Uno de los españoles que participará en el Sínodo, el cardenal Fernando Sebastián, señalaba no hace mucho, en la revista Palabra, que «querer hacer familias cristianas en este mundo con tres conferencias dadas a última hora a jóvenes que llevan ya años alejados de la Iglesia es un deseo imposible. Tenemos que comenzar mucho antes; y con más seriedad».
Ya hay quien lamenta que dedicamos más tiempo a aprender a conducir que a prepararnos para compartir nuestra vida con la persona que queremos. Quizá por ello, en España, los matrimonios civiles superan ya a los religiosos; las convivencias extramatrimoniales aumentan, el divorcio crece exponencialmente...
También el Papa Francisco, en el documento La familia a la luz del documento de Aparecida, de 2008, precisaba que «es necesario replantear la metodología de los llamados cursos prematrimoniales. En muchos casos no pasa de una charla con un grupo de matrimonios y el párroco. Creo que deberíamos actualizar los contenidos y las formas de dar estos cursos, con un lenguaje sencillo y profundo, dejando bien claro que, para los bautizados, el matrimonio es un sacramento. Los elementos centrales de dicha preparación son: oportunidad de los novios para crecer en su madurez humana y religiosa, tomar conciencia de la naturaleza y fines del matrimonio, vivirlo como un sacramento y celebrarlo como tal, convirtiéndose para los novios en un verdadero kairós. Si bien en muchas diócesis se dan pasos importantes en esta pastoral, queda todavía mucho por hacer».
Y el cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, avanzaba, en el libro La esperanza de la familia, que está «en fase de estudio» la posibilidad de «exigir a los contrayentes una fe más explícita». De momento, habrá que esperar un poco más.
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