El agradecimiento es la experiencia en la que nos hacemos conscientes de lo que hemos recibido.: ¿qué tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7).
El
agradecimiento es la relación básica de todas las relaciones. Es reconocer que
hemos recibido todo, es la primera experiencia religiosa. Es descubrir que en
tu hermano hay un amor divino.
El
agradecimiento es la fuerza que nos moviliza, se expresa pero hay que vivirlo,
es caer en la cuenta de todo lo recibido.
Dice
un refrán castellano: “Ser agradecidos es de ser bien nacidos”.
La gratitud,
además de ser propia de las buenas maneras, es una de las vías que conducen a
la felicidad; la vida se torna diferente cuando es vista a la luz de ésta.
La
gratitud abre los ojos, el corazón y la conciencia, puesto que por más
insignificante que algo parezca, esta virtud lo engrandece y lo llena de gozo.
Quien no agradece lo que es, lo que recibe y lo que tiene, vive amargado
anhelando lo que no ha podido lograr.
Subrayar
el valor de la gratitud en la educación de los hijos, les proporciona una capacidad
de goce y asombro ante las maravillas de la vida tan primordial en el ser
humano.
La
gratitud es la virtud que nos lleva a tomar conciencia de los dones que
recibimos cada día, a valorar la generosidad del que nos los da y a mover
nuestra voluntad para corresponder a estos dones, aprovecharlos, desarrollarlos
y ponerlos al servicio de los demás.
Así
pues, la vivencia de esta virtud promueve otros preceptos que se convierten en
estupendas piezas para la construcción de la madurez: el valor del esfuerzo, la
humildad, la reciprocidad, el respeto, la generosidad, la laboriosidad, entre
otros.
La gratitud se aprende en la familia
Los
padres han de proponerse que sus hijos vivan el agradecimiento como una actitud
habitual, tanto en el trato con los demás, como con la vida misma y con quien la
hizo posible. De igual modo, es importante enseñarles a agradecer los alimentos
que reciben, la posibilidad de estudiar, de tener una familia, de compartir con
otros, de aprender… en fin, tantas y tantas cosas que por momentos se nos
vuelven invisibles a la vista y damos por hecho que nos pertenecen.
De
esta forma los hijos toman conciencia de que el mundo no está rendido a sus
pies en espera de que ellos pronuncien su petición, sino que las cosas que se
obtienen merecen un valor y un agradecimiento.
La
falta de gratitud permite y produce sentimientos de infelicidad ante lo que no
tenemos o somos, y que, según nosotros, merecemos. Y al vivir la gratitud, se
eliminará de su vida esta posible fuente de tristeza e infelicidad.
Cómo promover la gratitud en casa
Las
siguientes son algunas ideas que promueven la virtud de la gratitud en el
hogar. No hay que olvidar que son aplicables a todos los miembros de la
familia, no sólo a los chicos, pues el ejemplo de los padres es un elemento
básico para el aprendizaje de valores.
·Fijarse en las cosas buenas que suceden, así como en las
fortalezas de las personas.
El
mundo necesita una buena dosis de gratitud hacia los demás y un poco menos de
reivindicaciones. Hay que pedir lo que nos falta y nos corresponde, pero sin
olvidar que también hay que agradecer lo que recibimos.
Que
nuestra actitud, como padres, sea siempre dar gracias por nuestra vida, por la
vida de nuestros hijos y celebrar el amor. Más allá de los resultados
obtenidos, también y a pesar de haber vivido experiencias de contradicción, o
quizá, precisamente por ellas, poder dar gracias. Mirar hacia atrás y poder
decir de corazón: “Merece la pena vivir”
El
hombre lo quiere todo para sí; pero Dios con su Palabra lo va educando de
manera que el hombre aprenda a recibir lo que Dios le da como don. Pedir no
para apropiarse es ya aprender a fiarse y a reconocer el don de Dios: que Dios
da no según nuestras expectativas; que Dios no gratifica inmediatamente sino
que responde, sí, pero de manera desconcertante. Cuando vamos entrando en esta
dinámica ya no se es el de antes. Sabe que puede pedir y esperarlo todo de Dios
porque no necesita controlar la respuesta.
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