«Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú
tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y
sabemos que tú
eres el Santo de Dios». (Jn 6, 69)
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le
fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45)
Cuentan, Señora, que uno de los
momentos más duros y difíciles que vivió tu Hijo en relación con sus
discípulos, fue precisamente en Cafarnaúm, cuando a muchos les parecieron sus
palabras insufribles, y se marcharon. En esas circunstancias, Él miró a los
suyos con dolor, y les preguntó: “¿También vosotros queréis marcharos?”

Tú, Señora, fuiste llamada por tu
prima Isabel: “Dichosa, por haber creído”; sin duda que fue por tu fe por lo
que supiste escuchar, guardar y meditar las palabras que oías a tu Hijo, y
sobre todo, permanecer de pie junto a la Cruz, en vez de derrumbarte y de
quedarte encerrada.
Hoy los sacerdotes celebramos de
manera especial a nuestro patrono, San Juan de Ávila. Dicen que en una ocasión,
observando el santo en Montilla a un sacerdote que celebraba la Eucaristía sin
mucha consideración, se atrevió a amonestarle, diciéndole: “Trátale bien, que
es Hijo de buena madre”.
La fe es lo que nos permite atravesar
el velo de la materia, la literalidad de las palabras, la tiranía de los
conceptos, la superación de la prueba, la fidelidad en el combate, y reconocer
en tu Hijo al Hijo de Dios, y en el Pan Santo, su presencia real, y en el
Crucificado, al Resucitado. Con los discípulos y como ellos, deseamos
responderle a Jesús, gracias al don de la fe: “Nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo de Dios”.
María, mujer creyente, intercede por
nosotros, para que nunca abandonemos a tu Hijo, siempre creamos en Él como en
nuestro Señor, al igual que lo confiesan los apóstoles en los días de Pascua.
Fuente: Ciudad Redonda
Fuente: Ciudad Redonda
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