(RV).- Con ocasión del 65º aniversario
sacerdotal del Papa emérito, el 29 de junio de 1951, este martes se presentó en
el Vaticano el libro “Enseñar y aprender el amor de Dios” que recoge textos de Joseph
Ratzinger/Benedicto XVI sobre el sacerdocio.
Se trata del primer volumen de una
colección de libros de Benedicto XVI sobre el sacerdocio del cual el
Papa Francisco escribió el prefacio. La presentación se llevó a
cabo durante la ceremonia en la Sala Clementina por el 65° aniversario de
sacerdocio de Benedicto XVI y en la que participó el Papa Francisco.
En el prefacio del libro, el Papa
Francisco escribió:
“Cuando leo las obras de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha
hecho y hace ‘teología de rodillas’: de rodillas porque, antes
incluso que ser un grandísimo teólogo y maestro de la fe, se ve que es un
hombre que cree verdaderamente, que ora verdaderamente; se ve que es un hombre
que personifica la santidad, un hombre de paz, un hombre de Dios”.
Por este motivo, Francisco explicó
que Joseph Ratzinger “encarna ejemplarmente el corazón de toda la
acción sacerdotal: ese profundo enraizamiento en Dios sin el
cual toda la capacidad organizativa posible y toda la presunta superioridad
intelectual, todo el dinero y el poder resultan inútiles; él encarna esa
constante relación con el Señor Jesús sin la cual nada es ya verdadero, todo se
convierte en rutina, los sacerdotes en asalariados, los obispos en burócratas y
la Iglesia deja de ser la Iglesia de Cristo y se convierte en un producto
nuestro, una ONG a fin de cuentas superflua”.
Además, el Papa Francisco aseguró
sobre Benedicto XVI que “leyendo este volumen, se ve claramente como él mismo,
en sesenta y cinco años de sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal”.
Asimismo, el Papa Bergoglio afirmó
que “Benedicto XVI nos sigue testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio
Mater Ecclesiae, en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el
‘factor decisivo’, ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los
diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el
primer y el más importante servicio no es la gestión de los ‘asuntos
corrientes’, sino rezar por los demás, sin interrupción, con
alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el Papa emérito…
La oración, nos dice en este libro y nos testimonia Benedicto XVI, es el factor
decisivo: es una intercesión de la que tienen más necesidad que nunca tanto la
Iglesia como el mundo —y tanto más en este momento de verdadero y propio cambio
de época—; tienen necesidad de ella como del pan, más que del pan”.
Por último, Francisco se dirige a
los sacerdotes y les dijo: “¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si
alguno de ustedes tuviera en algún momento dudas sobre el centro del propio
ministerio, sobre su sentido, sobre su utilidad, si en algún momento le
vinieran dudas sobre lo que los hombres esperan verdaderamente de nosotros,
medite profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los
hombres esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis
escrito y testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a
Él, al agua fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa,
el agua que solo Él puede regalarnos y que ningún sucedáneo podrá nunca
remplazar; que les conduzcamos a realizar ese sueño más íntimo que tienen y que
ningún poder podrá nunca prometerles ver cumplido”.
Texto
completo del prefacio escrito por el Papa Francisco:
Cuando leo las obras de Joseph
Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha hecho y hace
«teología de rodillas»: de rodillas porque, antes incluso que ser un grandísimo
teólogo y maestro de la fe, se ve que es un hombre que cree verdaderamente, que
ora verdaderamente; se ve que es un hombre que personifica la santidad, un
hombre de paz, un hombre de Dios. Y así él encarna ejemplarmente el corazón de
toda la acción sacerdotal: ese profundo enraizamiento en Dios sin el cual toda
la capacidad organizativa posible y toda la presunta superioridad intelectual,
todo el dinero y el poder resultan inútiles; él encarna esa constante relación
con el Señor Jesús sin la cual nada es ya verdadero, todo se convierte en
rutina, los sacerdotes en asalariados, los obispos en burócratas y la Iglesia
deja de ser la Iglesia de Cristo y se convierte en un producto nuestro, una ONG
a fin de cuentas superflua.
El sacerdote es aquel que «encarna
la presencia de Cristo, testimoniando su presencia salvífica», escribe en este
sentido Benedicto XVI en la Carta de proclamación del Año sacerdotal. Leyendo
este volumen, se ve claramente como él mismo, en sesenta y cinco años de
sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia
ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal.
El cardenal Ludwig Gerhard Müller
ha afirmado con autoridad que la obra teológica de Joseph Ratzinger, antes, y
de Benedicto XVI, después, lo sitúa en esa serie de grandísimos teólogos que
han ocupado la cátedra de Pedro; como, por ejemplo, el papa León Magno, santo y
doctor de la Iglesia.
Renunciando al ejercicio activo del
ministerio petrino, Benedicto XVI ha decidido ahora dedicarse totalmente al
servicio de la oración: «El Señor me llama a “subir al monte” a dedicarme
todavía más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la
Iglesia, más aún, si Dios me pide esto es propiamente para que pueda continuar
sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que he tratado de
hacerlo hasta ahora», ha dicho en el último y conmovedor Ángelus que ha rezado.
Desde este punto de vista, a la justa consideración del Prefecto para la
Doctrina de la Fe, querría añadir que quizás es precisamente hoy, como papa
emérito, cuando él nos está impartiendo del modo más evidente una de sus más
grandes lecciones de «teología de rodillas».
Porque Benedicto XVI nos sigue
testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio Mater
Ecclesiae, en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el
«factor decisivo», ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los
diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el
primer y el más importante servicio no es la gestión de los «asuntos
corrientes», sino rezar por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo,
precisamente como lo hace hoy el papa emérito: constantemente inmerso en Dios,
con el corazón siempre dirigido a Él, como un amante que en cada instante
piensa en el amado, haga lo que haga. Así, Su Santidad, Benedicto XVI, con su
testimonio, nos muestra cuál es la verdadera oración: no la ocupación de
algunas personas consideradas particularmente devotas y quizás tenidas por poco
aptas para resolver problemas prácticos, para ese «hacer» que, sin embargo, los
más «activos» creen que es el elemento decisivo de nuestro servicio sacerdotal,
relegando así de hecho la oración al «tiempo libre». Orar no es tampoco
simplemente una buena práctica para poner un poco en paz la propia conciencia,
o solo un medio devoto para obtener de Dios lo que en un momento determinado
creemos que sirve. No. La oración, nos dice en este libro y nos testimonia
Benedicto XVI, es el factor decisivo: es una intercesión de la que tienen más
necesidad que nunca tanto la Iglesia como el mundo —y tanto más en este momento
de verdadero y propio cambio de época—; tienen necesidad de ella como del pan,
más que del pan. Porque orar es confiar la Iglesia a Dios, con la conciencia de
que la Iglesia no es nuestra, sino Suya, y que precisamente por esto él no la
abandonará; porque orar significa confiar el mundo y la humanidad a Dios; la
oración es la clave que abre el corazón de Dios, es la única que consigue
introducir de nuevo a Dios siempre, continuamente, en este mundo nuestro, y es,
a la vez, la única que consigue introducir de nuevo a los hombres y al mundo
siempre, continuamente, en Él, como el hijo pródigo que vuelve a su Padre,
lleno de amor por él, y no espera más que poder abrazarlo. Benedicto XVI no
olvida que la oración es la primera tarea del obispo.
Y así, orar verdaderamente va de la
mano con la conciencia de que el mundo sin la oración no solo pierde
rápidamente su orientación, sino también la auténtica fuente de la vida:
«Porque sin la vinculación con Dios somos como satélites que han perdido su
órbita y caemos como enloquecidos en el vacío, no solo desintegrándonos
nosotros mismos, sino amenazando también a los demás», escribe Joseph
Ratzinger, ofreciéndonos una de sus tantas estupendas imágenes esparcidas en
este libro.
¡Queridos hermanos! Yo me permito
decir que si alguno de vosotros tuviera en algún momento dudas sobre el centro
del propio ministerio, sobre su sentido, sobre su utilidad, si en algún momento
le vinieran dudas sobre lo que los hombres esperan verdaderamente de nosotros,
medite profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los
hombres esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis
escrito y testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a
Él, al agua fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa,
el agua que solo Él puede regalarnos y que ningún sucedáneo podrá nunca
remplazar; que les conduzcamos a realizar ese sueño más íntimo que tienen y que
ningún poder podrá nunca prometerles ver cumplido.
No es casualidad que la iniciativa
de este volumen —junto con la de dar vida muy oportunamente a una Serie de
libros temáticos sobre el pensamiento de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI— haya
partido de un laico, el profesor Pierluca Azzaro, y de un sacerdote, el
reverendo padre Carlos Granados. A ellos va mi cordial agradecimiento,
bendición y apoyo por el importante proyecto, junto con el reverendo don
Giuseppe Costa, director de la Librería Editrice Vaticana, que publica la Opera
Omnia de Joseph Ratzinger. No es casualidad, decía, porque el volumen que hoy
presento está dirigido en la misma medida a los sacerdotes y a los fieles
laicos; como magistralmente testimonia, entre tantas, esta página del libro que
ofrezco a los religiosos y a los laicos como una última y segura invitación a
la lectura: «Casualmente he leído en estos días un relato sobre estas
cuestiones, en el que el gran escritor francés Julien Green describe las
peripecias de su conversión. Cuenta él cómo en el período de entreguerras vivía
tal como vive un hombre de hoy, con todas las permisividades que éste se da a
sí mismo; ni mejor ni peor, esclavo de los placeres, que están ahí junto con
Dios, de forma que, por una parte los necesita, para hacer soportable su vida,
y al mismo tiempo encuentra insoportable esa vida. Él es un hombre que busca
dónde podría encontrar una salida, establece algunas relaciones. Un día va a
ver al gran teólogo Henri Bremond, pero el resultado es sólo una conversación
de carácter académico, planteamientos de carácter teorético, que nada le
ayudan. Entonces entra en relación con dos grandes filósofos, el matrimonio
Jacques y Raissa Maritain. Raissa Maritain lo remite a un dominico polaco. Él
se dirige a aquél y le describe la situación de su vida desgarrada. El
sacerdote le dice: ¿Y está usted conforme con esa vida? ¡No, claro que no! A
usted le gustaría vivir de otro modo, ¿se arrepiente? ¡Sí! Y entonces sucede
algo inesperado. El sacerdote le dice: ¡Arrodíllese! Ego te absolvo a peccatis
tuis, yo te absuelvo. Julien Green escribe: Entonces me di cuenta de que, en el
fondo, siempre había estado esperando ese instante, siempre había estado
esperando a que en cualquier momento hubiese alguien que me dijese:
Arrodíllate, yo te absuelvo; me fui a casa, yo no era otro, no, finalmente
había vuelto a ser yo mismo».
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