Jesús quiere que el cristianismo sea destinado
a todo el mundo, por ello, cuando la comunidad cristiana que, hasta ese momento
había sido favorecida por la pertenencia a una única etnia y cultura, la
judaica, se abre al ámbito cultural griego, se resiente la homogeneidad y
surgen las primeras dificultades: descontento, lamentaciones; voces de
favoritismo y disparidad de tratamiento, manifestó el Obispo de Roma en su
reflexión previa a la oración del Regina Coeli, basada en la lectura de los
Hechos de los Apóstoles de la liturgia del domingo, en la Plaza de san Pedro en
Roma, ante más de 70 mil fieles y peregrinos que llegaron para escucharlo y
rezar con él.
Los Apóstoles toman en mano la situación y llaman a una reunión ampliada también a los discípulos. Y dialogan pastores y fieles -dijo el Sucesor de Pedro- “Los problemas no se solucionan fingiendo que no existen”, y afirmó: “¡Y es bello este diálogo sincero entre los pastores y los fieles”.
“Confrontando, discutiendo y rezando, así se resuelven los conflictos en la Iglesia. ¡Confrontando, discutiendo y rezando!, con la certeza de que las habladurías, la envidia, los celos, no podrán jamás llevarnos a la concordia, a la armonía y a la paz”.
Estuvo allí el Espíritu Santo -dijo el Papa. Y esto nos hace comprender que cuando nosotros dejamos al Espíritu la guía, él nos lleva a la armonía, a la unidad, el respeto de los diversos dones y talentos. Escucharon bien: ¡Nada de habladurías, nada de celos, ni envidias!
El Vicario de Cristo pidió a la Virgen “que nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos mutuamente y convergir cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los demás”.
(Jesuita Guillermo Ortiz - RV)
Traducción al español del texto completo de la reflexión del Papa:
Queridos hermanos y hermanas ¡Buenos días!
Hoy la lectura de los Hechos de Apóstoles nos muestra que aun en el comienzo de la Iglesia emergen las primeras tensiones y disensiones. En la vida, los conflictos existen, el problema es cómo se afrontan. Hasta ese momento la unidad de la comunidad cristiana había sido favorecida por la pertenencia a una etnia y cultura, la judaica. Pero, cuando el cristianismo, que por voluntad de Jesús está destinado a todos los pueblos, se abre al ámbito cultural helenista – griego – llega la falta de esta homogeneidad y surgen las primeras dificultades. En ese momento, serpentea el descontento, hay lamentaciones, rumores de favoritismos y trato desigual – esto sucede también en nuestras parroquias -. La ayuda de la comunidad a las personas necesitadas - viudas, huérfanos y pobres en general -, parece privilegiar a los cristianos de origen judío, con relación a los demás.
Entonces, ante este conflicto, los Apóstoles toman las riendas de la situación: convocan una reunión ampliada también a los discípulos, debaten juntos acerca de la cuestión, todos. Los problemas, en efecto, ¡no se resuelven fingiendo que no existen! Y es hermoso este debate sincero entre los pastores y los otros fieles. Se llega por lo tanto a una subdivisión de tareas. Los Apóstoles presentan una propuesta que todos aceptan: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras siete hombres, los diáconos, se encargarán del servicio en las mesas para los pobres. Estos siete no son elegidos porque eran expertos en negocios, sino porque eran hombres honestos y de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; y son constituidos en su servicio mediante la imposición de las manos de parte de los Apóstoles.
Y así, de aquel malcontento, de aquella queja, de aquellos rumores de favoritismos y trato desigual, se llega a una solución. Confrontándonos, discutiendo y rezando: así se resuelven los conflictos en la Iglesia. ¡Confrontándonos, discutiendo y rezando, con la certeza de que los chismes y los celos nunca podrán llevarnos a la concordia, a la armonía o a la paz!
Fue también allí, que el Espíritu Santo coronó este entendimiento y esto nos hace comprender que, cuando nosotros nos dejamos guíar por Espíritu Santo, Él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los diversos dones y talentos.
¿Han entendido?... ¡Nada de chismes! ¡Nada de envidias! ¡Nada de celos! ¿entendido?.... (aplausos)
Que la Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos mutuamente y converger cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos.
Los Apóstoles toman en mano la situación y llaman a una reunión ampliada también a los discípulos. Y dialogan pastores y fieles -dijo el Sucesor de Pedro- “Los problemas no se solucionan fingiendo que no existen”, y afirmó: “¡Y es bello este diálogo sincero entre los pastores y los fieles”.
“Confrontando, discutiendo y rezando, así se resuelven los conflictos en la Iglesia. ¡Confrontando, discutiendo y rezando!, con la certeza de que las habladurías, la envidia, los celos, no podrán jamás llevarnos a la concordia, a la armonía y a la paz”.
Estuvo allí el Espíritu Santo -dijo el Papa. Y esto nos hace comprender que cuando nosotros dejamos al Espíritu la guía, él nos lleva a la armonía, a la unidad, el respeto de los diversos dones y talentos. Escucharon bien: ¡Nada de habladurías, nada de celos, ni envidias!
El Vicario de Cristo pidió a la Virgen “que nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos mutuamente y convergir cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los demás”.
(Jesuita Guillermo Ortiz - RV)
Traducción al español del texto completo de la reflexión del Papa:
Queridos hermanos y hermanas ¡Buenos días!
Hoy la lectura de los Hechos de Apóstoles nos muestra que aun en el comienzo de la Iglesia emergen las primeras tensiones y disensiones. En la vida, los conflictos existen, el problema es cómo se afrontan. Hasta ese momento la unidad de la comunidad cristiana había sido favorecida por la pertenencia a una etnia y cultura, la judaica. Pero, cuando el cristianismo, que por voluntad de Jesús está destinado a todos los pueblos, se abre al ámbito cultural helenista – griego – llega la falta de esta homogeneidad y surgen las primeras dificultades. En ese momento, serpentea el descontento, hay lamentaciones, rumores de favoritismos y trato desigual – esto sucede también en nuestras parroquias -. La ayuda de la comunidad a las personas necesitadas - viudas, huérfanos y pobres en general -, parece privilegiar a los cristianos de origen judío, con relación a los demás.
Entonces, ante este conflicto, los Apóstoles toman las riendas de la situación: convocan una reunión ampliada también a los discípulos, debaten juntos acerca de la cuestión, todos. Los problemas, en efecto, ¡no se resuelven fingiendo que no existen! Y es hermoso este debate sincero entre los pastores y los otros fieles. Se llega por lo tanto a una subdivisión de tareas. Los Apóstoles presentan una propuesta que todos aceptan: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras siete hombres, los diáconos, se encargarán del servicio en las mesas para los pobres. Estos siete no son elegidos porque eran expertos en negocios, sino porque eran hombres honestos y de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría; y son constituidos en su servicio mediante la imposición de las manos de parte de los Apóstoles.
Y así, de aquel malcontento, de aquella queja, de aquellos rumores de favoritismos y trato desigual, se llega a una solución. Confrontándonos, discutiendo y rezando: así se resuelven los conflictos en la Iglesia. ¡Confrontándonos, discutiendo y rezando, con la certeza de que los chismes y los celos nunca podrán llevarnos a la concordia, a la armonía o a la paz!
Fue también allí, que el Espíritu Santo coronó este entendimiento y esto nos hace comprender que, cuando nosotros nos dejamos guíar por Espíritu Santo, Él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los diversos dones y talentos.
¿Han entendido?... ¡Nada de chismes! ¡Nada de envidias! ¡Nada de celos! ¿entendido?.... (aplausos)
Que la Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos mutuamente y converger cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos.
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