Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. (Jn 15, 10)
«He aquí la esclava del Señor; hágase
en mí según tu palabra». (Lc 1, 38)
María, siempre me sorprendo cuando
leo en los evangelios lo dócil que era Jesús a su Padre. Aquel por quien y para
quien se hizo todo, afirma de sí que no actúa por su cuenta, sino por lo que ha
oído y visto a su Padre. «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer
nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también
lo hace igualmente el Hijo.» (Jn 5, 19)
Esta docilidad la descubro también en
tu respuesta al ángel del Señor, cuando, después de dialogar con él, concluyes
diciendo: “Hágase en mí, según tu Palabra”. Actitud que revela la posibilidad
de la gracia.
En el camino espiritual, con
frecuencia, nos empeñamos en alcanzar nuestras metas, muchas veces de manera
pretenciosa y como proyección de nuestros deseos, más o menos protagonistas.
“El que habla por su cuenta, busca su propia gloria” (Jn 7, 18). Tú, en cambio,
abandonaste tu proyecto y abrazaste el querer de Dios, y por esa docilidad
aconteció el hecho más sobrecogedor de la historia, que Dios se hiciera hombre,
que el Verbo tomara carne en tu seno.
Jesús enseña en una ocasión respecto
al Espíritu Santo: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta
la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que
oiga, y os anunciará lo que ha de venir.” (Jn 16, 13).
Tu actitud es una referencia
magistral; es la actitud emblemática de los que desean avanzar por el camino
que Dios quiere. Sin embargo, tú conoces lo que nos cuesta dejar de realizar
aquello que nos parece razonable y bueno, por seguir por sendas de obediencia,
donde se acrisola el propio yo.
Es contundente el axioma: “Mejor es
obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros.”
(1Sam 15, 22)
Madre, tú nos enseñas, como lo hizo
el Maestro a los apóstoles, a servir sin complejos, sino como la mayor prueba
de libertad y de amor. Dame valor y sabiduría para responder siempre como tú lo
hiciste y como lo hizo tu propio Hijo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”.
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