Los servidores quieren cortar la cizaña pero el patrón se los impide con esta
motivación: “para que no suceda que arrancando la cizaña corten también el
trigo”.
Francisco afirmó que el mal en el mundo no viene de Dios sino de su enemigo el
Maligno, que muy astutamente siembra el mal en medio del bien, de modo que es
imposible separarlos netamente; pero Dios al final podrá hacerlo.
El segundo tema dijo Francisco es la contraposición entre la impaciencia de los
servidores y la paciencia y misericordia de Dios que ve mejor que nosotros la
basura, pero ve también los gérmenes de bien y espera con paciencia que
maduren, con la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última
palabra.
Gracias a esta paciencia de Dios también la cizaña puede convertirse en trigo,
afirmó el Papa, asegurando que el mal será quitado y eliminado en el tiempo de la
cosecha, es decir en el tiempo del juicio.
El Sucesor de Pedro concluyó exhortando a pedir a la Virgen que nos ayude a
crecer en paciencia, en esperanza y en misericordia.
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y
hermanas ¡Buenos días!
En estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, o sea breves
narraciones que Jesús usaba para anunciar a la multitud el Reino de los cielos.
Entre aquellas presentes en el Evangelio de hoy, se encuentra una más bien
compleja que al inicio no se entiende, la cual Jesús explica luego a discípulos:
es aquella de la
semilla buena y de la cizaña, que enfrenta el problema del mal en el mundo y pone en relieve la paciencia de Dios (cfr Mt 13,24-30.36-43). La escena se
desarrolla en un campo en donde el propietario siembra la semilla; pero una
noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la
misma raíz del nombre “Satanás” y evoca el concepto de división. Todos sabemos
que el demonio es un cizañero: trata siempre de dividir a las personas, a las
familias, a las Naciones y a los pueblos. Los peones quisieran de inmediato
arrancar la hierba mala, pero el propietario lo impide con esta motivación:
«porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo»
(Mt 13, 29). Porque todos
sabemos que, cuando la cizaña crece, se parece mucho a la semilla buena y
existe el peligro de confundir una con otra.
La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal en el mundo no proviene de Dios, sino de su
enemigo, el Maligno. Es curioso: él va de noche a sembrar la cizaña, en la
oscuridad, en la confusión… Donde no existe la luz, él va y siembra la cizaña.
Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de manera que es
imposible para nosotros hombres separarlos netamente; pero al final, Dios, podrá
hacerlo. Él se toma el tiempo.
Y aquí llegamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los
peones y la paciente espera del propietario del campo, que
representa a Dios. A veces nosotros tenemos una gran prisa en juzgar,
clasificar, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos… Pero
acuérdense de la oración del hombre soberbio: “te agradezco, Dios, porque yo
soy bueno y no soy como ese otro que es malo”. Acuérdense de esto. Dios en
cambio sabe esperar. Él mira en el “campo” de la vida de cada persona con
paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal,
pero también ve los retoños del bien y espera con confianza que maduren. Dios
es paciente, sabe esperar. ¡Que hermoso es esto! Nuestro Dios es un padre
paciente, que nos espera siempre, y nos espera con el corazón en la mano para
acogernos, ¡para perdonarnos! Nos perdona siempre si vamos hacia Él… La actitud
del propietario es aquella de la esperanza fundada sobre la certidumbre de que
el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y hay más: gracias a esta paciente espera de Dios la misma cizaña, o sea el
corazón malvado con tantos pecados, al final puede convertirse en semilla
buena. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; ¡no se
puede hacer confusión entre bien y mal! Frente a la cizaña presente en el mundo
el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, a alimentar
la esperanza con el apoyo de una inquebrantable confianza en la victoria final
del bien, o sea de Dios.
Al final, de hecho, el mal será arrancado y eliminado: al tiempo de la cosecha,
o sea del juicio, los cosechadores seguirán la orden del propietario separando
la cizaña para quemarla (cfr Mt 13,30). En aquel día de la cosecha
final el juez será Jesús,
Aquel que ha sembrado la semilla buena en el mundo y que se ha vuelto Él mismo “semilla”, ha
muerto y resucitado. Al final todos seremos juzgados con la misma medida ¿Con
cuál? ¿Con cuál medida? con la misma medida con la que hemos juzgado: la misericordia que habremos tenido
para con los demás será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen,
nuestra Madre, que nos ayude a crecer en la paciencia, en la esperanza y en la
misericordia con todos los hermanos.
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