«Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8)
Queridos
jóvenes:
Seguimos
avanzando en nuestra peregrinación espiritual a Cracovia, donde tendrá lugar la
próxima edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de
2016. Como guía en nuestro camino, hemos elegido el texto evangélico de las
Bienaventuranzas. El año pasado reflexionamos sobre la bienaventuranza de los
pobres de espíritu, situándola en el contexto más amplio del “sermón de la
montaña”. Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y
el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la
búsqueda de la felicidad. Este año reflexionaremos sobre la sexta
Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios» (Mt 5,8).
1.
El deseo de felicidad
La
palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran
predicación de Jesús (cf. Mt 5,1-12). Es como un estribillo que nos recuerda la
llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las
dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
Queridos
jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la
felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo
anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están
inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de
infinito?
Los
primeros capítulos del libro del Génesis nos presentan la espléndida
bienaventuranza a la que estamos llamados y que consiste en la comunión
perfecta con Dios, con los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos. El
libre acceso a Dios, a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto
sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad
y trasparencia todas las relaciones humanas. En este estado de pureza original,
no había “máscaras”, subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros.
Todo era limpio y claro.
Cuando
el hombre y la mujer ceden a la tentación y rompen la relación de comunión y
confianza con Dios, el pecado entra en la historia humana (cf. Gn 3). Las
consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los
unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas. La pureza de los
orígenes queda como contaminada. Desde ese momento, el acceso directo a la
presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el
hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez. Sin la luz que proviene de la
visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope.
La “brújula” interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su
punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer
a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia.
En
los Salmos encontramos el grito de la humanidad que, desde lo hondo de su alma,
clama a Dios: «¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de
nosotros?» (Sal 4,7). El Padre, en su bondad infinita, responde a esta súplica
enviando a su Hijo. En Jesús, Dios asume un rostro humano. Con su encarnación,
vida, muerte y resurrección, nos redime del pecado y nos descubre nuevos
horizontes, impensables hasta entonces.
Y
así, en Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus
sueños de bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas
veces frustradas por las falsas promesas mundanas. Como dijo san Juan Pablo II:
«Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de
radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les
empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el
corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el
que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de
oración en Tor Vergata, 19 agosto 2000).
2.
Bienaventurados los limpios de corazón…
Ahora
intentemos profundizar en por qué esta bienaventuranza pasa a través de la
pureza del corazón. Antes que nada, hay que comprender el significado bíblico
de la palabra corazón. Para la cultura semita el corazón es el centro de los
sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la persona humana. Si
la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1
Sam 16,7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde
podemos ver a Dios. Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano
en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado.
En
cuanto a la definición de limpio, la palabra griega utilizada por el
evangelista Mateo es katharos, que significa fundamentalmente puro, libre de
sustancias contaminantes. En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una
determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe
el contacto con cosas y personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros)
consideradas impuras. A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces,
no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre
la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de
fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro
al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos
propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc
7,15.21-22).
Por
tanto, ¿en qué consiste la felicidad que sale de un corazón puro? Por la lista
que hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro, vemos que se trata
sobre todo de algo que tiene que ver con el campo de nuestras relaciones. Cada
uno tiene que aprender a descubrir lo que puede “contaminar” su corazón,
formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la
voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12,2). Si hemos de
estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua,
los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de
lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta
“ecología humana” nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas
bellas, del amor verdadero, de la santidad.
Una
vez les pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿en qué descansa su corazón? (cf.
Entrevista con algunos jóvenes de Bélgica, 31 marzo 2014). Sí, nuestros
corazones pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden
encontrar auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles.
El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios.
¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a
los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando
esta convicción desaparece, el ser humano se convierte en un enigma
incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es
sabernos amados incondicionalmente por Dios. ¿Recuerdan el diálogo de Jesús con
el joven rico (cf. Mc 10,17-22)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró
con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el
verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena
de amor, les acompañe durante toda su vida.
Durante
la juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo
profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta
capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea
falseado, destruido o menoscabado. Esto sucede cuando nuestras relaciones están
marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines
egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y
triste tras esas experiencias negativas. Se lo ruego: no tengan miedo al amor
verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es
paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado
ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co
13,4-8).
Al
mismo tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al
amor, les pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar
el amor, sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual,
privándolo así de sus características esenciales de belleza, comunión,
fidelidad y responsabilidad. Queridos jóvenes, «en la cultura de lo
provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar”
el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones
definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en
cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente;
sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que,
en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree
que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en
ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Y
atrévanse también a ser felices» (Encuentro con los voluntarios de la JMJ de
Río de Janeiro, 28 julio 2013).
Ustedes,
jóvenes, son expertos exploradores. Si se deciden a descubrir el rico magisterio de la Iglesia en este
campo, verán que el cristianismo no consiste en una serie de prohibiciones que
apagan sus ansias de felicidad, sino en un proyecto de vida capaz de atraer nuestros
corazones.
3.
... porque verán a Dios
En
el corazón de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del
Señor: «Busquen mi rostro» (Sal 27,8). Al mismo tiempo, tenemos que
confrontarnos siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que
leemos, por ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte
del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes
y puro corazón» (Sal 24,3-4). Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos: en la
Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da el
primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su
presencia.
El
profeta Isaías, cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su
nombre, se asustó: «¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios
impuros!» (Is 6,5). Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó
la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v. 7).
En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago
de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a
sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8). La
respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres»
(v. 10). Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor,
muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a
mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
La
invitación del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en
cualquier lugar o situación en que se encuentre. Basta «tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón
para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 3). Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados
por el Señor. Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él
nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la
Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que
purifica y recrea nuestros corazones.
Sí,
queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos
“ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila,
que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus
padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que
describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con
quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan?
¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como
se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo
de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un
campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario,
«yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
También
les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada
Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios.
Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones,
que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105). Descubran que se puede “ver” a
Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados:
los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados
(cf. Mt 25,31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para
entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los
pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que
sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El
encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida
fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les
sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder
su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia
personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene
para sus vidas.
Algunos
de ustedes sienten o sentirán la llamada del Señor al matrimonio, a formar una
familia. Hoy muchos piensan que esta vocación está “pasada de moda”, pero no es
verdad. Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un
período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la
Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a considerar la llamada
a la vida consagrada y al sacerdocio. Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la
vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse
la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida. A
partir de su “sí” a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de
esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es
nuestra felicidad.
4.
En camino a Cracovia
«Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Queridos jóvenes,
como ven, esta Bienaventuranza toca muy de cerca su vida y es una garantía de
su felicidad. Por eso, se lo repito una vez más: atrévanse a ser felices.
Con
la Jornada Mundial de la Juventud de este año comienza la última etapa del
camino de preparación de la próxima gran cita mundial de los jóvenes en
Cracovia, en 2016. Se cumplen ahora 30 años desde que san Juan Pablo II
instituyó en la Iglesia las Jornadas Mundiales de la Juventud. Esta
peregrinación juvenil a través de los continentes, bajo la guía del Sucesor de
Pedro, ha sido verdaderamente una iniciativa providencial y profética. Demos
gracias al Señor por los abundantes frutos que ha dado en la vida de muchos
jóvenes en todo el mundo. Cuántos descubrimientos importantes, sobre todo el de
Cristo Camino, Verdad y Vida, y de la Iglesia como una familia grande y
acogedora. Cuántos cambios de vida, cuántas decisiones vocacionales han tenido
lugar en estos encuentros. Que el santo Pontífice, Patrono de la JMJ, interceda
por nuestra peregrinación a su querida Cracovia. Y que la mirada maternal de la
Bienaventurada Virgen María, la llena de gracia, toda belleza y toda pureza,
nos acompañe en este camino.
Fuente.Radio Vaticano
Fuente.Radio Vaticano
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