La serenidad es calma, es paz
interior, es equilibrio emocional, es presencia de ánimo ante el peligro, ante
el dolor, ante la pena, ante la turbación, ante la ira, ante la soberbia.
Serenidad es el requisito indispensable a la reflexión; la serenidad da la luz a la razón para proceder acertadamente; la serenidad nos lleva a soportar los golpes de la vida aceptándolos; la serenidad conduce a la tolerancia y por ende a la justicia, en resumen, la Serenidad nos lleva a aceptar las cosas que no podemos cambiar.
Serenidad, este valor nos enseña a conservar la calma en medio de nuestras ocupaciones y problemas, mostrándonos cordiales y amables con los demás.
¡Hoy en día las familias tienen tanto problemas y asuntos que resolver! Y a veces parece como si nadie se diera cuenta de todo lo que tenemos que resolver al mismo tiempo: trabajar, estudiar, encargarnos del hogar, ajustar nuestro presupuesto y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades. Parece imposible que en medio de tantas preocupaciones y contratiempos, podamos conservar la serenidad para resolver todo, sin caer en la desesperación ni afectar a los demás con nuestra impaciencia.
El valor de la serenidad nos hace mantener un estado de ánimo sosegado aún en las circunstancias más adversas, esto es, sin exaltarse o deprimirse, encontrando soluciones a través de una reflexión detenida y cuidadosa, sin engrandecer o minimizar los problemas.
Cuando las dificultades nos aquejan fácilmente podemos caer en la desesperación, sentirnos tristes, irritables, desganados y muchas veces en un callejón sin salida. A simple vista el valor de la serenidad podría dejarse sólo para las personas que tienen pocos problemas, en realidad todos los tenemos, la diferencia radica en la manera de afrontarlos. Nosotros pedimos a Dios, invocamos el Espíritu Santo.
Revisemos cuatro ideas básicas para generar serenidad en nuestro interior:
- Orar, evitar “encerrarse” en sí mismo.
- Concentrarse en una labor o actividad.
- Gozar de la alegría ajena.
- Cuidarnos físicamente.
Seguramente todos hemos tenido la experiencia de “distraernos del problema” sin darnos cuenta. Cuando volvemos a ser conscientes del mismo, nos sentimos liberados de la ansiedad y el pesimismo, es entonces cuando podemos pensar y decidir.
La serenidad hace que los miembros de la familia sean dueños de sus emociones, adquiriendo fortaleza no sólo para dominarse, sino para soportar y afrontar la adversidad, sin afectar el trato y las relaciones con sus semejantes.
Serenidad es el requisito indispensable a la reflexión; la serenidad da la luz a la razón para proceder acertadamente; la serenidad nos lleva a soportar los golpes de la vida aceptándolos; la serenidad conduce a la tolerancia y por ende a la justicia, en resumen, la Serenidad nos lleva a aceptar las cosas que no podemos cambiar.
Serenidad, este valor nos enseña a conservar la calma en medio de nuestras ocupaciones y problemas, mostrándonos cordiales y amables con los demás.
¡Hoy en día las familias tienen tanto problemas y asuntos que resolver! Y a veces parece como si nadie se diera cuenta de todo lo que tenemos que resolver al mismo tiempo: trabajar, estudiar, encargarnos del hogar, ajustar nuestro presupuesto y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades. Parece imposible que en medio de tantas preocupaciones y contratiempos, podamos conservar la serenidad para resolver todo, sin caer en la desesperación ni afectar a los demás con nuestra impaciencia.
El valor de la serenidad nos hace mantener un estado de ánimo sosegado aún en las circunstancias más adversas, esto es, sin exaltarse o deprimirse, encontrando soluciones a través de una reflexión detenida y cuidadosa, sin engrandecer o minimizar los problemas.
Cuando las dificultades nos aquejan fácilmente podemos caer en la desesperación, sentirnos tristes, irritables, desganados y muchas veces en un callejón sin salida. A simple vista el valor de la serenidad podría dejarse sólo para las personas que tienen pocos problemas, en realidad todos los tenemos, la diferencia radica en la manera de afrontarlos. Nosotros pedimos a Dios, invocamos el Espíritu Santo.
Revisemos cuatro ideas básicas para generar serenidad en nuestro interior:
- Orar, evitar “encerrarse” en sí mismo.
- Concentrarse en una labor o actividad.
- Gozar de la alegría ajena.
- Cuidarnos físicamente.
Seguramente todos hemos tenido la experiencia de “distraernos del problema” sin darnos cuenta. Cuando volvemos a ser conscientes del mismo, nos sentimos liberados de la ansiedad y el pesimismo, es entonces cuando podemos pensar y decidir.
La serenidad hace que los miembros de la familia sean dueños de sus emociones, adquiriendo fortaleza no sólo para dominarse, sino para soportar y afrontar la adversidad, sin afectar el trato y las relaciones con sus semejantes.
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