Es incuestionable que el Papa Francisco se ha convertido
en muy poco tiempo en una figura mundial, con un fuerte impacto mediático. No
se trata de un hecho excepcional, baste recordar a Juan Pablo II, pero sí que
lo es en un sentido, en el enfoque de los medios generalmente hipercríticos con
la Iglesia. Con el actual sucesor de Pedro el ataque frontal ha sido
substituido por el elogio; el trasfondo de esta opinión es “Francisco es uno de
los nuestros y trabaja para cambiar a la Iglesia en la línea que nosotros
preconizamos, pero no le dejan”. Y esa línea es la agenda de la sociedad
desvinculada, ideología de género, matrimonio y adopción homosexual, divorcio,
mujeres sacerdotes, aborto, matrimonio de los curas, una fijación sobre
cuestiones muy heterogéneas, de distinta naturaleza doctrinal, que solo tienen
en común el formar parte de las políticas del deseo, ante las que solo se alza
en la sociedad occidental, como gran planteamiento alternativo, el de la
Iglesia católica. También, claro está, las iglesias ortodoxas, y una parte de
las iglesias reformadas no desvinculadas, pero sobre todo por dimensión,
capacidad teórica, y organización, la Iglesia católica. De ahí la necesidad de
derruirla y transformarla en un ente desvinculado más.
En esta ocasión, el frentismo, tímidamente ensayado en
los instantes iniciales de su pontificado, ha sido alterado por el “uno de los
nuestros”, después de la explosión de popularidad del Papa, de la mano de
aquellos temas que los poderes establecidos de la sociedad desvinculada quieren
ignorar: los pobres, inmigrantes, las periferias existenciales, la injusticia
social estructural del capitalismo de la financiarizacion. Adoptar la
frontalidad contra estas cuestiones es alinearla a la Iglesia en el lado que
debe estar, y en el que todavía no está plenamente: en el que nos señala el
Papa. Y de ahí el recurso a la manipulación sistemática de lo que dice. Hay que
desplazar el eje de atención de la denuncia y alternativa social al de la
agenda del deseo, mucho más inofensiva, y que siempre produce disensiones en el
seno de la Iglesia.
La ultima manipulación se ha producido con motivo de
sus declaraciones en el avión de regreso del viaje a Tierra Santa, cuando se le
ha intentado presentar como partidario de la eliminación del
celibato sacerdotal, a base de cortar una de sus frases, una práctica habitual.
Lo que dijo Francisco sobre este tema es muy concreto y está recogido en las
fuentes, o sea que no puede haber dudas. Dijo esto en respuesta a un
periodista: “La Iglesia Católica tiene curas casados. Católicos, griegos,
católicos coptos, hay en el rito oriental. Porque no se debate un dogma, sino
sobre una regla de vida que yo aprecio mucho y que es un don para la Iglesia” y
añadió “Al no ser un dogma de fe siempre está la puerta abierta. Pero en este
momento no hemos hablado de esto con el patriarca Bartolomé porque es
secundario, de verdad. Hemos hablado de que la unidad se hace en la calle,
haciendo camino juntos”. El Papa reitera así, como en otros casos, lo que es la
doctrina de la Iglesia, en este caso, solo una regla de vida que se mantiene, y
el elogiado como un don. Entonces, ¿cómo presentarlo como partidario de que los
sacerdotes puedan casarse? Solo de una manera: manipulando burdamente el
lenguaje. Al estilo leninista, que hacia desaparecer de las fotografías las
imágenes de miembros del partido depurados. En este caso, lo que se depura son
las propias palabras del Papa, y esto es simplemente un engaño.
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