El miedo a no ser aceptado es uno de los
principales factores que retraen a un niño a la hora de aproximarse a un grupo
de compañeros de clase que están enfrascados en un juego. Se trata de una
inquietud que produce en él un cierto grado de ansiedad, que habitualmente
potencia su falta de habilidades sociales y aumenta el riesgo de que actúe con
torpeza cuando se acerque al grupo si finalmente se atreve e intente incorporarse a él aparentando una total
naturalidad.
Es ése un momento crítico, en el que esa falta
de soltura y de habilidad social se hace patente con toda su crudeza. Como
apunta Daniel Goleman, resulta tan ilustrativo como doloroso ver a un niño dar
vueltas en torno a un grupo de compañeros que están jugando y que no le
permiten participar.
Además, los niños pequeños suelen ser cruelmente sinceros en los juicios que llevan implícitos tales rechazos.
Además, los niños pequeños suelen ser cruelmente sinceros en los juicios que llevan implícitos tales rechazos.
La ansiedad que siente el niño rechazado, o que
teme ser rechazado, no es muy distinta de la que experimenta el adolescente que
se encuentra aislado en medio de una conversación de un grupo de amigos, y no
sabe bien cómo o cuándo intervenir. O la del que está en una fiesta, o en una
discoteca, y quizá sufre una profunda soledad, pese a estar rodeado de quienes
parecen ser sus amigos íntimos. O la que siente un adulto en una comida o una
reunión en la que no logra situarse y entablar una conversación fluida con
nadie.
Si observamos cómo actúa un niño que sabe manejarse bien, veremos que quizá el recién llegado comienza observando durante un tiempo qué es lo que ocurre, antes de poner en marcha una estrategia de aproximación. Su éxito depende de su capacidad para comprender el marco de referencia del grupo y saber qué cosas serán aceptadas y cuáles estarían fuera de lugar.
Un error muy habitual es pretender tomar protagonismo demasiado pronto. Eso es lo que sucede a los niños más torpes, que enseguida dan sus opiniones o muestran su desacuerdo, cuando aún no han sido suficientemente aceptados por el grupo, y entonces son rechazados o ignorados.
Los niños más hábiles observan antes al grupo, para comprender bien lo que está ocurriendo, y luego hacen algo para facilitar su aceptación, esperando a confirmar esa aceptación por el grupo antes de tomar la iniciativa de dar sus opiniones o proponer un plan. Antes de expresar sus ideas o sus preferencias, procura que los demás expresen las suyas: así, al tener en cuenta los deseos de los demás, les resulta más fácil no perder la conexión con ellos.
Si observamos cómo actúa un niño que sabe manejarse bien, veremos que quizá el recién llegado comienza observando durante un tiempo qué es lo que ocurre, antes de poner en marcha una estrategia de aproximación. Su éxito depende de su capacidad para comprender el marco de referencia del grupo y saber qué cosas serán aceptadas y cuáles estarían fuera de lugar.
Un error muy habitual es pretender tomar protagonismo demasiado pronto. Eso es lo que sucede a los niños más torpes, que enseguida dan sus opiniones o muestran su desacuerdo, cuando aún no han sido suficientemente aceptados por el grupo, y entonces son rechazados o ignorados.
Los niños más hábiles observan antes al grupo, para comprender bien lo que está ocurriendo, y luego hacen algo para facilitar su aceptación, esperando a confirmar esa aceptación por el grupo antes de tomar la iniciativa de dar sus opiniones o proponer un plan. Antes de expresar sus ideas o sus preferencias, procura que los demás expresen las suyas: así, al tener en cuenta los deseos de los demás, les resulta más fácil no perder la conexión con ellos.
En cambio, el niño que fracasa en sus
relaciones sociales en el aula o en otros ámbitos sufre de una manera que a
muchos adultos les resulta difícil comprender (o recordar).
Pero la cuestión clave no es eso, sino el
riesgo de que esa frustración reduzca seriamente sus posibilidades futuras en
cuanto a las relaciones humanas y condicione negativamente el desarrollo de su
estilo sentimental. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que todo esto
repercute con facilidad también en su rendimiento académico.
Por eso, lo que la familia y la escuela puedan
hacer para fomentar el talento social de los niños resultará de indudable
trascendencia de cara a su futuro.
Por: Alfonso Aguiló Pastrana | Fuente:
Conoze.com
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