Texto
completo de las palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:
«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos
días!
Celebramos hoy la fiesta de los
santos Apóstoles Pedro y Pablo, alabando a Dios por su predicación y su
testimonio. Sobre la fe de estos dos Apóstoles se funda la Iglesia de Roma, que
desde siempre los venera como patronos. Sin embargo, es toda la Iglesia
universal la que mira hacia ellos con admiración, considerándolos dos columnas
y dos grandes luces que brillan, no sólo en el cielo de Roma, sino en el
corazón de los creyentes de Oriente y de Occidente.
En la narración de la misión de los
Apóstoles, el Evangelio nos dice que Jesús los envió de dos en dos (cfr Mt 10,1
– Lc 10,1). En cierto sentido, también Pedro y Pablo, desde Tierra Santa,
fueron enviados hasta Roma, para predicar el Evangelio. Eran dos hombres muy
distintos entre sí: Pedro «un humilde pescador». Pablo «maestro y doctor», como
reza la liturgia de hoy. Pero si aquí en Roma conocemos a Jesús, si la fe
cristiana es parte viva y fundamental del patrimonio espiritual y de la cultura
de este territorio, se debe al coraje apostólico de estos dos hijos del Cercano
Oriente. Ellos, por amor de Cristo, dejaron su patria y descuidando las
dificultades del largo viaje y de los riesgos y de la desconfianza que habían
de encontrar, llegaron a Roma. Aquí se hicieron anunciadores y testigos del Evangelio
entre la gente y sellaron con el martirio su misión de fe y caridad.
Pedro y Pablo vuelven hoy
idealmente entre nosotros, vuelven a recorrer las calles de esta Ciudad, llaman
a la puerta de nuestras casas, pero sobre todo de nuestros corazones. Quieren
volver a traer a Jesús, su amor misericordioso, su consolación, su paz ¡Tenemos
tanta necesidad de ello! ¡Acojamos su mensaje! ¡Atesoremos su testimonio! La fe
escueta y firme de Pedro, el corazón grande y universal de Pablo nos ayudarán a
ser cristianos alegres, fieles al Evangelio y abiertos al encuentro con todos.
Durante la Santa Misa, en la
Basílica de San Pedro, esta mañana, he bendecido los Palios de los Arzobispos
Metropolitanos nombrados en el último año, provenientes de diversos países.
Renuevo mi saludo y les deseo a ellos, a sus familiares y a cuantos los han
acompañado en esta peregrinación. Y los aliento a proseguir con alegría su
misión al servicio del Evangelio, en comunión con toda la Iglesia y en especial
con la Sede de Pedro, como expresa precisamente el signo del Palio.
En la misma celebración, he acogido
con alegría y afecto a los Miembros de la Delegación llegada a Roma en nombre
del Patriarca Ecuménico, el queridísimo hermano Bartolomé. También esta
presencia es signo de los fraternos lazos que existen entre nuestras Iglesias.
Oremos para que se refuercen cada vez más los vínculos de comunión y el
testimonio común.
A la Virgen María, Salus Populi
Romani, encomendamos hoy al mundo entero, y, en particular esta ciudad de Roma,
para que pueda encontrar siempre en los valores espirituales y morales que la
enriquecen el fundamento de su vida social y de su misión en Italia, en Europa
y en el mundo».
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