(RV).- Impulsar el encuentro,
el diálogo y
la escucha, como nos enseña Jesús, que es paciente y
nos ofrece un camino de conversión interior,
que nos hace crecer en la caridad y en la verdad.
Y nos impulsa a rogar el don de la comunión plena de todos los cristianos,
sedientos de paz y fraternidad, para que brille ‘el sagrado misterio de la
unidad de la Iglesia’ como signo e instrumento de reconciliación para el mundo
entero. Fue la exhortación del Obispo
de Roma, que presidió las segundas Vísperas de la
Solemnidad de la Conversión de San Pablo Apóstol, como es tradicional en la
basílica papal dedicada al Apóstol de las gentes, culminando así la Semana
de oración por la unidad de los cristianos 2015.
Reflexionando sobre el tema de este año, con las palabras de Jesús
a la samaritana: ‘Dame de beber’, del Evangelio de San Juan, el Papa
Francisco se refirió a las
controversias entre los cristianos, heredadas del pasado, e hizo hincapié en la
importancia de comprender lo que nos une. Es decir, «la llamada a participar en el misterio del
amor del Padre, revelado por el Hijo a través del Espíritu Santo». «Nos necesitamos unos a otros, necesitamos encontrarnos
y confrontarnos guiados por el Espíritu Santo, que armoniza la diversidad y
supera los conflictos».
Jesús
es la fuente de Agua viva que apaga la sed de amor, de justicia y libertad. Y ante una multitud de
hombres y mujeres cansados y sedientos, los cristianos estamos llamados a ser
evangelizadores: «todos
estamos al servicio del único y mismo Evangelio», señaló el Santo Padre, reiterando que Jesús
es la fuente de la que brota el agua del Espíritu Santo, es decir, «el amor de
Dios derramado en nuestros corazones» (Rm 5,5) el día del Bautismo.
«Queridos hermanos y hermanas, hoy nosotros, que estamos sedientos
de paz y fraternidad,
invocamos con corazón confiado que el Padre celestial, por medio de Jesucristo, único Sacerdote, y la intercesión de la Virgen
María, el apóstol Pablo y
todos los santos, nos dé el don de la plena comunión de todos los cristianos,
para que pueda brillar «el sagrado misterio de la unidad
de la Iglesia» (Conc. Ecum.
Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 2), como
signo e instrumento de reconciliación
para el mundo entero».
El Papa se refirió finalmente al ecumenismo de la sangre.
En este momento quisiera recordar a todos nuestros mártires perseguidos y
asesinados porque son cristianos, dijo.
Con estas palabras concluyó su homilía, en la que dirigió un
saludo cordial y fraterno a los respectivos representantes del Patriarcado
Ecuménico, del Arzobispo
de Canterbury, y a todos los representantes de las diversas
Iglesias y Comunidades eclesiales. A los miembros de la Comisión Mixta para el diálogo
teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey y
a los jóvenes que se benefician de las becas ofrecidas por el Comité de
Colaboración Cultural con las Iglesias ortodoxas, que actúa en el Consejo para
la Promoción de la
Unidad de los Cristianos.
Sin olvidar a los religiosos y religiosas pertenecientes
a diferentes Iglesias y Comunidades eclesiales, que han participado estos días
en un encuentro ecuménico, organizado por la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en
colaboración con el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos, con ocasión del Año de la vida consagrada.
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