El primado de Canadá en el Congreso del Encuentro Mundial de las Familias
LA FAMILIA, LA EDUCADORA A LOS VALORES HUMANOS Y
CRISTIANOS: VALORES QUE HAY QUE DESCUBRIR Y QUE REDESCUBRIR
Introducción: un
trastorno de los valores a las proporciones vastas
El
matrimonio y la familia se han convertido en nuestra época en un campo de
batalla cultural dentro de las sociedades secularizadas donde una visión del
mundo sin Dios intenta suplantar la herencia judeocristiana. Desde algunas
décadas, los valores del matrimonio y de la familia sufrieron asaltos repetidos
que causaron daños graves en el plano humano, social y religioso. A la
fragilidad creciente de las parejas se añadieron los problemas graves y
educativos ligados a la pérdida de los modelos paternos y a la influencia de
corrientes de pensamiento que rechazan los mismos fundamentos de la institución
familiar. El trastorno de los valores alcanza la identidad misma del ser
humano, más allá de su fidelidad a un orden moral. Reina en lo sucesivo una
confusión antropológica sutilmente mantenida por un lenguaje ambiguo que impone
al pensamiento cristiano un trabajo de desciframiento y de discernimiento [1].
La crisis que atraviesa la humanidad actual se revela siendo de orden
antropológica y no solamente de orden moral o espiritual.
En
Occidente, por ejemplo, las filosofías del constructivismo y del género [2]
(gender theory) desnaturalizan la realidad del matrimonio y de la familia
refundiendo la noción de la pareja humana a partir de los deseos subjetivos del
individuo, haciendo prácticamente insignificante la diferencia sexual, hasta el
punto de tratar de forma equivalente la unión heterosexual y las relaciones
homosexuales. Según esta teoría, la diferencia sexual inscrita en la realidad
biológica del hombre y de la mujer no influye de modo significante en la
identidad sexual de los individuos porque ésta es el resultado de una
orientación subjetiva y de una construcción social [3]. La identidad sexual de
los individuos no sería un dato objetivo inscrito en el hecho de nacer hombre o
mujer sino más bien un dato psico-social construido sobre las influencias
culturales sufridas o escogidas por los individuos.
Bajo
la presión de estas ideologías a veces abiertamente anticristianas, ciertos
Estados proceden a legislaciones que vuelven a definir el sentido del
matrimonio, de la procreación, de la filiación y de la familia, sin
consideración para las realidades antropológicas fundamentales que estructuran
las relaciones humanas [4]. Varias organizaciones internacionales participan en
este movimiento de destrucción del matrimonio y de la familia en provecho de
ciertos grupos de presión bien organizados que persiguen sus propios intereses
en detrimento del bien común. Total, un trastorno de los valores de vastas
proporciones toca el amor humano, la vida, la familia y el puesto de la
religión en la sociedad.
La
Iglesia católica critica fuertemente estas corrientes culturales que obtienen
demasiado fácilmente el apoyo de los medios modernos de comunicación. Gracias a
la clarividencia de los papas contemporáneos, la Iglesia reafirma los valores
tradicionales del matrimonio y de la familia en la línea novadora del Concilio
Vaticano II. Siguiendo el sínodo romano de 1980 sobre la familia, la
Exhortación apostólica Familiaris Consortio propone una gran carta de la
familia fundada sobre la creación del hombre a la imagen de Dios y sobre el
sacramento del matrimonio. Esta gran carta pastoral culmina por un llamamiento
del papa Juan Pablo II: "¡Familia, sé lo que eres! ": una comunidad
de vida y de amor, una escuela de comunión, una Iglesia doméstica.
Este
llamamiento queda más que nunca actual 29 años más tarde, y nos pone de nuevo
frente a la misión esencial de la familia: "la esencia de la familia y sus
deberes son definidos por el amor, escribe el papa. Es por eso que la familia
recibe la misión de guardar, de revelar y de comunicar el amor, reflejo vivo y
participación real del amor de Dios hacia la humanidad y del amor de Cristo
Señor hacia la Iglesia su Esposa " (FC 17). Esta declaración solemne de
Juan Pablo II introduce la tercera parte de este documento que prolonga la
línea renovadora de la Constitución pastoral Gaudium y Spes. Ésta define el
matrimonio como una unión personal en la cual los esposos se dan y se reciben
recíprocamente (GS 48). Definiendo la esencia de la familia y su misión por el
amor y no primero por la procreación, el papa no hace una concesión dudosa a la
mentalidad contemporánea. Pretende alcanzar "las raíces mismas de la
realidad" (FC 17), afirma la continuidad interna entre el amor personal de
los esposos y la transmisión de la vida. Su postura marca una etapa importante
hacia una refundición personalista de la doctrina cristiana del matrimonio y de
la familia. Coloca los tres valores tradicionales del matrimonio, la
procreación, el amor fiel y el significado sacramental, en el eje del amor
conyugal fecundo y ya no en el de la procreación como finalidad distinta [5].
Me parece importante prolongar este desarrollo doctrinal ahondando más en la
dimensión cristológica y sacramental del matrimonio con el fin de volver a
lanzar la misión educativa de la familia cristiana a partir de los valores del
sacramento todavía por descubrir y de los valores del amor conyugal
establecidos desde el origen de la creación pero que están por redescubrir a la
luz del Cristo y frente al gran desafío contemporáneo [6].
Valores que hay que
descubrir
Digamos
en primer lugar, de modo general que las circunstancias actuales evocadas más
alto incitan a la familia cristiana a una toma de conciencia fundamental: sólo
el encuentro personal y auténtico de Cristo Redentor puede permitirle aceptar
el desafío de la educación a la vida cristiana y a los valores humanos que se
relacionan con ella. Al principio del tercer milenio, el Papa Juan Pablo II
exhortó la Iglesia a partir de nuevo de Cristo, La cabeza y El esposo de la
Iglesia [7]. Partir de nuevo de Cristo como el fundamento de un arranque
renovado hacia la santidad para todos, en cada estado de vida. Este llamamiento
concierne en primer lugar a los esposos que procuran responder a su vocación de
bautizados casados [8] en el seno de una familia. Necesitan para alcanzarlo,
una espiritualidad personal y eclesial apropiada que va más allá de la
presentación tradicional de los valores del matrimonio y de la familia, con
predominio moral y jurídico.
Partir
de nuevo de Cristo significa concretamente profundizar en el sacramento que es
el bien supremo del matrimonio según santo Agustín. El obispo de Hipona resumió
la doctrina del matrimonio definiendo tres bienes esenciales del matrimonio, la
fidelidad (fides), la procreación (proles) y la indisolubilidad (sacramentum).
Mientras que la fidelidad y la procreación echan raíces en la dimensión natural
del matrimonio, el sacramento pertenece más explícitamente a su dimensión
sobrenatural. Ésta ofrece un buen punto de partida para una espiritualidad del
matrimonio y de la familia que sea significante para sus miembros y al mismo
tiempo fecunda para la Iglesia y la sociedad. Veamos sus fundamentos a partir
1) del horizonte cristocéntrico global, 2) del acto de consagración matrimonial
y 3) de la gracia que emana de ella para los esposos y para la Iglesia. 4) los
valores educativos serán identificados a partir de estos fundamentos.
El sacramento del matrimonio
como encuentro con Cristo
Un
primer valor que hay que descubrir es el lugar de la fe en el pacto de alianza
de los esposos y el impacto que tiene o debería tener en su vida. Cuando la fe
de los esposos es vivida como un encuentro personal con Cristo, confiere a su
amor una dimensión teologal que bonifica toda su vida matrimonial. Porque el
matrimonio no es una realidad puramente natural, completa y suficiente en él
misma, a la cual Cristo sólo aportaría una ayuda extrínseca para que alcance
mejor su propia finalidad. El matrimonio existe desde los orígenes de la
creación con vistas a Cristo y con vistas a su gracia redentora que instaura
una plenitud de sentido para el amor conyugal y familiar.
La
Constitución pastoral Gaudium y Spes del Concilio Vaticano II optó por una
refundición de la doctrina del matrimonio en esta perspectiva cristocéntrica.
Mientras que la teología moderna, tributaria de una visión extrínseca de la
relación entre la naturaleza y la gracia, presentaba el sacramento del matrimonio
como una elevación de la naturaleza, el Concilio lo presenta como un encuentro
con Cristo y una amistad con él. "Así como Dios antiguamente se adelantó a
unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el
Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos
cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos
para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad,
como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella"(GS 48).
De
donde la importancia de la celebración sacramental del matrimonio que simboliza
este encuentro de los esposos con Cristo y que inaugura toda una vida de
amistad con él en el corazón mismo de la vida conyugal y familiar. Esta
celebración inaugura al mismo tiempo la misión eclesial de la pareja y de la
familia, la misión de servicio con respecto a la sociedad por la procreación y
la educación, pero primero y ante todo una misión de servicio con respecto al
amor de Cristo para la Iglesia que asume la realidad humana del matrimonio
entre los sacramentos de su Reino.
Esta
perspectiva cristocéntrica y eclesial se inscribe en el giro iniciado por Henri
de Lubac en nuestra época para restaurar una comprensión a la vez más
tradicional y más unificada de la relación entre la naturaleza y la gracia.
Según él, el hombre tiene sólo una sola finalidad, sobrenatural, que es incapaz
de alcanzar por el mismo. Allí está su paradoja y su nobleza que hace decir a
santo Tomás de Aquino que el hombre es un ser que, por su naturaleza racional,
aspira a la visión de Dios (Desiderium naturale visionis) [9]. Abierto al
infinito a causa de su dimensión espiritual, el hombre aspira naturalmente a la
visión de Dios. Es, como imagen de Dios, una libertad finita en busca de la
Libertad infinita. Vaticano II expresó esta verdad paradójica diciendo que
"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado" (GS 22). El hombre y la mujer casados, como
"comunidad de vida y de amor", aspiran a esta plenitud de sentido que
le es prometida y que el sacramento ya les hace entrever y experimentar en la
Iglesia.
El matrimonio como
consagración y misión eclesial
Avancemos
un paso más para descubrir la dinámica profunda del sacramento a partir del
acto de fe que lo funda. Cuando dos bautizados se casan en la Iglesia, el don
del sacramento está hecho simultáneamente a la pareja y a la Iglesia, porque en
todos sus dones sacramentales, Cristo ama la Iglesia y hace de sus hijos, con
ella y por ella, testigos de la salvación. Por el don del sacramento del
matrimonio, Cristo confiere a los esposos una gracia que los une, que los cura
y los santifica en su vida de amor. Pero hay más. Por el don del sacramento,
Cristo los consagra como testigos de su propio amor para la Iglesia. Tal
vocación sacramental supone evidentemente la fe, el acto de fe que funda el
sacramento. "El matrimonio cristiano debe ser interpretado desde el principio
a partir de lo alto, escribe Hans Urs von Balthasar, es decir a partir del acto
cristiano que le funda. Este acto es el de la fe cristiana, que cuando está
vivo incluye siempre el amor y la esperanza, y es el fundamento sobre el cual
reposa el don mutuo de los conyugues. Es un acto que va directamente e
inmediatamente a Dios, un voto de fidelidad a Dios porque Dios se manifestó
primero por sus promesas y sus revelaciones como el eterno Fiel, en quien se
debe creer, en el que se debe confiar y a quien se debe amar. El voto de
fidelidad al esposo es pronunciado dentro de este voto de fidelidad a
Dios" [10].
Según
el gran teólogo de Basilea, el intercambio de los consentimientos entre los
esposos cristianos tiene pues una dimensión intrínsecamente teologal que
resuena en todas las dimensiones de su unión. Balthasar persigue: "Es el
acto de fe de ambos conyugues del matrimonio que se encuentra en Dios y que a
partir de Dios, fundamento de su unidad, testigo de su lazo y garantía de su
fecundidad, se vuelve conformado, asumido y restituido. Es Dios quien, en el
acto de fe, da los esposos uno a otro dentro del acto cristiano fundamental de
ofrenda de sí. Es a Él a quien ambos se ofrecen juntos, es de Él que se reciben
de nuevo en un don de gracia, de confianza y de exigencia cristiana" [11].
Este
texto de extrema densidad propone un giro teológico radical en la comprensión
del sacramento del matrimonio, que puede fundar una espiritualidad renovada
para este estado de vida. A la perspectiva acostumbrada antropocéntrica donde
los esposos aparecen como los primeros protagonistas de su consentimiento
mutuo, vemos más profundamente aquí que el acto subyacente de fe de su don
incluye su intercambio en el acto fundamental de entrega de sí a Dios. Porque
se casan como bautizados, en Cristo, depositan su amor en las manos de Cristo,
que los devuelve el uno al otro, los bendice y los gratifica con una efusión
especial de su Espíritu (FC 21). Desde ahora en adelante se querrán con toda la
fuerza de sus sentimientos personales, pero también en la fuerza del Espíritu
que los inviste de una misión de amor de naturaleza eclesial.
La
dimensión teologal de este sacramento, vista a partir de su acto constitutivo,
es llamada a desarrollarse y a penetrar todos los aspectos de la vida conyugal
y familiar. Da valor al socio divino que está comprometido en la unión de los
esposos y que quiere fecundar de todas las maneras su comunidad de vida y de
amor. ¿Cómo ayudar a las parejas a prepararse para un tal acto de consagración
de su unión y a vivir sin interrupción el acto de fe que se los da a Dios
dándose el uno al otro? ¿Cómo educar a los esposos y los futuros esposos para
que su encuentro del Cristo los lleve a vivir su unión como una misión recibida
de él en la Iglesia y no sólo como una búsqueda personal de felicidad? Estas
cuestiones invitan a desarrollar más precisamente los efectos eclesiales del
sacramento y a explorar las potencialidades educativas.
El significado doble,
eclesiástico y antropológico, del don sacramental
El
sacramento del matrimonio añade una participación a dos, como pareja, a la vida
divina que es dada en todo sacramento, "hasta tal punto que el efecto
primero e inmediato del matrimonio (res y sacramentum) no es la gracia
sobrenatural misma, sino el lazo conyugal cristiano, una comunión típicamente
cristiana porque representa el misterio de encarnación de Cristo y su misterio
de alianza " (FC 13).
Según
este pasaje de Familiaris Consortio que recoge la doctrina común de la Iglesia,
el primer efecto del sacramento sella de modo indisoluble la pertenencia de los
esposos uno a otro, por un don mutuo que trasciende sus fluctuaciones
emocionales. Este sello sacramental une a ambas personas indisolublemente en
virtud del amor de Cristo que se compromete con ellos y los requiere para
representar su propio misterio de alianza. El lazo conyugal constituye la base
de la dimensión eclesial del sacramento. Por este lazo los esposos forman una
nueva unidad, una pareja sacramental, que constituye la célula de base de la sociedad
y de la Iglesia.
Este
lazo sacramental significa que el amor divino se desposa con el amor conyugal y
lo compromete al servicio de su misterio de Alianza con la humanidad. Esto
significa, antropológicamente, que en el momento en el que los esposos se
consagran su amor, simultáneamente son bendecidos y como desapropiados. Su vida
común, habitada por el Espíritu Santo, será un signo de la fidelidad de Dios
hacia su pueblo, una fuente de la fecundidad espiritual y humana de la Iglesia,
Esposa del Cristo. "Por el sacramento, toda pareja se casa con el Cristo
" escrito Paul Evdokimov. El compromiso de los esposos, uno con el otro,
siendo primero y ante todo un compromiso con respecto a Cristo, Éste sale
fiador, a cambio, con los socorros necesarios para superar sus debilidades,
para curar sus heridas y perfeccionar su amor en todas sus manifestaciones
humanas y espirituales. "Desempeñando su misión conyugal y familiar con la
fuerza de este sacramento, penetrados por el espíritu de Cristo que impregna
toda su vida de fe, de esperanza y de caridad, alcanzan cada vez más su
perfección personal y su santificación mutua: así es como juntos contribuyen a
la glorificación de Dios " (GS 48).
En
el corazón del sacramento del matrimonio, Cristo ejerce pues una verdadera
mediación nupcial, simbolizada por su presencia en Caná [12] que despliega el
horizonte trinitario de la espiritualidad conyugal y familiar. Como lo expresa
audazmente el Concilio, "el amor auténtico y conyugal es asumido en el
amor divino" (GS 48) y es integrado por la gracia redentora de Cristo en
las relaciones de Alianza de la Trinidad Santa con mundo. Porque, en virtud de
la unión hipostática de Cristo que funda la alianza sacramental de los esposos,
su amor mutuo es asumido en el intercambio entre las Personas divinas y se hace
función de este intercambio. El Padre y el Hijo se glorifican mutuamente en al
amor de los esposos y de la familia a la que bendicen y santifican por el don
de su Espíritu. De donde un ensanchamiento infinito de su horizonte espiritual
y de su resplendor sacramental. El amor fecundo de los esposos cristianos y las
relaciones familiares que proceden de allí se hacen el santuario del Amor
trinitario, el signo sagrado de un Amor divino encarnado que se ofrece al mundo
humildemente por su comunidad de vida y de amor vivida segun la imagen de la
Sagrada Familia de Nazareth.
La Iglesia doméstica,
escuela de evangelio y de valores humanos
En
esta perspectiva trinitaria y cristocéntrica, la dimensión eclesial del
matrimonio pasa al primer plano y se vuelve englobante mientras que permanecía
antes limitada y marginal. De hecho, por la gracia del sacramento del
matrimonio, los esposos cristianos están constituidos miembros de la primera
célula de la Iglesia, llamada con razón en el Concilio "iglesia
doméstica" [13]. Desarrollada abundantemente por la Exhortación
apostólicaFamiliaris Consortio esta perspectiva adquiere entonces oficialmente
derecho de ciudad sin no obstante que este documento establezca plenamente la
eclesialidad de la familia. Porque, según los términos del FC, la familia,
comunidad "salvada" se hace una comunidad "que salva" (FC
49) pero su "participación a la vida y a la misión de la Iglesia" (FC
49-64) es todavía pensada de modo un poco extrínseco en referencia a las
actividades específicas de evangelización y de culto. Mientras que es todo el
ser de la pareja en todas sus dimensiones quien es eclesial, ya que Cristo
asume el amor humano en su amor divino para hacer de él un sacramento de su
relación nupcial con la Iglesia (GS 48).
Por
el matrimonio sacramental, los esposos son solamente una imagen de la Iglesia,
son verdaderamente constituidos "una iglesia en miniatura" dotada de
propiedades de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Encontramos allí
en efecto la comunidad de vida, el sacerdocio bautismal, la caridad, la
evangelización y el culto. Estas dimensiones constitutivas confieren a la
pareja una realidad eclesial auténtica y esencialmente misionera, a ejemplo de
la gran Iglesia cuya célula de base es.
En
esta luz, percibimos mejor la belleza y la importancia de la misión educativa
de los esposos. Por la gracia de Cristo, son una fuente de vida, de
crecimiento, de educación y de servicio; su unión se hace en un sentido amplio
un sacramento de la paternidad divina y de la filiación divina en la fecundidad
del Espíritu Santo. Santo Tomás pudo comparar la sublimidad del ministerio
educativo de los padres cristianos al ministerio de los sacerdotes:
"Algunos propagan y mantienen la vida espiritual por un ministerio
únicamente espiritual, y esto le toca al sacramento del orden; otros lo hacen
para la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza por el
sacramento del matrimonio, en el cual el hombre y la mujer se unen para
engendrar a los niños y enseñarles el culto de Dios" [14].
"¡
Familia sé lo que tú eres! " repetía con fuerza Juan Pablo II, el Papa de
la familia. sé lo que tú eres: una célula de la Iglesia, un santuario del Amor,
una escuela de evangelio y de valores humanos, la esposa de Cristo. Es
solamente en la conciencia de esta luz que viene del encuentro con Cristo que
la familia puede hoy cumplir su misión de educadora de los valores humanos y
cristianos. Sé lo que tú eres: "haz de tu casa una Iglesia" repetía a
sus fieles san Juan Crisóstomo.
En
corolario de estas consideraciones teológicas, ciertos valores educativos que
hay que promover vuelven a salir al primer plano. En primer lugar, una
educación a la vida teologal de fe, esperanza y caridad, que debe preparar a
los esposos a su matrimonio para que su unión conyugal y familiar sea fundada
sobre la roca de la palabra de Dios y no sólo sobre la arena movediza de sus
sentimientos, tan sinceros sean. Una vida profunda y teologal implica la
conciencia viva esposos de lo que significa el bautismo como la pertenencia a
Cristo y a la Iglesia; implica también una vida intensa de oración, alimentada
de la Eucaristía y periódicamente renovada por el sacramento de penitencia. La
vitalidad de la familia, Iglesia doméstica, depende de su coherencia sacramental
que le asegura su apertura a Dios y su apertura apostólica. Esta vitalidad
crece o decae según la fidelidad de la pareja y de la familia a su pertenencia
eclesiástica.
De
donde la importancia de ciertos encuentros familiares y eclesiales que alimentan
la espiritualidad de la Iglesia doméstica. A los grandes encuentros familiares
de Navidad y de Pascua, se añade muy naturalmente la misa dominical en familia,
preparada posiblemente por una catequesis y seguida por la comida semanal
festiva. Ciertos grupos religiosos contemporáneos restauran estas bellas
tradiciones como un signo profético que una nueva primavera de la Iglesia
comienza en las familias. Estos tiempos fuertes de vida común refuerzan la
unidad de la familia y el sentido de pertenencia a la comunidad, contra las
tendencias culturales dominantes al individualismo y a la dispersión.
Cualesquiera que sean las limitaciones de la vida moderna, una familia
cristiana debe escoger conscientemente y fuertemente no abandonar el valor
inestimable del domingo como día de descanso, de oración y de vida familiar.
Una familia que respeta y honra el día del Señor por la escucha de la Palabra
de Dios en el seno de la Asamblea dominical lleva un mensaje profético al mundo
de hoy. Agradeciéndole a Dios por su pertenencia a la familia de Dios,
testimonia en Iglesia de su Alianza con Cristo para la edificación de una
civilización del amor.
La
familia cristiana cumple también su misión de educadora por su apertura a la
sociedad y al apostolado. La acogida, la hospitalidad, el reparto y la ayuda
mutua son rasgos característicos de la espiritualidad familiar que manifiestan
el Espíritu de amor que lo anima. La apertura a Dios que demuestran los esposos
por la santidad de su vida se prolonga por la apertura misionera a la sociedad.
Aunque la misión de la Iglesia doméstica comienza en primer lugar con el ser de
la familia, con la comunión de las personas, el don de la vida y la educación
de los niños, se prolonga sin embargo muy naturalmente por el apostolado cerca
de otras familias o en otro brillo(influencia) sobre la sociedad que es
compatible con su primera misión. Su apertura apostólica testimonia el Amor
trinitaire que le habita y le arrastra(se le lleva) en compartir la buena
noticia del Amor que se hace carne.
Fuente: www.zenit.org/es/articles/cardenal-ouellet-la-familia-educadora-en-los-valores-humanos-y-cristianos
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