(RV).- “Que el Espíritu Santo haga
de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la
unidad”, lo dijo el Papa Francisco en su saludo durante la Divina Liturgia
celebrada el último domingo de junio, en la Plaza de San Tiridate de
Echmiadzin, sede del catholicós de Armenia. “Que la Iglesia Armenia camine en paz
y la comunión entre nosotros sea plena”, exhortó.
El Obispo de Roma comenzó su
discurso agradeciendo al Señor por esta visita que ha sido “inolvidable” y que
tanto había “deseado tanto”. Así mismo agradeció a Karekin II por haberle
abierto las puertas de su casa estos días. “Nos hemos encontrado, nos hemos
abrazado fraternalmente, hemos rezado juntos y compartido los dones, las
esperanzas y las preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos
latir al unísono, y en la que creemos y sentimos como una”.
Una emocionante y solemne
ceremonia, en la que el Papa Francisco pidió que “tengamos el oído abierto a
las jóvenes generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del
pasado”. Y en este contexto exhortó a que se difunda de nuevo una luz radiante,
la de la fe, una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Finalmente Papa Francisco pidió a
Karekin II, patriarca Supremo y catholicós de todos los armenios, que bendijera
–en nombre de Dios- a él, a toda la Iglesia Católica y a la andadura hacia la
unidad plena.
(MZ-RV)
Saludo de Papa Francisco
Santidad,
Queridos Obispos,
Hermanos y hermanas
Al coronar esta visita, que tanto he deseado,
y para mí ya inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el
gran himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar. Vuestra
Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos
experimentado «qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal
133,1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos rezado
juntos y compartido los dones, las esperanzas y las preocupaciones de la
Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al unísono, y en la que creemos y
sentimos como una. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la
esperanza [...]. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que
está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,4-6): con
gozo podemos hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo.
Nos hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los
santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio en estas
tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el Señor en Roma, y
que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran ciertamente al ver nuestro
afecto y nuestra aspiración concreta a la plena comunión. Por todo esto doy
gracias al Señor, por vosotros y con vosotros: ¡Park astutsò! (¡Gloria a
Dios!).
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del
trisagio se ha elevado al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda
copiosamente la bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la
Madre de Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de
tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado. «El
Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo haga de
los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la
unidad. Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas
palabras que han entrado en vuestra Liturgia. Ven, Espíritu, Tú, «que con
gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre misericordioso, Tú,
que velas por los santos y purificas a los pecadores»; infunde en nosotros tu
fuego de amor y unidad, y «que este fuego diluya los motivos de nuestro
escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo,
la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión
entre nosotros sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una
unidad que no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más
bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar
a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el
Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia,
Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz
de los humildes y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y
sacrificaron sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes
generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado. Que desde
este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de la fe, que desde
san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha iluminado estas tierras, y a
ella se una la luz del amor que perdona y reconcilia.
Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no
obstante las dudas e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la
resurrección atraídos por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn
20,3-4), así también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios
a la comunión plena y apresuremos el paso hacia ella.
Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me
bendigas, a mí y a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestra andadura
hacia la unidad plena.
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