“Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo
la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva.” (Gál 4, 4-5)
Madre, a medida que voy contemplando los textos litúrgicos
que se proclaman en Pascua, desde el deseo de recorrer este tiempo contigo, me
voy dando cuenta de la relación íntima que se da entre las palabras de tu Hijo
y tu forma de vida. Sin duda fuiste la discípula más fiel del Evangelio.
Ante el discurso de Cafarnaúm que pronuncia tu Hijo, y
ante tu maternidad, me pregunto si comulgar es recibir el cuerpo de Cristo,
cuerpo y sangre que recibió de tus entrañas. Entonces, Señora, ¿participar en
la mesa santa del sacramento de la Eucaristía será comulgar de alguna manera
también con tu carne? Al menos es hacerlo con el fruto bendito de tu vientre.
He contemplado con devoción representaciones piadosas que
te muestran con tu Hijo en el brazo izquierdo, y con un fruto en la mano
derecha, en gesto de invitación a tomarlo. Creo que con estas imágenes se
intenta presentarte como la Nueva Eva, reparando aquella otra invitación que le
hizo la mujer Eva a Adán, en el jardín primero, a comer del fruto del árbol
prohibido. Tú en cambio nos invitas a comer el fruto bendito que da vida. Jesús
dice: “El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna” (Jn 6, 54).
En un texto evangélico se lee: ¿Qué padre
hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una
culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11, 11-13).
Y yo gloso el texto: ¿Qué madre hay en la tierra que, si
un hijo suyo le pide de comer, le dará algo malo? Si no cabe imaginar que una
madre ofrezca algo dañino a su hijo, ¡cuánto más tú, la bendita entre todas las
mujeres, nos darás lo mejor de ti misma, a quien es la Vida!
María, intercede por nosotros y con nosotros, cuando
rezamos a Dios: “El pan nuestro de cada
día, dánoslo hoy”.
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