Francisco ha hablado de la realidad
visible y la espiritual de la Iglesia. Todos los cristianos debemos dar ejemplo
y no convertirnos en motivo de escándalo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
En las catequesis precedentes hemos
podido evidenciar cómo la Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo
de Cristo edificado en el Espíritu Santo. Cuando nos referimos a la Iglesia,
sin embargo, el pensamiento va inmediatamente a nuestras comunidades, a
nuestras parroquias, a nuestras diócesis, a las estructuras donde solemos
reunirnos y, obviamente, también a los componentes y a las figuras más
institucionales que la guían, que la gobiernan. Es esta la realidad visible de
la Iglesia. Debemos preguntarnos entonces, ¿se trata de dos cosas diferentes o
de la única Iglesia? Y, si es siempre una única Iglesia, ¿cómo podemos entender
la relación entre su realidad visible y la espiritual?
Sobre todo, cuando hablamos de la
realidad visible --hemos dicho que hay dos, una realidad visible de la Iglesia
que se ve y una espiritual--, cuando hablamos de la realidad visible de la
Iglesia no debemos pensar solo en el Papa, los obispos, sacerdotes, monjas,
personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está formada por muchos
hermanos y hermanas que en el mundo creen, esperan, aman.
Pero muchas veces oíamos decir
‘pero la Iglesia no hace esto, la Iglesia no hace esto otro’. Pero dime
¿quién es la Iglesia? Son los sacerdotes, los obispos, el Papa. Pero, la
Iglesia somos todos. Todos nosotros, todos los bautizados somos Iglesia. La
Iglesia de Jesús.
De todos los que siguen a Jesús y que,
en su nombre se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando
ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. Todos, todos los que hacen lo
que el Señor nos ha mandado, son Iglesia. Comprendemos, entonces, que también
la realidad visible de la Iglesia no se puede medir, no se puede conocer en
toda su plenitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se hace? Tantas
obras de amor, tantas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a
los hijos, para llevarlos adelante, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en
los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor… Pero esto no se puede
medir, y es muy grande, es muy grande.
¿Cómo se hace para conocer todas las
maravillas que, a través de nosotros, Cristo consigue obrar en el corazón y en
la vida de cada persona. Mirad: también la realidad visible de la Iglesia va
más allá de nuestro control, va más allá de nuestras fuerzas, y es una realidad
misteriosa, porque viene de Dios.
Para comprender la relación, en la
Iglesia, la relación entre su realidad visible y la espiritual, no hay otro
camino que mirar a Cristo, del cual la Iglesia constituye el cuerpo y del cual
es generada, en un hecho de infinito amor. También en Cristo, de hecho, por la
fuerza del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana
y una naturaleza divina, unidas en la misma persona de forma admirable e
indisoluble. Esto vale de forma análoga también para la Iglesia. Y como en
Cristo la naturaleza humana favorece plenamente a la divina y se pone a su
servicio, en función del cumplimiento de la salvación, así sucede, en la
Iglesia, por su realidad visible, en lo relacionado con lo espiritual. También
la Iglesia, por tanto, es un misterio, en el cual lo que no se ve es más
importante que lo que se ve, y puede ser reconocido sólo con los ojos de la fe.
En el caso de la Iglesia, sin embargo,
debemos preguntarnos: ¿cómo la realidad visible puede ponerse al servicio de la
espiritual? Una vez más, podemos comprenderlo mirando a Cristo. Cristo es el
modelo, en modelo de la Iglesia que es su cuerpo. Es el modelo de todos los
cristianos, de todos nosotros. Mirando a Cristo no se equivoca, no se equivoca.
En el Evangelio de Lucas se cuenta como
Jesús, en su regreso a Nazaret --lo hemos escuchado esto- donde había crecido,
entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el paso del profeta
Isaías donde está escrito: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a
anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la
libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor'. He aquí como
Cristo se ha servido de su humanidad –-porque era hombre también-- para
anunciar y realizar el diseño divino de redención y de salvación, porque era
Dios, así debe ser también para la Iglesia. A través de su realidad visible,
todo lo que se ve, los sacramentos, el testimonio de todos nosotros cristianos.
La Iglesia está llamada cada día a hacerse cercana y todo hombre, comenzando
por el pobre, por el que sufre y por quien es marginado, para continuar
haciendo sentir sobre todos la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, a menudo
como la Iglesia experimentamos nuestra fragilidad y nuestros límites.
Todos lo somos, todos tenemos. Todos somos pecadores, todos ¿eh? Ninguno
puede decir ‘yo no soy pecador’. Pero si alguno de nosotros se siente capaz de
decir que no es pecador, que levante la mano. Veremos cuántos. No se puede.
Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites, estos pecados nuestros es
justo que provoque en nosotros una profunda tristeza, sobre todo cuando damos
mal ejemplo y nos damos cuenta de convertirnos en motivo de escándalo. Cuántas
veces hemos oído en el barrio: ‘Esa persona de ahí está siempre en la Iglesia
pero habla mal de todos’. ¡Pero qué mal ejemplo! Hablar mal del otro, esto no
es cristiano, es un mal ejemplo y es un pecado. Y así, nosotros damos un mal
ejemplo. Pero si este o esta es cristiano, yo me hago ateo, ¿eh? Porque nuestro
testimonio es la que hace entender qué es ser cristiano. Pidamos no ser motivo
de escándalo.
Pidamos el don de la fe, para que
podamos comprender como, a pesar de nuestra pequeñez y nuestra pobreza, el
Señor nos ha hecho realmente instrumento de gracia y signo visible de su amor
por toda la humanidad.
Podemos convertirnos en motivo de
escándalo, sí. Pero también podemos intentar dar testimonio, ser testigos que
con nuestra vida digamos así Jesús quiere que nosotros lo hagamos.
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