Texto
completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
«Señor, si quieres, puedes
purificarme» (Lc 5,12): es el pedido que hemos escuchado dirigido a Jesús por
parte de un leproso. Este hombre no pide solamente ser curado, sino ser
“purificado”, es decir sanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De
hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza
profunda. El leproso debía estar lejos de todos; no podía acceder al templo y a
ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres. Esta gente
llevaba una vida triste.
No obstante esto, aquel leproso no
se resignaba ni a la enfermedad, ni a las disposiciones que hacen de él un
excluido. Para alcanzar a Jesús, no temía infringir la ley y entra en la ciudad
– cosa que no debía hacer, le estaba prohibido –, y cuando lo encontró «se
postró ante él y le rogó: Señor, si quieres, puedes purificarme» (v. 12). ¡Todo
lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe!
Reconoce la potencia de Jesús: está seguro que tenga el poder de sanarlo y que
todo dependa de su voluntad. Esta fe es la fuerza que le ha permitido romper
toda convención y buscar el encuentro con Jesús y, arrodillándose delante de
Él, lo llama “Señor”. La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos
a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, con tal
que sean acompañadas de la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad.
Encomendarnos a la voluntad de Dios significa de hecho abandonarnos en su
infinita misericordia. También yo les hare una confesión personal. En la noche,
antes de ir a la cama, yo rezo esta breve oración: “Señor, si quieres, puedes
purificarme”. Y rezo cinco “Padre Nuestros”, uno por cada llaga de Jesús,
porque Jesús nos ha purificado con sus llagas. Pero si esto lo hago yo, pueden
hacerlo también ustedes, en su casa, y decir: “Señor, si quieres, puedes
purificarme” y pensar en las llagas de Jesús y decir un “Padre Nuestro” por
cada una. Y Jesús nos escucha siempre.
Jesús es profundamente impresionado
por este hombre. El Evangelio de Marco subraya que «conmovido, extendió la mano
y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado» (1,41). El gesto de Jesús
acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra las
disposiciones de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (Cfr.
Lev 13,45-46), Jesús, contra la prescripción, Jesús extiende la mano e incluso
lo toca. ¡Cuántas veces nosotros encontramos un pobre que viene a nuestro
encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero
generalmente no lo tocamos. Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocar la mano
y la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que esto es el cuerpo de Cristo! Jesús nos
enseña a no tener temor de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en
ellos. Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacer que nos
preocupemos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan aquí
estos jóvenes. Muchos piensan de ellos que era mejor que se quedaran en sus
tierras, pero ahí sufrían mucho. Son nuestros refugiados, pero muchos los
consideran excluidos. ¡Por favor, son nuestros hermanos! El cristiano no
excluye a nadie, da lugar a todos, deja venir a todos.
Después de haber curado al leproso,
Jesús le ordena de no hablar con nadie, pero le dice: «Ve a presentarte al
sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que
les sirva de testimonio» (v. 14). Esta disposición de Jesús muestra al menos
tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el
sensacionalismo. Generalmente esa se mueve con discreción y sin clamor. Para
curar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad ella trabaja
modelando pacientemente nuestro corazón según el Corazón del Señor, para así
asumir siempre los pensamientos y los sentimientos. La segunda: haciendo
verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio
expiatorio, el leproso es admitido en la comunidad de los creyentes y en la
vida social. Su reintegración completa la curación. ¡Como había él mismo suplicado,
ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes
el leproso da a ellos testimonio acerca de Jesús y de su autoridad mesiánica.
La fuerza de la compasión con la cual Jesús ha curado al leproso ha llevado la
fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido, ahora es uno de
nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras
miserias… Cada uno tiene la propia. Pensemos con sinceridad. Cuantas veces las
cubrimos con la hipocresía de las “buenas maneras”. Y justamente entonces es
necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y orar: «Señor, si
quieres, puedes purificarme». Y háganlo, háganlo antes de ir a la cama, todas
las noches. Y ahora digamos esta bella oración: “Señor, si quieres, puedes
purificarme”, todos juntos, tres veces. ¡Todos! “Señor, si quieres, puedes
purificarme”, “Señor, si quieres, puedes purificarme”, “Señor, si quieres,
puedes purificarme”. Gracias.
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