(RV).-Más de dos cientos mil fieles
participaron la tarde del sábado en Caserta, al sur de Italia, en la misa que
presidió el Papa Francisco delante del Palacio Real, en la fiesta de Santa Ana,
patrona de la ciudad, "que - observó - ha reunido en esta plaza a los
diversos componentes de la Comunidad diocesana con el Obispo y con la presencia
de las autoridades civiles y de los representantes de varias realidades
sociales". El Papa alentó a todos "a vivir la fiesta patronal libre
de cualquier condicionamiento, expresión pura de la fe de un pueblo que se
reconoce familia de Dios y afirma los vínculos de la fraternidad y de la
solidaridad". "Quizás Santa Ana escuchó a su hija María proclamar las
palabras del Magnificat: 'Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los
humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las
manos vacías' (Lc 1, 51-53)". "Que Ella nos ayude a buscar el único
tesoro, Jesús, y nos enseñe a descubrir los criterios del actuar de Dios; Él
cambia los juicios del mundo, va en ayuda de los pobres y de los pequeños y
llena de bienes a los humildes, que le confían su existencia".
Homilía completa del Santo Padre Francisco en Caserta
Jesús se dirigía a
los que lo escuchaban con palabras simples, que todos podían entender. También
esta tarde Él nos habla a través de breves parábolas, que hacen referencia a la
vida cotidiana de la gente de aquel tiempo. Lo similar del tesoro escondido en
el campo y de la perla de gran valor es que tienen como protagonistas a un
pobre campesino y a un rico comerciante. El comerciante está desde siempre en
busca de un objeto de valor, que sacie su sed de belleza y da la vuelta al mundo,
sin rendirse, en la esperanza de encontrar aquello que está buscando. El otro,
el campesino, no se ha alejado nunca de su campo y hace el trabajo de siempre,
con los acostumbrados gestos cotidianos. Sin embargo para ambos el resultado
final es el mismo: el descubrimiento de algo precioso, para uno un tesoro, para
el otro una perla de gran valor. Ambos están acomunados también por un mismo
sentimiento: la sorpresa y la alegría de haber encontrado la satisfacción de
todo deseo. Finalmente, ambos no dudan en vender todo para adquirir el tesoro
que han encontrado. Mediante estas dos parábolas Jesús enseña qué es el reino
de los cielos, cómo se encuentra, qué se debe hacer para poseerlo.
¿Qué cosa es el
reino de los cielos? Jesús no se preocupa en explicarlo. Lo enuncia desde el
inicio de su Evangelio: «El reino de los cielos está cerca»; también hoy está
cerca en medio de nosotros ¡eh!, sin embargo jamás lo hace ver directamente,
sino siempre por reflejo, narrando el actuar de un propietario, de un rey, de diez
vírgenes… Prefiere dejarlo intuir, con parábolas y semejanzas, manifestando
sobre todo los efectos: el reino de los cielos es capaz de cambiar el mundo,
como la levadura oculta en la masa; es pequeño y humilde como un grano de
mostaza, que sin embargo se volverá grande como un árbol. Las dos parábolas
sobre las cuales queremos reflexionar nos hacen entender que el reino de Dios
se hace presente en la persona misma de Jesús. Es Él el tesoro escondido y la
perla de gran valor. Se entiende la alegría del campesino y del comerciante:
¡lo han encontrado! Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la
cercanía y la presencia de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma
la existencia y nos abre a las exigencias de los hermanos; una presencia que
invita a acoger toda otra presencia, también aquella del extranjero y del
inmigrante. Es una presencia acogedora, alegre, fecunda, así es el reino de
Dios dentro de nosotros.
Podrían preguntar:
¿Padre cómo se encuentra el reino de Dios? Cada uno de nosotros tiene un
recorrido particular, cada uno de nosotros tiene su camino en la vida. Para
alguno el encuentro con Jesús es esperado, deseado, buscado por largo tiempo,
como nos es descrito en la parábola del comerciante, que da la vuelta al mundo
para encontrar algo de valor. Para otros ocurre de manera improvisada, casi de
casualidad, como en la parábola del campesino. Esto nos recuerda que Dios se
deja encontrar de todas maneras, porque es Él quien en primer lugar desea
encontrarnos y en primer lugar busca encontrarnos: ha venido para ser el “Dios
con nosotros”. Y Jesús está en medio de nosotros, hoy está aquí, Él lo ha
dicho, yo estoy en medio de ustedes, el Señor está en medio de nosotros. Es Él
quien nos busca y se hace encontrar también por quien no lo busca. A veces Él
se deja encontrar en lugares insólitos y en tiempos inesperados. Cuando
encontramos a Jesús nos quedamos fascinados, conquistados, y es una alegría
dejar nuestra acostumbrada manera de vivir, a veces árida y apática, para
abrazar el Evangelio, para dejarnos guiar por la lógica nueva del amor y del
servicio humilde y desinteresado. La palabra de Jesús está en el Evangelio. No
quiero preguntarles aquí, no quiero que respondan, ¿hoy cuántos de ustedes leen
un párrafo del Evangelio? No levanten la mano, sólo es una pregunta ¡Cuántos se
apresuran por hacer su trabajo para no perderse la telenovela! Tener el
Evangelio en la mano, tener el Evangelio en la cómoda, en la cartera, tener el
Evangelio en el bolsillo y luego abrirlo un instante y ver las palabra de Jesús
y el reino de Dios viene. El contacto con la palabra de Jesús es aquel que nos
acerca al reino de Dios. ¡Piensen bien, un evangelio pequeño a la mano,
siempre: se abre casualmente y se lee qué cosa dice Jesús. Y Jesús está ahí ¡eh!
¿Qué cosa se debe
hacer para poseer el reino de Dios? Sobre esto Jesús es muy claro: no basta el
entusiasmo, la alegría del descubrimiento. Es necesario anteponer la perla
preciosa del reino a cualquier otro bien terrenal; es necesario poner a Dios en
el primer lugar en nuestra vida, preferirlo ante todo. Dar el primado a Dios
significa tener el coraje de decir no al mal, no a la violencia, no a los
abusos, para vivir una vida de servicio a los demás y en favor de la legalidad
y del bien común. Cuando una persona descubre en Dios, el verdadero tesoro,
abandona un estilo de vida egoísta y busca compartir con los demás la caridad
que viene de Dios. Quien se vuelve amigo de Dios, ama a los hermanos, se
compromete en salvaguardar sus vidas y su salud respetando también el ambiente
y la naturaleza. Yo sé que ustedes sufren por estas cosas, hoy cuando llegue
aquí, uno de ustedes se acercó y me dijo: ¡Padre danos la esperanza! Yo no
puedo darles la esperanza. Pero puedo decirles: donde está Jesús, está la
esperanza, donde está Jesús los hermanos se aman, se comprometen a salvaguardar
sus vidas, su salud, también respetando el ambiente y la naturaleza, y ésta es
la esperanza que no desilusiona jamás, aquella que da Jesús. Esto es
particularmente importante en esta su hermosa tierra que reclama ser tutelada y
preservada, reclama el coraje de decir no a toda forma de corrupción e
ilegalidad. Y todos sabemos el nombre de estas formas de corrupción y de
ilegalidad. Reclama de todos ser servidores de la verdad y de asumir en cada
situación el estilo de vida evangélico, que se manifiesta en el don de si y en
la atención por el pobre y el excluido. La Biblia está llena de esto. El Señor
dice: ustedes hacen esto, esto … a mí no me importa, a mí me importa que el
huérfano sea curado, que la viuda sea curada, que el excluido sea acogido, a mí
me importa que la creación sea custodiada. Este es el reino de Dios. La Biblia
está llena de esto.
Hoy la fiesta de
Santa Ana, a mí me gusta llamarla la abuela de Jesús, es un hermoso día para
festejar a las abuelas, cuando incensaba el altar he visto una cosa bellísima:
la imagen de Santa Ana no estaba coronada, es la hija la que lleva la corona y
esto es hermoso ¡eh!. Santa Ana es la mujer que ha preparado a su hija para
convertirse en reina, para convertirse en la reina de los cielos y de la
tierra. Esta abuela ha hecho un buen trabajo ¿no?; es la Patrona de Caserta, ha
reunido en esta plaza a los diversos componentes de la Comunidad diocesana con
el Obispo y con la presencia de las autoridades civiles y de los representantes
de varias realidades sociales. Deseo alentar a todos a vivir la fiesta patronal
libre de cualquier condicionamiento, expresión pura de la fe de un pueblo que
se reconoce familia de Dios y afirma los vínculos de la fraternidad y de la
solidaridad. Quizás Santa Ana escuchó a su hija María proclamar las palabras
del Magníficat, porque María seguramente ha repetido estas palabras muchas
veces. Estas palabras: “ Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los
humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las
manos vacías” (Lc 1, 51-53). Que Ella nos ayude a buscar el único tesoro,
Jesús, y nos enseñe a descubrir los criterios del actuar de Dios; Él cambia los
juicios del mundo, va en ayuda de los pobres y de los pequeños y llena de
bienes a los humildes, que le confían su existencia. Tengan esperanza, la
esperanza no desilusiona, y a mí me gusta repetírselos: no se dejen robar la
esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario