“Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5)
María,
tú eres la creyente y la mediadora de todas las gracias. Si nosotros, con
nuestra oración, hecha con fe, podemos realizar obras semejantes a las de tu
Hijo, ¿qué no podrás hacer tú?
Me has enseñado, Señora, al acercarme
a los santuarios, en los que se te honra con tanta devoción, a valorar el poder
de la oración. Hay lugares en los que se percibe de manera muy viva la fuerza
sobrenatural. No solo porque se den signos especiales, sino porque se instala
en el corazón el gozo y la alegría, los mismos efectos que se produjeron cuando
visitaste a Isabel, tu prima.
Si por la intercesión de los santos,
cada día nos llegan noticias de obras que superan nuestra capacidad humana,
¡cuánto más, Señora, por tu intercesión siguen experimentándose los frutos de
la gracia!
Tú sabes lo que nos hace falta. Tú
eres la mujer sensible, solidaria, capaz de impulsar a tu Hijo Jesús para que
intervenga y actúe con poder y misericordia.
No reivindico ningún poder especial,
deseo que seas tú la que, conociendo la súplica de tantos, que en momentos de
dolor, enfermedad, paro, soledad, o exclusión, acuden menesterosos a la
oración, intervengas maternalmente en su favor.
Aunque es verdad que tu Hijo nos ha
entregado el regalo de poder actuar de manera sobrehumana, si lo hacemos con
fe. ¡Cuánto bien podríamos realizar con tan solo actuar con fe!
Danos, entonces, tu humilde actitud
creyente, confiada, orante, para que a nuestro paso por la vida dejemos correr,
a través nuestro, el río de gracia que ayude, consuele, mejore a tantos que se
nos encomiendan.
Virgen María, comprendo que es una
responsabilidad social de los creyentes pedir otras intervenciones en favor de
los demás, si nosotros mismos tenemos el regalo de hacer las obras que Jesús
hizo a su paso por nuestro mundo. No obstante es más segura tu ayuda que la
nuestra.
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