagrada, que nacen todas de la sequela Christi (del
seguimiento de Jesús), es decir de este camino de abajarse sirviendo.
Mediante
esta “ley” los consagrados pueden alcanzar la sabiduría, que no es una actitud
abstracta sino obra y don del Espíritu Santo, y un signo evidente de esta
sabiduría es la alegría. Si, la alegría evangélica del religioso es
consecuencia del camino de abajamiento con Jesús … Y, cuando estamos
tristes, cuando nos quejamos, nos hará bien preguntarnos como estamos viviendo
esta dimensión kenotika.
En
el relato de la Presentación de Jesús al Templo, la sabiduría está representada
por los dos ancianos, Simeón y Ana: personas dóciles al Espíritu Santo (se le
nombra 3 veces), guiadas por Él, animadas por Él. El Señor les concedió la
sabiduría tras un largo camino de obediencia a su ley, obediencia que, de una
parte, humilla y niega a sí mismo, pero, de otra parte, la obediencia enciende
y custodia la esperanza, haciéndola creativa, porque estaban llenos de Espíritu
Santo. Ellos celebran incluso una especie de liturgia, hacen una liturgia en
torno al Niño cuando entra en el templo: Simeón alaba al Señor y Ana “predica”
la salvación (cf. Lc 2,28-32.38). Como en el caso de María, también el anciano
Simeón toma al Niño entre sus brazos, pero, en realidad, es el Niño quien lo
agarra y lo guía. La liturgia de las primeras Vísperas de la Fiesta de hoy lo
expresa clara y concisamente: «Senex puerum portabat, puer autem senem
regebat». Tanto María, joven madre, como Simeón, anciano “abuelo”, llevan al
Niño en brazos, pero es el mismo Niño quien los guía a ellos.
Es
curioso notar que en esta escena los creativos no son los jóvenes, sino los
ancianos: los jóvenes, como María y José, siguen la ley del Señor, en el camino
de la obediencia. Los ancianos como Simeón y Ana, ven en el Niño el
cumplimiento de la ley y de las promesas de Dios. Y son capaces de hacer
fiesta: son creativos en la alegría, en la sabiduría. Todavía, el Señor
transforma la obediencia en sabiduría, con la acción de su Espíritu Santo. A
veces, Dios puede dar el don de la sabiduría a un joven inexperto, basta que
esté dispuesto a recorrer el camino de la obediencia y de la docilidad al
Espíritu. Esta obediencia y esta docilidad no es un hecho teórico, sino que
están en relación a la lógica de la encarnación del Verbo: docilidad y
obediencia a un fundador, docilidad y obediencia a una regla concreta,
docilidad y obediencia a un superior, docilidad y obediencia a la Iglesia. Se
trata de una docilidad y obediencia concreta.
Perseverando
en el camino de la obediencia, madura la sabiduría personal y comunitaria, y
así es posible también replantear las reglas a los tiempos: de hecho, la
verdadera “actualización” es obra de la sabiduría, forjada en la docilidad y la
obediencia.
El
fortalecimiento y la renovación de la Vida Consagrada pasan por un gran amor a
la regla, y también por la capacidad de contemplar y escuchar a los mayores de
la congregación. Así, el “depósito”, el carisma de una familia religiosa, queda
custodiado juntos tanto por la obediencia como por la sabiduría. Y, a través de
este camino, somos preservados de vivir nuestra consagración de manera light,
de manera desencarnada, como si fuera una gnosis, que reduciría la vida
religiosa a una “caricatura”, una caricatura en la cual se actúa un seguimiento
sin renuncia, una oración sin encuentro, una vida fraterna sin comunión, una
obediencia sin confianza y una caridad sin trascendencia.
También
nosotros, como María y como Simeón, queremos llevar hoy en brazos a Jesús para
que Él encuentre a su pueblo, y seguramente lo conseguiremos si nos dejamos
aferrar por el misterio de Cristo. Guiemos el pueblo a Jesús, dejando a su vez
guiarnos por Él. Esto es lo que tenemos que ser: guías guiados.
Que
el Señor, por intercesión de María, nuestra Madre, de San José y de los santos
Simeón y Ana, nos conceda lo que le hemos pedido en la Oración colecta: «ser
presentados delante de ti con el alma limpia». Así sea.
Fuente: Radio Vaticana
Fuente: Radio Vaticana
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