Una persona con un defecto no es menos persona
El
cardenal Elio Sgreccia fue, «por pura coincidencia cronológica», el mayor
responsable de desarrollar una propuesta bioética coherente con el magisterio
de la Iglesia. Este gran esfuerzo se refleja, entre otras cosas, en su Manual
de Bioética. Con motivo de la presentación en España del segundo volumen
(editado por la BAC), ha analizado, para Alfa y Omega, algunas de las
cuestiones hoy más candentes, como son el aborto, la discriminación amparada en
la calidad de vida, o la gestión de los servicios sanitarios
Que
la predicación del amor y la misericordia de Dios suscite un deseo de dar amor
acogedor al niño que nace, al anciano...
El
Papa no ahorra palabras a la hora de hablar con dureza del aborto, pero también
subraya la necesidad de cambiar la forma de comunicar. ¿Cómo llegar a la gente
en un debate tan polarizado?
En
estos primeros meses del pontificado, y también en documentos importantes, como
la Exhortación Evangelii gaudium, me parece que el Santo Padre desea que todos
los temas de moral, incluyendo los más ásperos y politizados como la vida del
nasciturus, se afronten de forma adecuada, para que se comprendan bien y no se
polaricen en una especie de resistencia preconcebida y hostil. El modo que él
sugiere es partir del amor de Dios, de su misericordia, del hecho de que Dios
dona con abundancia, y quiere que el corazón del hombre se abra al amor.
Partiendo de este aspecto positivo, el Papa quiere que la predicación suscite
esta oblatividad, un deseo de dar amor acogedor al niño que nace, al
discapacitado que es diferente, al anciano que muere. Este lenguaje puede
penetrar mejor en toda la cultura, también en la del hombre sencillo que no
sabe filosofía o Derecho; y, así, superar las barreras de la hostilidad y
afrontar estos temas desde la comprensión y la acogida. Pero también dice que
esto no quiere decir que haya que retractarse de lo que ya se ha definido
doctrinalmente sobre el aborto. Dice expresamente que quiere ser extremadamente
claro sobre que no hay que cambiar la doctrina; sino presentarla en la
perspectiva, más amplia, del amor de Dios.
Después
de retirarse de la Academia Pontificia para la Vida, que presidió entre 2005 y
2008, usted creó la fundación Ut vitam habeant, con el fin de apoyar una
pastoral de la vida. ¿Por qué tomó esta decisión?
La
inspiración me vino de la encíclica Evangelium vitae, cuyo capítulo 2 contiene
una lectura bíblica sobre la vida como don de Dios, una vida que se ve
perfeccionada en Cristo, que es Él mismo el Evangelio de la vida. Pienso que
existe una obligación de incluir el tema de la vida en la pastoral. No hay una
pastoral verdadera si no trata también la cuestión de la vida humana,
igualmente desde el misterio de Dios que da la vida, y de Cristo que se ha
encarnado. Este anuncio de la belleza, la riqueza y el perfeccionamiento de la
vida debe seguir en todas las etapas de la vida, no ser una catequesis
concentrada en unos años, después de los cuales se deja marchar a la persona
sin acompañarla ante los problemas de su desarrollo personal, de la apertura a
la autonomía, a la propia identidad y al uso del cuerpo y del afecto. Hace
falta un acompañamiento de la vida.
Del
mismo modo ocurre con la preparación al matrimonio: hoy vemos que muchos
matrimonios fallan. Hay una formación insuficiente sobre la visión teológica
completa del matrimonio, no sólo como sacramento, sino como presencia viva de
Cristo en los esposos y en la familia. El Evangelio de la vida quiere decir que
estos temas deben ser tomados en consideración en la pastoral, con una
pedagogía para cada etapa. Esto es lo que intentamos hacer en esta fundación:
ir preparando a los laicos. Estamos formando un grupo de diez personas
-médicos, psicólogos, pedagogos- que van a los colegios y dan siete u ocho
sesiones gratuitas de pastoral de la vida, de la afectividad, de la sexualidad.
Es una labor distinta a la de la Pontificia Academia para la Vida, que trabaja
a nivel académico, para la universidad.
¿Qué
importancia tiene la colaboración con los laicos?
Me
llegó mucho una meditación del predicador apostólico, el padre Cantalamessa,
cuando comenzó el Año de la fe. Dijo que había habido cuatro momentos en la
historia de la Iglesia en los que había hecho falta una nueva evangelización:
el momento apostólico; la evangelización llevada a cabo por los monjes de la
Edad Media; la evangelización del Nuevo Mundo; y la de hoy, que corresponde a
los laicos. El Concilio Vaticano II, y también Juan Pablo II, dijeron que la
pastoral de hoy incluye a los laicos de forma estructural, no sólo subsidiaria.
Ellos son presencia en las fronteras: en la ciencia, la economía, la cultura,
los medios de comunicación, la escuela...
Usted
ha vivido en primera persona el desarrollo de la bioética y, en gran medida, ha
sido pionero de la integración de esta ciencia en el magisterio de la Iglesia.
¿Cómo describiría estas últimas décadas?
La
bioética vino impuesta, en primer lugar, por el gran desarrollo de la ciencia,
y también por un desarrollo cultural innovador de la ciencia jurídica. En el
pasado, durante la fase liberal de la democracia, los parlamentos se ocupaban
de la propiedad, de los derechos del ciudadano, del trabajo de los obreros.
Hoy, con mucha frecuencia, se ocupan de cómo se nace, de quién tiene derecho a
nacer, de cómo se debe morir, de cómo se debe curar, de la sanidad, y de todas
las cuestiones relacionadas con la corporeidad humana; también de inventos como
la reproducción artificial y la ingeniería genética. El hecho de que lo
esencial de la vida sea manipulable y de que la salud se haya convertido en
algo central ha impuesto este debate bioético.
La
Iglesia ha estado siempre vigilante, y ha advertido esto. Y yo me encontré en
medio sin haberlo querido, no por mérito mío, sino por coincidencia
cronológica. Estaba en una universidad católica enseñando pastoral a los
estudiantes de Medicina, y en 1975 me pidieron que fuera a Estrasburgo para la
redacción, con otros estudiosos, de un volumen dedicado a El médico y los
derechos del hombre. Un segundo encargo, también en Estrasburgo, fue como
observador ante un Comité ad hoc del Consejo de Europa, que se ocupaba de la bioética
en el campo biomédico. Después me pidieron que me quedara en el Gemelli,
estructurando los estudios de Bioética de la Facultad de Medicina. Con la
materia que preparé, gané la oposición para la cátedra de Bioética, y ese
material se publicó, en 1986, como el primer tomo del Manual de Bioética. Esa
cátedra se convirtió en un Instituto, y este modelo se transmitió a muchas
universidades católicas, y también a algunas de inspiración laica.
¿Cuál
es el principal reto para la bioética hoy en día?
Para
mí, es siempre el mismo: dónde se fundamenta el criterio para definir qué está
bien y qué está mal en el obrar biomédico. Después de reflexionar sobre el
pasado de nuestro pensamiento, y teniendo en cuenta también nuestra fe -aunque
buscando sobre todo las razones de la razón-, nosotros hemos propuesto este
criterio: la dignidad de la persona humana, entendida no sólo como sujeto
adulto que razona, sino como una realidad global, desde el primer momento de la
concepción hasta el final de la vida. Decimos, con Pablo VI: «Todo el hombre,
en cada hombre». Esto permite superar el subjetivismo que mira sobre todo al
hombre adulto, autónomo. Esto lo hemos llamado personalismo ontológico, pero se
puede decir también humanismo total, o global.
Uno
de los conceptos que hace de enlace entre los dos volúmenes de su Manual de
Bioética es el de calidad de vida. ¿Qué supone la utilización, tan extendida
hoy, de este término?
Este
criterio orientativo no se debe rechazar. Nosotros queremos que se respete la
vida y que se busque también la calidad de vida, no sólo desde el punto de
vista biológico, sino también psicológico, espiritual y cultural. Lo que no
aceptamos es su uso discriminatorio, que se contraponga al respeto a la vida,
de forma que, para respetar la calidad de vida, haya que descartar la vida que
no supera el criterio de calidad que tiene la gente. Toda vida tiene una
cualidad que es innegable, porque es consustancial al ser una vida humana. Una
persona que tiene un defecto no es menos persona, es siempre una persona con
toda su dignidad, aunque debemos perseguir también el máximo de calidad de vida
física. Si sólo pudiera vivir quien tiene una calidad de vida total... Ésa no
la tiene nadie. Eso es lo que el Papa actual llama la cultura del descarte.
El
segundo volumen del Manual incluye temas muy cercanos a las preocupaciones del
Papa Francisco, como el mundo laboral, las catástrofes, el envejecimiento, la
discapacidad... ¿Ha hablado con él sobre esto?
...
y la ecología. Con frecuencia, los problemas ecológicos están interconectados
con otras cuestiones y atañen al hombre. Defender la ecología significa también
defender los derechos de los pobres. Y es difícil conservar lo creado si no se
reconoce al Creador.
En
la única audiencia particular con el Papa, hace dos meses, brevemente me dijo
que conocía el Manual, que lo había consultado y que lo encontraba bueno para
la pastoral. En Buenos Aires, el Centro de Bioética de la Universidad católica
fue fundado por un sacerdote que estudió conmigo en Roma, y yo he estado allí
muchas veces dando cursos y trabajando para que el Estado reconociera su nivel
académico.
Que
se respete la vida, y la calidad de vida, pero no sólo en lo biológico...,¡también
en lo psicológico, espiritual y cultural!
Otro
tema cercano al pensamiento del Santo Padre es la gestión económica de la
sanidad, un tema muy de actualidad. ¿Cómo deben actuar las autoridades
sanitarias?
La
justicia y la distribución de los recursos, de forma que haya para todos, es un
problema todavía abierto. Para hacer una buena sociedad hoy, hace falta una
buena organización de los servicios sanitarios; y para una buena organización,
hace falta una buena ética. Los estudiosos distinguen cuestiones de
macro-economía y de economía aplicada a la salud. En macro-economía, la
sociedad debe distribuir con justicia las propias riquezas, de forma que el
sector de la salud tenga una parte justa; que no se destine todo al armamento,
al beneficio de otros sectores, a promover la industria del consumismo. La
sanidad no debe estar en último lugar, dejada a sí misma o a las obras sociales
y a la Iglesia, como ocurre en muchos Estados. Después, una vez establecido
cuántos recursos corresponden a la sanidad, éstos tienen que estar bien
distribuidos dentro del territorio de un país. En Italia, por ejemplo, los
hospitales del sur tienen menos recursos que en el norte, y también aquí la
Iglesia suple lo que la Administración no da.
¿Y
en la economía aplicada a la salud?
Otro
problema, de cada hospital, es la distribución del trabajo, del personal, de
los horarios. Se debe modelar la ley de forma que, por ejemplo, no cobre más un
administrativo que un médico o una enfermera. Un hospital no puede ser como una
fábrica de coches, donde se establece cuánto se tarda en montar un motor. La
última ley que se ha aprobado en Italia, inspirada en Estados Unidos, es de
este tipo: establece cuánto deben durar las visitas médicas, las operaciones, y
los ingresos, en función del diagnóstico; por ejemplo, por una apendicitis, dos
días. Esto, de un modo coactivo que no corresponde al criterio de la persona ni
promueve la justicia.
El
jefe de servicio es responsable de los cuidados, pero se le hace también
responsable de los gastos. Si después de tres meses presenta un balance
positivo, porque los pacientes hayan estado ingresados el menor tiempo posible
o dándoles fármacos más baratos, es premiado, como si estuviera en una fábrica.
Este sistema es inicuo.
A
quien cuida de los enfermos de cáncer, de los ancianos, de los niños, siempre
le sale un balance negativo. Quien tiene más necesidad es descartado. Para
conseguir beneficios, se hace un hospital de ambulantes donde se curan
forúnculos, o se crean necesidades como la cirugía estética. Hay mucho que hacer
en este ámbito.
FUENTE: ZENIT/ ALFA Y OMEGA
María Martínez López
María Martínez López
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