(RV).- Con ocasión de la Audiencia Jubilar celebrada este jueves
30 de junio en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco invitó a los peregrinos
presentes a hacer un serio examen de conciencia porque “una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia”.
Texto completo de la
catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y
hermanas ¡buenos días!
¡Cuántas veces, durante
estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras
de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de
conciencia. Es bueno, de hecho, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta,
sino un estilo de vida. Una persona puede ser misericordiosa o puede ser
no misericordiosa. Es un estilo de vida, yo elijo vivir como misericordioso o
elijo vivir como no misericordioso. Una cosa es hablar de
misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las
palabras del apóstol Santiago (cfr 2,14-17) podemos decir: la
misericordia sin las obras está muerta en sí misma. ¡Propiamente! Lo
que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir hacia el
encuentro de las necesidades de aquellos que están en dificultad espiritual y
material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para
levantar…
La vida cotidiana nos
permite tocar con las propias manos tantas exigencias de las personas más
pobres y más probadas. A nosotros se nos pide aquella atención particular que
nos lleva a darnos cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en el que están
tantos hermanos y hermanas. A veces, pasamos delante de situaciones de
dramática pobreza y parece que no nos tocan; todo continúa como si nada pasara,
en una indiferencia que al final nos hace hipócritas y, sin que nos demos
cuenta, termina en una forma de letargo espiritual que hace insensible el ánimo
y estéril la vida.
Hay gente que pasa por
la vida, que va por la vida, sin notar las necesidades de los otros, sin ver
tantas necesidades, espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es
gente que no sirve a los otros. Y recuerden bien: quien no vive para servir, no
sirve para vivir.
¡Cuántos son los
aspectos de la misericordia de Dios hacia nosotros! Del mismo modo, cuántos
rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia. Quien ha experimentado
en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer insensible
frente a las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos
escuchado no permite vías de escape: Tenía hambre y ustedes me dieron de comer;
tuve sed, y me dieron de beber; estaba desnudo, prófugo, enfermo, preso y me
han ayudado (cfr Mt 25,35-36). No se puede hacer esperar a una persona que tiene hambre: es
necesario darle de comer. Jesús nos dice esto. Las obras de misericordia no son
temas teóricos, sino que son testimonios concretos. Obligan a remangarse las
mangas para aliviar el sufrimiento.
A causa de los cambios
de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han
multiplicado: demos, pues, espacio a la fantasía de la caridad para individuar
nuevas modalidades operativas. De este modo, el camino de la misericordia será siempre más concreto. A
nosotros, por lo tanto, se nos pide permanecer vigilantes como centinelas, para
que no suceda que, frente a las pobrezas producidas por la cultura del
bienestar, la mirada de los cristianos se debilite y sea incapaz de mirar lo
esencial.
Mirar lo esencial ¿qué significa? Mirar a Jesús. Mirar a Jesús en el
hambriento, en el preso, en el enfermo, en el desnudo, en aquel que no tiene
trabajo y debe mantener a una familia. Mirar a Jesús en estos hermanos y
hermanas nuestros. Mirar a Jesús en aquel que está solo, triste, en aquel que
se equivoca y necesita un consejo, en aquel que necesita hacer un camino en
silencio para que se sienta en compañía. Estas son las obras que Jesús nos
pide. Mirar a Jesús en ellos, en esta gente. ¿Por qué? Porque Jesús a mí, a
todos nosotros, nos mira así.
Ahora pasamos a otra
cosa…
Hace unos días el Señor
me ha concedido visitar Armenia,
la primera nación que abrazó el cristianismo, al inicio del siglo IV. Un pueblo
que, en el curso de su larga historia, ha testimoniado la fe cristiana con el
martirio. Doy gracias a Dios por este viaje, y estoy vivamente agradecido al
Presidente de la República de Armenia, al Catholicós Karekin II, al Patriarca,
a los Obispos Católicos y a todo el pueblo armenio por haberme acogido como
peregrino de fraternidad y de paz.
Dentro de tres meses
haré, si Dios quiere, otro viaje a
Georgia y Azerbaiyán, otros dos países de la región del Cáucaso. He
recibido la invitación a visitar estos países por dos motivos: por una parte
valorizar las antiguas raíces cristianas presentes en aquellas tierras –siempre
en espíritu de diálogo con las otras religiones y culturas- y por otra parte,
animar esperanzas y senderos de paz. La historia nos enseña que el camino de la
paz requiere una gran tenacidad y continuos pasos, comenzando por aquellos
pequeños y poco a poco haciéndoles crecer, yendo el uno al encuentro del otro.
Precisamente por esto, mi deseo es que todos y cada uno den su propia
contribución para la paz y la reconciliación.
Como cristianos estamos
llamados a reforzar entre nosotros la comunión fraterna, para dar testimonio
del Evangelio de Cristo y para ser levadura de una sociedad más justa y
solidaria. Por esto, toda la visita ha sido compartida con el Supremo
Patriarca de la Iglesia Apostólica Armenia, quien fraternamente me ha hospedado
por tres días en su casa.
Renuevo mi abrazo a los
Obispos, a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos y a todos los
fieles en Armenia. La Virgen María, nuestra Madre, los ayude a permanecer
firmes en la fe, abiertos al encuentro y generosos en las obras de
misericordia. Gracias.
(Traducción del italiano, Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
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